Sustentables por partida triple
El Papa sostiene en la encíclica Laudato si que tanto la pobreza extrema, las inmensas desigualdades y las graves injusticias, así como la depredación planetaria, la contaminación ambiental y el calentamiento global son distintas formas de violencia en las que se manifiesta la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad. Y advierte que el consumismo obsesivo, la tecnocracia omnipresente y el inmediatismo egoísta son estilos de vida autodestructivos que solo podrían terminar en terribles fenómenos climáticos, desastres naturales o catástrofes sociales.
Por eso, hace un llamado urgente a romper la inercia del negacionismo, la indiferencia y la resignación, e involucrarnos en el surgimiento de una conciencia universal nueva. En definitiva, Francisco nos invita a una profunda conversión, de manera de recuperar los tres equilibrios ecológicos: el interno con uno mismo, el solidario con los demás y el natural con todos los seres vivos.
El concepto de sustentabilidad se refiere a la conservación de los equilibrios ecológicos que un comportamiento humano debe garantizar. Por lo tanto, seremos sustentables cuando nuestras acciones sean beneficiosas para nosotros, para nuestros congéneres y la naturaleza. Si nos convertimos en ciudadanos comprometidos, consumidores responsables e inversores conscientes, sin duda haremos un mundo sustentable.
En la medida en que nos percatemos del poder que tenemos cuando nos unimos, influiremos en nuestros gobernantes para que reorienten sus políticas públicas hacia la equidad/sustentabilidad. Una de ellas debería asegurar que el desarrollo intelectual, tecnológico y científico esté al servicio de la gente y el ambiente. Otra facultad de los Estados es implementar regulaciones para que la economía funcione como un círculo virtuoso. Así, cada bien o servicio tendría que ser útil, de calidad y saludable, con un proceso productivo compatible con condiciones laborales dignas, el cuidado del ambiente y una rentabilidad razonable.
En países que no han avanzado en estas cuestiones -porque los políticos son cómplices de los empresarios inescrupulosos- es difícil ser un "consumidor de impacto positivo". Ahora, sus habitantes pueden transformar la realidad interviniendo en el mercado -¡comprar es una manera de votar!- para lo que hay que estar dispuesto a ciertas incomodidades o renuncias, hasta que la presión sobre las autoridades y empresas dé resultado. Se debería minimizar el uso de vehículos de combustión (para reducir la toxicidad del aire que respiramos y la emisión de gases, que recalienta nuestra casa) y racionalizar el consumo de electricidad, mientras esta sea generada mayormente con quema de fósiles (los perjuicios del aire acondicionado merecen un capítulo aparte). También habría que abstenerse de adquirir algunos productos, como ropa de algodón y yerba mate, toda vez que sus costos sean abaratados con fumigaciones indiscriminadas o trabajo esclavo/infantil.
Además de que los gobiernos promuevan la producción sustentable y nosotros la apoyemos económicamente, hay otro modo de apuntalarla. En vez de invertir en entidades que dan créditos a quienes tienen como único objetivo maximizar rentas -por lo que causan todo tipo de externalidades sociales y ambientales-, podemos confiar nuestros ahorros a la Banca Ética. Esta articula a "buenos inversores" con emprendedores de rubros como agroecología y ecoenergías. En fin, solo sintiéndonos parte de un todo comprenderemos que el "mejor negocio" es el bien común.
Conductor del programa Integrantes por la emisora AM 1220