Tendrán que buscar un Remes Lenicov
La historia lo ocultó injustamente durante demasiado tiempo. Sin embargo, Jorge Remes Lenicov, un economista austero y con la dosis justa de autoestima, fue un protagonista clave de la economía reciente. Le tocó como ministro de Economía sincerar los números económicos después del estallido social de la Navidad de 2001, cuando la corriente de la crisis había arrastrado hasta un presidente de la Nación. Decidió abrir las puertas hacia lo desconocido, que era salir de la convertibilidad. La medida que tomó Domingo Cavallo y que rigió desde 1992 había sido muy eficiente para controlar la hiperinflación de fines de los 80 y de principios de los 90. Durante cinco años ese modelo creó una sensación de felicidad colectiva en el país, pero diez años después se había agotado totalmente. Todas las variables macroeconómicas estaban desvencijadas. Como ahora. Remes Lenicov se propuso implantar en la Argentina los parámetros de los países en desarrollo que crecían sostenidamente. Las medidas necesarias eran tan sencillas como audaces para una Argentina enamorada de la convertibilidad: liberar el tipo de cambio, reducir el déficit fiscal, controlar la emisión monetaria y no indexar la economía. También decidió algunas medidas heterodoxas por seis meses hasta que se estabilizó el precio del dólar. Al programa de Remes Lenicov lo apoyaban dos políticos de espaldas anchas, Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín, más el Diálogo Argentino del que participaban la CGT, la UIA y ruralistas, entre otros. El ministro solía repetir una frase que era rara de tan sensata: “Hay que construir una economía normal”.
La Argentina está ahora, otra vez, en el peor de los mundos. Con las tarifas congeladas; con la amenaza de un congelamiento de precios o de precios máximos; con una emisión monetaria descontrolada y con el tipo de cambio planchado, sin reservas de dólares en el Banco Central, y con un fenomenal cepo al dólar. La falta de dólares está comprometiendo seriamente la producción de la industria nacional, que necesita de insumos importados que se pagan con moneda norteamericana. El Gobierno desliza amenazas permanentemente al sector empresario: desde comisiones tripartitas (Estado, empresas y sindicatos) para controlar las condiciones laborales, que ya están bajo la supervisión de las comisiones internas y los convenios colectivos, hasta la advertencia de establecer un congelamiento de precios por tres meses o un sistema de precios máximos. A los productores rurales les colocó un semicepo a las exportaciones de carne y de maíz. La sombra de Cristina Kirchner sobrevuela decisiones y designaciones. El control de las condiciones laborales fue una coincidencia de ella con el sindicalista Hugo Yasky, líder de la CTA, la central obrera que milita a la izquierda de la tradicional CGT.
También a la inspiración de la vicepresidenta se le deben las designaciones de Roberto Feletti y Débora Georgi como secretario y subsecretaria de Comercio. Feletti y Giorgi, que integraron la administración de Cristina Kirchner, atravesaron el desierto durante la era de Macri como funcionarios del gobierno municipal de La Matanza. Colocar a La Matanza, donde la dirigencia peronista se mostró más incapaz de resolver los problemas básicos de la sociedad (como la pobreza y la inseguridad), en el control del comercio interior es directamente apostar a la derrota. Feletti es un alumno dilecto de Guillermo Moreno, a quien suele elogiar por las políticas que implementó. Como ministra de Cristina, Giorgi se paseó por el mundo explicando políticas que no existían en su país. Si esa es la solución, el destino del país es vivir con problemas.
“El que dice que la emisión no produce inflación es un ignorante”, repetía aquel Alberto Fernández cuando era crítico de Cristina Kirchner
¿Qué hace o piensa el Presidente? Nada de lo que está haciendo su Gobierno coincide con el dirigente político que desde su casa en Puerto Madero, cuando era crítico de Cristina Kirchner, escribía sus habituales newsletters dirigidas a importantes empresarios nacionales y extranjeros. Sus consignas eran entonces las de un observador clásico de la economía o, al menos, las de un moderado keynesiano. “El que dice que la emisión no produce inflación es un ignorante”, repetía aquel Alberto Fernández. O deslizaba esta otra frase, llena de admiración: “Keynes pedía la intervención del Estado para salvar al capitalismo en momentos de crisis. Era un lord inglés, después de todo”. Fue también uno de los dirigentes políticos más críticos con el guillermomorenismo; esto es, con el método de amenazar y patotear a los empresarios.
