Tener y no tener
Tiene más de 200.000 seguidores en Twitter y sólo sigue a 700. La desigualdad entre uno y otro número es una señal de aristocracia en las redes sociales. Tiene un canal en YouTube que muestra actos de campaña y otras publicidades; YouTube también permite ver una vez más el inolvidable reggaetón bailado por Francisco de Narváez en Gran Cuñado , con su imitador, que debería haber recibido la beca Casa Tía, porque su "Alica, alicate" le dio una buena mano, que, justo es decirlo, él supo aprovechar como Porcel aprovechaba los pies que le tiraba Olmedo. Los sonidos "alica alicate" no son únicamente una invención televisiva. "Alica alicate" son sílabas vacías, que pueden llenarse con cualquier cosa. Es el modelo fonético de la consigna pospolítica. Tiene afinidad televisiva; Gran Cuñado fue uno de los peldaños de la victoria de De Narváez, por escasos puntos, sobre Kirchner en las elecciones de 2009.
Tiene una página web bien diseñada, que incluye un chirimbolo gracioso: "Colgá tu foto con Francisco" (habría que cambiarle la consigna, a menos que también se esperen fotos con el Papa) . Tiene un mapa de la inseguridad, donde cualquier visitante, sin ningún control de realidad o fantasía, pone tres líneas sobre un hecho de violencia que ha padecido, y marca en un mapa el justo punto de la ciudad o de la provincia donde fue víctima.
Tiene, o se le atribuye, una fortuna de 500 millones de dólares; es dueño de un multimedio y socio de poderosos. Con una parte ínfima de esos millones, compró en una subasta de Christie's el uniforme de gala de Perón; con otra parte igualmente mínima, compró la biblioteca del anciano líder. Su fortuna puede pagar una campaña política. Tiene una mujer que fue modelo. Tiene un tatuaje inocultable en el cuello y otro, ocultable, en alguna parte del cuerpo. Tiene una familia paterna que se remonta a la aristocracia colombiana -con un presidente de la república entre sus antepasados- y una familia materna llegada de Europa central. Tiene la capacidad para conservar la herencia recibida y multiplicarla. Tuvo que enfrentar denuncias de la AFIP y maniobras sucias del kirchnerismo en plena campaña política.
Tiene buenos equipos de técnicos que trabajan en su Twitter y su página web; redactan las consignas serias (estilo apotegma, gran pensamiento o consejo) que cuelgan en Facebook, y diseñan la estrategia tipo mini-shock de su campaña publicitaria. Tiene buen aspecto, afable pero serio, excelentes modales, y habla de corrido.
Tuvo poca suerte con el lugar de nacimiento y el de crianza: no es nadie en Colombia y no es ciudadano nativo acá; por lo tanto no puede ser presidente. Tuvo que resignarse a que su techo fuera la provincia de Buenos Aires. Eso, que parecía algo verosímil hace dos años, hoy, el vaivén de los peronismos realmente existentes (Scioli e Insaurralde) lo ha dejado a la intemperie. Fue demasiado opositor para Scioli, que se imagina candidato a la sucesión de Cristina Kirchner y su famoso Proyecto. Massa, con el correr de los días y de los intendentes, se puso cada vez más restrictivo en la selección de acompañantes: primero, no quiso darle a De Narváez lo que pedía y, además, juzgó que la consigna "Ella o vos" era demasiado filosa para el estilo buenas vibras que sólo rompe cuando es imprescindible.
De modo que este modelo bien argentino (empresario y dueño de medios con capacidad de dirigir su propio lobby dado el caso, aunque juzgue preferible ser un hombre de la gran prensa y los grandes canales) se quedó con Moyano y con Claudia Rucci, a quienes nadie podría discutir su peronismo, pero que no traen los votos que esos méritos deberían recibir. El horizonte se oscureció, cuando Facundo, hijo menor de Moyano, se pasó al bando de Massa. Y, más recientemente, cuando el propio Moyano Senior comenzó a mirar al de Tigre con simpatía.
Tantos votos perdió De Narváez entre el mítico 2009 y las elecciones de agosto que tuvo que salir a aclarar que no abandonaría la carrera antes de las generales de octubre, en las que deberá renovar su banca como diputado. Miró a los ojos a los bonaerenses y con el corazón en la mano (son sus expresiones) les aseguró que seguiría en la brecha. No vivió fracasos tan rotundos antes. No está acostumbrado a ellos, como están acostumbrados los radicales.
No es culpable de desconocer otros sinsabores. De Narváez, aunque tiene sesenta años, es un político nuevo. Nació con la crisis de 2001. En ese momento, se gritaba "que se vayan todos", como si una deportación general de políticos fuera la llave que abriera el futuro. Nadie o muy pocos se fueron: Ruckauf, porque resultaba completamente impresentable y sospechoso; Chacho Álvarez, porque, después de haber sido vicepresidente y de renunciar, las cosas le fueron saliendo mal y, con Kirchner, encontró cobijo en la alta burocracia de Estado, lejos del tinglado vibrante.
Pero algunos de los que antes no habían hecho política escucharon el llamado de la selva, como De Narváez y su ex socio, casi socio, hoy alejado Mauricio Macri, que debutó en 2003, a los 44 años. Llegaron tarde, si se piensa en sus respectivas edades (a la política se ingresa joven, como a cualquier otro oficio); son neopolíticos, aunque De Narváez haya entrado a esa casa de mil cuartos distintos que es el peronismo bonaerense, donde hay ocupantes de todos los colores y todas las eras de la historia.
La idea que repiten es "hablarle y escuchar a la gente", como si esto fuera una operación comunicativa sin otros obstáculos que la mala voluntad de los partidos que se empecinan en no hacerlo y son arcaicos, según los manuales y los consejeros de la neopolítica. A De Narváez pudo haberle salido bien. Pero la política tiene ese fondo donde todavía valen fuerzas y territorios que no están en esos manuales.
© LA NACION
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