Tenemos una oportunidad para cambiar la escuela
Datos del Banco Mundial informados en una charla organizada por el Observatorio de Argentinos por la Educación la última semana revelan que en los países de ingresos bajos y medios el 53% de las niñas y los niños de 10 años en el año 2019 en el mundo no podía leer ni comprender un texto simple. Esa cifra era del 55% para América Latina y se espera que haya trepado al 63% para noviembre de 2020. Es probable que ese índice siga creciendo en la medida en que las escuelas no regresen a la presencialidad plena, porque son justamente esos sectores los que más sufren la enseñanza remota. La Argentina con seguridad no escapa a semejantes cifras.
Más de 10.000.000 de chicas y chicos no volverán a la educación obligatoria básica en todo el mundo. Un total de 24 millones de estudiantes no lo harán si se contabiliza todo el sistema educativo, desde el nivel inicial hasta el universitario. En la Argentina estos indicadores no se conocen porque a pesar de que existe una norma que establece que deberían tenerse nominalizados a los estudiantes y contar con una ficha académica única que nos permita hacer un seguimiento continuo de cada uno, no hemos sido capaces de tomar la decisión de asumir la responsabilidad política y social de tener este dato. De todos modos, algunos investigadores se animan a arriesgar que más de 1.000.000 de estudiantes argentinos han abandonado la escuela el año pasado (sobre todo en el nivel secundario) y de acuerdo con una tasa estimada de retorno a la escuela que oscila en un 10% nos enfrentamos, si la política sigue desconociendo el flagelo que venimos padeciendo, a la mayor catástrofe educativa que ha vivido la Argentina.
La pérdida de días, semanas y meses de educación tiene un impacto en el futuro de los niños y jóvenes que hoy no asisten a la escuela que se reflejará en menos ingresos y descenso de la productividad. La mayor contradicción es que quienes pagarán a mediano y largo plazo las consecuencias económicas de la pandemia serán justamente los mismos niños y adolescentes que hoy no pueden ir a la escuela.
La inequidad se ha visto maximizada por la falta de acceso a internet y a dispositivos electrónicos que hubiesen ayudado a más de la mitad de los estudiantes en la Argentina a tener algo de educación con las escuelas cerradas. A pesar de que llevamos 13 meses de pandemia, la inmensa mayoría de los sistemas educativos del país no han sido capaces de prepararse para afrontar el cierre y la apertura alternada de las escuelas en función de las sucesivas olas de contagios por el virus, y pareciera que ante cada una de ellas las decisiones adoptadas se toman como si fuera la primera, pues la única estrategia aplicada fue la suspensión de la presencialidad.
Esta inequidad se refleja una vez más al analizar estudios en países vecinos de la región. En ellos se muestra que el 20% de los estudiantes más pobres que no pudieron ir a las escuela por unos 150 días perdieron alrededor del 50% de lo que deberían haber aprendido. Casi el doble de los estudiantes que conforman el 20% más rico y que perdieron el 25% del aprendizaje acumulado previsto en ese tiempo. Una simulación de cómo afectará el cierre de las escuelas en el puntaje promedio de PISA en lectura arroja que los 94 puntos de diferencia entre el 20% de los estudiantes más pobres y el 20% más rico en 2019 se ampliará a 105 puntos debido a los cierres en el año 2020, y los estudiantes más ricos podrían estar 3 años más adelantados que sus pares más pobres a los 15 años.
Otro dato revelador muestra, por ejemplo, que las niñas y los niños de quinto grado en San Pablo –Brasil– retrocederán 10 años en términos de los puntajes obtenidos en las pruebas que miden los aprendizajes en el área de matemática. Asimismo, los datos de distintos estudios en Europa reflejan cifras similares y no hay condiciones especiales en nuestro país para esperar mejores resultados; por el contrario, es bastante probable que los guarismos sean peores aún.
Es claro que la pandemia continuará por un largo período de tiempo y consecuentemente el cierre temporal de las escuelas será inexorable. Por lo tanto, no se puede seguir postergando el suministro social de internet a las familias con hijas e hijos en la educación obligatoria de los niveles primario y secundario. No se entiende cómo después de tantos meses no se ha concluido con la provisión de dispositivos electrónicos a todos los estudiantes de los sectores más vulnerables.
Sin embargo, tecnología, libros, internet, websites, programas de radio y televisión no son suficientes. Necesitamos saber en qué punto están nuestros estudiantes: cuánto saben y cuánto deben recuperar. Para ello es necesario diseñar e implementar un dispositivo nacional para evaluar a todos y cada uno de los alumnos y realizar un diagnóstico general y al mismo tiempo personal del estado de situación para poder adoptar una política educativa de índole nacional y jurisdiccional, pero al mismo tiempo para saber cómo acompañaremos a cada estudiante.
Independientemente de los resultados que obtengamos es claro que los estudiantes no podrán recuperar entre 1 y casi 2 ciclos lectivos en términos de conocimiento. Por eso resulta imprescindible aprobar una política nacional acordada en el Consejo Federal de Educación, que establezca cuál será el eje medular alrededor del cual se organizará la enseñanza de todas las asignaturas. Es falto de criterio pensar que se puede seguir enseñando en concordancia con un currículum diseñado por asignaturas para tiempos normales, cuando maestros y profesores se encuentran azarosamente con sus estudiantes con escasa previsibilidad. Ha llegado el momento de abordar finalmente una pedagogía por proyectos que permita a alumnos, docentes y familias trabajar en conjunto privilegiando por sobre todo la lectura, escritura y comprensión de textos. Si no nos detenemos por un momento y reflexionamos sobre qué estamos enseñando, cómo lo estamos haciendo –bajo qué condiciones– y para qué, todo el esfuerzo caerá probablemente en saco roto. No son tiempos de seguir haciendo menos de lo mismo de lo que hacíamos antes de la pandemia. Tenemos una oportunidad de cambiar. Podemos hacerlo para recuperar esa escuela.
Educador