Su actual gobierno no dejó nunca de negociar los precios con los empresarios, aunque lo hacía el ministro de Producción, Matías Kulfas, un funcionario que prefiere las buenas formas. Feletti y Giorgi dependen formalmente de Kulfas, pero ellos solo hablan de Cristina Kirchner y, a veces, del Presidente. Feletti retomó en el acto las viejas prácticas de Moreno. ¿Aceptarán los empresarios una política de precios máximos o de congelamiento de precios? “No. Directamente sacaremos los productos del mercado”, dice uno de los principales dirigentes empresarios. Esa es la única y poderosa arma que tienen los empresarios: ellos deciden cuándo invierten y cuándo no. Los políticos y los economistas suponen que este mundo acabará el 14 de noviembre, cuando se realizarán las elecciones. “Luego habrá necesariamente un mundo nuevo”, advierten.
El incoherente trío de políticos kirchneristas integrado por Máximo Kirchner, Sergio Massa y Eduardo “Wado” de Pedro le arrimó al Presidente (y lo seguirá haciendo) a empresarios aislados sin representación de sector alguno. Almuerzan con el jefe del Estado y luego hacen lo que deben hacer. Para eso estuvieron ahí. En la primera reunión participó Francisco de Nárvaez, que ya no habla en nombre de la política, sino de los supermercados. De Nárvaez le contó luego al periodista Marcelo Longobardi: “Le preguntamos al Presidente si la señora vicepresidenta estaba de acuerdo con hacer un acuerdo rápido con el Fondo Monetario. Nos contestó que sí (…) Salí muy entusiasmado de la reunión”. De Nárvaez se olvidó ya de hasta quien fue. Debió preguntarle primero al Fondo si estaba dispuesto a firmar un acuerdo con un país con congelamiento de precios y tarifas, con cepo a la compra de dólares y con emisión desbocada. La respuesta hubiera sido una sola: no. No es solo Cristina la que decide.
Aquel trío de políticos encontró un atajo para evitar a las entidades empresarias con representación auténtica, como la UIA y AEA. Las corporaciones, como los funcionarios las llaman despectivamente. Corporaciones que pueden hablar en nombre de alguien, no solo en nombre propio. Ni siquiera tuvo en cuenta que el actual presidente de la UIA, Daniel Funes de Rioja, viene de la Copal, que agrupa a las empresas de la alimentación. Los precios de la alimentación son los que más preocupan al Gobierno. En estas horas hay una frenética negociación del Gobierno con las empresas para fijar una política de precios, que podría concluir, de buena o mala manera, en la noche de mañana. A Feletti se le ocurrió conmoverlos a los empresarios con la promesa de que los argentinos merecen pasar una Navidad feliz. Nicolás Maduro ya inauguró en Venezuela el tiempo navideño para que los venezolanos sean felices. Las cosas nunca son idénticas, pero sí parecidas.
El peor problema para los economistas es el de la carencia de dólares. Hay una brecha cambiaria del 90% (entre el dólar oficial y el paralelo) y las reservas del Banco Central están cerca de ser negativas. La inflación interanual es del 50% y la recomposición del precio de dólar fue de solo el 12%. La unanimidad de los analistas económicos ve inevitable un ajuste de los números macroeconómicos. “Se critica a quienes hacen el ajuste y no a quienes desajustan”, decía Remes Lenicov. El ajuste podrá ser serio y con metas claras, como lo hizo Remes Lenicov. O lo hará la gente común con el desorden propio de las desprolijas obstinaciones sociales.