Tarifas subsidiadas y latrocinio
Sin duda que los aumentos de tarifas de los servicios públicos anunciados por el gobierno van a golpear en el bolsillo de la gente. Como crítica al macrismo diría que no luce justo ser gradualista en aumentar el mínimo no imponible y las escalas de ganancias y aplicar política de shock en materia de tarifas de servicios públicos. Claramente el ajuste sigue pasando por el sector privado en vez de bajar el gasto público. Pareciera ser que en Argentina los ñoquis son ciudadanos de primera y con más derechos que los ciudadanos que todos los días se levantan para producir, pero son tratados como ciudadanos de segunda que tienen que soportar toda la carga del descalabro dejado por el kirchnerismo.
Formulada esta primera aclaración, la realidad es que el gasto público en subsidios a la energía, al gas y al transporte público se disparó de tal manera que pasó de $ 8800 millones en 2006 a $ 245.000 millones en 2015, es decir, aumentó en casi 28 veces. El resultado de esas tarifas artificialmente bajas fue colapsar el sistema energético, tener rutas destruidas y la falta de mantenimiento en los trenes que derivó en la tragedia de Once, cuando no en casos de corrupción.
Lo que es importante tener en cuenta es que esos subsidios los paga la gente por medio de impuestos o el impuesto inflacionario. Pero lo paga indirectamente aquel que usa el tren, el subte o el colectivo en Capital Federal y Gran Buenos Aires y el habitante de Córdoba, Mendoza, Salta o Río Negro. Claro, el grueso del padrón electoral está concentrado en provincia de Buenos Aires y Capital Federal y, por lo tanto, el kirchnerismo tuvo algo en claro desde el inicio: les doy tarifas artificialmente baratas a este grupo de personas y me aseguro suculento piso de votos.
Tal vez se podría haber utilizado otro mecanismo para amortiguar el impacto de la suba de las tarifas, pero no le pasen toda la factura al gobierno actual: las subas son herencia K
El argumento utilizado por el kirchnerismo en su momento para sostener tarifas artificialmente bajas era que con lo que la gente se ahorraba de pagar en luz, gas, transporte y demás servicios podía consumir más. Más o menos como que le quedaba margen para pagar la cuota del celular, el televisor plasma o algún otro electrodoméstico.
Más allá de lo rebuscado del análisis, porque no hay tal cosa como un almuerzo gratis, alguien pagaba los subsidios para que hubiese tarifas artificialmente bajas, visto ahora con más claridad no sería extraño descubrir que en un futuro no muy lejano la justicia avance en los casos de corrupción y descubra que en rigor hubo una asociación ilícita para usar el estado en beneficio económico propio obteniendo fondos de la corrupción. Con lo cual uno podría concluir que, más que una teoría económica rebuscada esta de los subsidios o una sensibilidad social del kirchnerismo, lo que hubo fue una perversa fórmula por la cual trataron de mantener entretenida y contenta a la gente comprando electrodomésticos con lo que se ahorraban en servicios públicos y, mientras la gente se entretenía con esas compras, se perpetuaba uno de los latrocinios más grandes de los que se tenga memoria en la historia política argentina.
Insisto, tal vez se podría haber utilizado otro mecanismo para amortiguar el impacto de la suba de las tarifas, pero no le pasen toda la factura al gobierno actual por los aumentos que acaba de anunciar. Esto es una herencia k que, no debería sorprender, haya estado atada a una fiesta de consumo artificial mientras la corrupción destruía la economía, las instituciones y la moral de la Argentina.
Finalmente no sería la primera vez que el populismo use el pan y circo para entretener a la gente mientras sus jerarcas engrosan sus bolsillos con la corrupción.