Sutiles y extraños sobresaltos
Sobre Un cementerio perfecto, de Federico Falco
Una literatura sin énfasis, pero de sutiles y extraños sobresaltos: así podrían definirse los relatos de Un cementerio perfecto, de Federico Falco (General Cabrera, 1977), en los que la forma "cuento" se deshace de rígidas estructuras o de la búsqueda de un efecto, para adentrarse en el devenir de la narración a secas.
Hay reminiscencias a las propuestas de Juan José Saer en torno al modo de contar y algo del tono del estadounidense John Cheever gravita en la literatura del autor, pero también algo más.
En los cinco relatos que componen el volumen es posible asistir a la delimitación nítida de un mundo narrativo propio, localizado en un pequeño pueblo cordobés. En él las referencias al paisaje y al ambiente se ensamblan, casi sin que nos demos cuenta, con las experiencias de los personajes, mientras que por detrás de escenas cotidianas laten los trazos definitivos de un destino, de una transformación, de una huida hacia la muerte, hacia el sexo o la reclusión ermitaña.
Falco logra con singular habilidad construir un espacio en principio despojado de connotaciones opresivas, pero del que sus personajes, finalmente, deciden por alguna razón salir eyectados.
El volumen se inicia con "Las liebres", un relato que maneja dos planos de realidad de manera perturbadora: la dimensión en que la vive "el rey de las liebres" en lo alto de las sierras, con su rutina de sacrificios de lebratos frente a sus súbditos animales; y una dimensión realista, en la que el rey no es otro que Oscar, un ex habitante del pueblo que decide abandonar todo vínculo con la "civilización" para vivir como misántropo salvaje en una cueva.
"Ya casi no estoy acostumbrado. Ya no me gustan esas cosas", le dice Oscar a su exnovia, Cristina, cuando ella lo encuentra en las sierras y busca tener sexo con él. En esas frases tan simples de "Las liebres" parece resumirse el abismo que media entre los dos planos de la narración.
En dirección opuesta a este ascetismo ermitaño, en "Silvi y la noche oscura", el despertar sexual de una adolescente –o, mejor dicho, su indisimulable calentura– configura, en su contraste con el mundo religioso de católicos y mormones, uno de los mejores relatos del libro. Porque aquí, junto con esa construcción sin grandes dramatismos del ambiente y sus habitantes (a pesar de que la densidad y la opresión social lleguen como efecto residual de la lectura), aparece también la vuelta de tuerca que le quita sordidez a un inicio sexual abrupto, casi expiatorio de la virginidad.
Más complejos en sus tensiones solapadas son "Un cementerio perfecto" y "La actividad forestal". En estos dos cuentos lo sucinto del argumento es inversamente proporcional a la expansión narrativa, a la apertura que la escritura logra entre lo acotado de los diálogos y lo que hierve detrás. En ese sutil goteo, incluso la inminencia de la sierra sobre la planicie termina connotando algo opresivo, una presencia pesada que se cierne sobre las cabezas de los personajes y que sólo aminora la amenaza cuando los personajes se permiten de algún modo ser: por ejemplo, cuando el viejo Wundt huye hacia los pinares de su pasado (y pasa de sentir el deslizamiento de las pinochas, unas sobre otras, "como si estuvieran enceradas", hasta encontrarlas a centímetros de sus pupilas como "una cresta de lanzas"); o cuando el arquitecto de los cementerios "perfectos" se acerca a la mujer que lo desea; o cuando la señora de Kim, en el último relato, "El río", corre tras el fantasma de una mujer.
La particular estética de Falco (autor también de los libros de cuentos 222 patitos y La hora de los monos), que hace uso de lo fantástico sin buscar adscribir al género, toca aristas profundas de lo real sin encajar del todo en el realismo y, finalmente, reduce a la irrelevancia categorías como "regionalismo", decanta en un universo ficcional atractivo, hábilmente adormecido sobre abruptos ripios de erotismo y soledad.
UN CEMENTERIO PERFECTO
Por Federico Falco
Eterna Cadencia
175 páginas
$ 240