Tendencias autoritarias de Milei: ¿están en riesgo la democracia y la república?
¿Hay un “vamos por todo” libertario que reemplaza, y en algún sentido reivindica, el abortado intento cristinista de 2012/13?; ¿puede existir un proyecto hegemónico que prescinda del aparato del Estado?
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Hace apenas un año, muchos dudaban de si Javier Milei iba a ser capaz de sobrevivir a su primer mandato como presidente. Para sorpresa de la mayoría, el Presidente tuvo el meritorio logro de llenar el enorme vacío de poder que había en la Argentina y hoy el péndulo se ubica en el otro extremo: la preocupación que atraviesa a buena parte del arco político y a muchos observadores es si la Argentina corre el riesgo de sufrir los embates autoritarios de un nuevo proyecto hegemónico. Esto implicaría un dramático y súbito vuelco del populismo estatista, intervencionista y gastomaníaco a un Estado mínimo, darwinismo social y predominio de la lógica de mercado. Detrás de este giro copernicano, apalancado en los recursos del hiperpresidencialismo y en un consenso social que, aunque no mayoritario, constituye una sólida primera minoría que se torna más relevante en el contexto de la creciente fragmentación de las alicaídas fuerzas opositoras, se escondería un modelo que pondría en tensión los fundamentos republicanos, particularmente los equilibrios entre los tres poderes del Estado y los mecanismos de frenos y contrapesos. Esto implicaría pasar, en doce meses, del temor por la gobernabilidad democrática y la estabilidad política a una amenaza efectiva a los valores centrales de nuestro ordenamiento institucional.
¿Están nuevamente en riesgo la democracia y la república en nuestro país? ¿Hay un “vamos por todo” libertario que reemplaza, y en algún sentido reivindica, el abortado intento cristinista de 2012/13? ¿Puede existir un proyecto hegemónico que prescinda del aparato del Estado y que, aun más importante, pretenda revertirlo a su tamaño “histórico” en torno de los 25 puntos del PBI? Hipótesis: los legítimos y necesarios anticuerpos “liberales” de nuestra sociedad se dispararon frente al discurso duro, a menudo grosero y con evidentes condimentos de intolerancia y autoritarismo que caracteriza al credo libertario. Detrás de la exagerada virulencia narrativa del Presidente se acovacha, muy lejos de la pretendida consistencia, una confesión de fragilidad que gracias a la confusión y a las miserias reinantes en el sistema político –que no son nuevas y se expresan a diario en un devenir singular y caótico– no se convierten en un problema más grave. Ni el país estaba totalmente a la deriva en diciembre pasado ni se encuentra tan firme y consolidado ahora. La Argentina sigue siendo la Argentina.
El “plan de estabilización sin plan” dio frutos en cuanto a la desinflación y a la recuperación de los activos financieros; se espera un 2025 con un crecimiento significativo en la medida en que alcancen las divisas y el Gobierno avance con su agenda transformacional ambiciosa e imprecisa. En una entrevista reciente, el mandatario insistió con que quedan pendientes 3200 “reformas estructurales” y que viene una etapa de motosierra recargada. Más aún, una eventual victoria electoral de mitad de mandato sería interpretada como un respaldo plebiscitario para un gobierno que pretende impulsar una reforma constitucional: convocaría a comicios para elegir constituyentes en 2026. Una trifecta de elecciones exitosas, incluida la soñada reelección de 2027, consolidaría el poder de Javier Milei. Cerca del Presidente afirman que su aspiración de máxima sería gobernar durante una década, ya que pretende retornar a los sexenios sin reelección definidos en la “fórmula alberdiana” establecida por su admirada carta magna de 1853.
Con el correr de las especulaciones, apareció la teoría de que Javier y Karina Milei podrían reeditar la estrategia de alternancia “pingüino-pingüina” que en su momento habían diseñado Néstor y Cristina Kirchner. La suposición de que Karina podría presentarse el año próximo como candidata choca contra una realidad: hoy por hoy, su papel en el Poder Ejecutivo es fundamental y es muy difícil imaginarse la gestión cotidiana del Presidente sin ella a su lado. Sin embargo, la secretaria general de la Presidencia acaba de terminar una frenética serie de viajes y presentaciones públicas, incluida una en la ciudad de Buenos Aires, donde envió claras señales de que piensa disputar el distrito que impulsó a Mauricio Macri (y antes a Carlos Ruckauf, Carlos Grosso, Chacho Álvarez, Fernando de la Rúa y Graciela Fernández Meijide) como líder político nacional. Otras figuras, como Lilita Carrió, Horacio Rodríguez Larreta, Martín Lousteau, Ricardo López Murphy y Leandro Santoro, pretenden mantener su presencia desde la visibilidad que permite la capital de nuestro país, a pesar de la creciente fragmentación de la oferta mediática. El Presidente ratificó este mensaje: o Pro acompaña a ojos cerrados o corre el riesgo de quedar reducido a una fuerza testimonial. La decisión del jefe de gobierno porteño de adelantar los comicios para julio e intentar suspender las PASO profundizó el ya expreso enfrentamiento entre las familias Macri y Milei.
Los temores respecto de este nuevo proyecto hegemónico se asientan sobre múltiples aristas. Una es la pretendida “batalla cultural” de larga duración contraria a los valores “progresistas” y “globalistas” que Milei pretende entablar a escala planetaria. Esto implica un ataque a la lógica y los valores del sistema de las Naciones Unidas, que el Presidente califica con los peores adjetivos. En esto tiene una fuerte coincidencia con el presidente electo Donald Trump. Hay que reconocer que las máximas autoridades de la ONU alimentan a diario el rechazo o al menos la confusión de buena parte de la opinión pública con decisiones contradictorias y antojadizas, sobre todo en materia de derechos humanos, y con una agenda de debate abstracta, dominada por la lógica burocrática y ajena a las principales demandas de la ciudadanía. En el nivel doméstico esto se traduce en constantes ataques a quienes piensan diferente, en especial periodistas y economistas que cuestionan (por motivos diferentes) la consistencia de sus políticas económicas. Más aún, en algunos sectores extremos de LLA hay un tufillo facistoide con reivindicaciones anacrónicas como “Dios, patria y familia”. Una rareza considerando que ni el Presidente ni su hermana son exponentes de un modelo familiar “tradicional”. No se escuchaba una narrativa tan ultramontana desde la época del Proceso o incluso desde los años de Onganía.
Las típicas descalificaciones groseras y los ataques personales, predominantes en otras experiencias de intentos hegemónicos, no constituyen condiciones suficientes para calificar de esa forma al actual gobierno. Los adláteres del “cambio cultural” deberían recordar su decepción cuando naufragó el gobierno de Cambiemos. Las ideas, los valores y las “formas de vida” cambian mucho más lenta y contradictoriamente de lo que pretenden o querrían quienes las impulsan. Y todas las revoluciones sufren momentos de reversión, parcial o total. Si Putin gobierna como un zar y Erdogan añora la vocación imperial de Turquía es porque las continuidades, para bien o para mal, son tanto o más importantes que los cambios, al margen de aquello a lo que aspiren los especialistas en marketing electoral.