¿Tanto vas a tardar, nene?
Todos los domingos se debe afrontar a un enemigo invisible que hizo de la demora un arte
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Hace años que existe una mafia que ni el periodismo ni la Justicia se encargaron de desenmascarar. Es un grupo sin organización aparente, que se rige por códigos no escritos y por técnicas obvias. Actúan a la vista de todos, como cualquier mafia que cuenta con la venia de una sociedad complaciente. Y contrario a lo que se puede suponer, no operan ni por el dinero, ni por la fama ni por el poder. Lo hacen por el placer que da la maldad, como simples villanos de historietas que tienen malicia y quieren reírse a carcajadas en su escondite. No les interesa vincularse ni con políticos ni con celebridades. No tienen un líder. Son una estructura horizontal de malhechores.
Con lo único que cuentan es con un nombre que los identifica: alcanzapelotas. El diccionario alternativo de la Real Academia del Fútbol define a los alcanzapelotas (llamados ball boys, en la literatura anglosajona) como “una organización descentralizada y desinteresada sin fines de lucro, cuyo único propósito es arruinarle la vida al hincha”. Y agrega: “Contrario a lo que su nombre indica, no alcanzan la pelota”.
No tienen cara ni nombre, es decir, no tienen DNI. ¿Usted conoce a algún alcanzapelotas? No, nadie, jamás. Son seres que no pasan los catorce años, que visten ropa deportiva y que en la semana juegan en las inferiores de su club. Ni siquiera califican como Pitufos, porque los Pitufos estaban diferenciados en Gruñón, Tontín, Filósofo y Fortachón, entre otros. La ciencia, que los estudió vagamente porque no es un tema que le interese, tampoco pudo dar precisiones sobre si crecen o sobre cuál es su alimentación, pero se estima que sobreviven a base de pebetes de jamón y queso del buffet y de la humedad que absorben del pasto.
Sí se sabe cómo actúan: cuando el equipo rival está apurado por poner la pelota en juego porque faltan dos minutos y necesitan un gol para empatar y soñar con el campeonato, los alcanzapelotas usan el superpoder de esfumarse. Donde antes había diez, ahora no hay ninguno. Poco les importa si tienen que hacer tiempo y perjudicar al cuatro de Banfield o al mismísimo Lionel Messi.
Su modus operandi de esfumarse cuando el resultado apremia fue cambiando con los años. Y ahora, ante el apuro de los jugadores rivales, los alcanzapelotas no solo están en su posición, sino que les tiran más de una pelota. Es decir, ahora el jugador no solo está apurado por hacer el gol sino por sacar las otras pelotas de la cancha. ¿Y qué pasa cuando el que está en desventaja es el equipo local? Los propios alcanzapelotas están distraídos, parados en cualquier lado o no tienen pelota para alcanzar. Los hinchas se tiñen de rabia: “¿Tanto vas a tardar, nene?”. Y sí, pasan los años, los presidentes y nadie hace nada. Impunidad garantizada.
La historiografía sobre ellos es escasa, pero se pueden rescatar tres momentos quiebre. El 1° de julio de 2012, el DT de San Lorenzo, Ricardo Caruso Lombardi, descubrió que un alcanzapelotas propio, de cabellos colorados, traía buena suerte. Tras lograr la permanencia del Cuervo en Primera, lo llevó en andas. Ese mismo año, el 27 de octubre, Gastón “El Gato” Sessa, entonces arquero de Boca Unidos de Corrientes, le pegó un pelotazo a una alcanzapelotas que le acercó un balón cuando ya tenía uno. Terminó en la comisaría. Finalmente, este año, una alcanzapelotas de River entregó rápido la pelota para que el Millonario hiciera el gol de la victoria. En resumidas cuentas, cuando quieren te salvan y, cuando no, te hunden. Como la mafia.
Todo esto está recopilado en un libro de próxima edición, titulado: “Breve historia de los alcanzapelotas, desde Pedro de Mendoza hasta el primer Perón”. El prólogo será del Gato Sessa siempre y cuando ya haya salido de la comisaría.