La calesita argentina
La sentencia, de carácter profético y apocalíptico, se repite circularmente y asegura que, de sostenerse las actuales condiciones (de lo que sea, pero en general el pronóstico aparece relacionado con la economía), la Argentina no tiene futuro. Pero no quiere decir que de verdad carezcamos de futuro, sino que el futuro va a ser tan malo que lo mejor será no estar aquí cuando llegue. Fuerte.
Hace una vida que vengo oyendo, desde todos vértices del espinoso espectro político y económico local, que, de seguir por este camino, la Argentina no tiene futuro. Es decir, hoy vivimos en ese no-futuro al que se encaminaba el país cuando yo era chico y en casa Tato Bores, de cuya partida se cumplieron ayer 25 años, era religión.
Veinticinco años es mucho tiempo para una sociedad, y cuando volvemos a oír a Tato tenemos –díganme si no– la misma sensación: sus monólogos parecen dichos para la Argentina de hoy. Así que no es que no tenemos futuro. Es mucho peor. Vivimos atascados en un presente perpetuo que todos dicen querer cambiar, pero cuyas causas siguen exactamente igual que cuando veíamos a Tato en la tele en blanco y negro y nos reíamos para no llorar. Veinticinco años sin Tato. Parece mentira que siga teniendo razón.