Superar la confrontación mezquina es la ambiciosa apuesta de Macri
Cooperación y confianza entre los argentinos son los ejes del nuevo programa del oficialismo, que deberá sortear históricos escollos
Terminó la transición y empezó la fase programática del gobierno de Macri. Que consiste esencialmente, si seguimos el argumento expuesto por el Presidente, en reemplazar juegos confrontativos, en que lo que uno gana procede de lo que pierden los otros, tan habituales entre nosotros y no sólo en el ciclo kirchnerista, por juegos cooperativos, en que todos ganamos un poco porque la torta se agranda, para lo que hace falta confiar en los demás y empezar cediendo algo, haciendo algún sacrificio. Que Macri les pidió especialmente a los poderosos y privilegiados. ¿Tiene chances de prosperar esta apuesta? Si atendemos a la reacción de los destinatarios inmediatos de la presentación del nuevo Macri en sociedad, sí. Todos aplaudieron a rabiar, se abrazaron y se fueron sonrientes.
Nada va a ser fácil. La buena disposición inicial de actores poderosos puede ayudar, pero ¿y si ese entusiasmo se troca en impaciencia y faccionalismo, los dos vicios más extendidos de nuestra vida en común?, ¿en reclamos de "ser fieles al espíritu de camaradería del 30 de agosto" dirigidos a proteger con nobles argumentos privilegios amenazados, y entonces las presiones cruzadas traban hasta los más módicos avances?, ¿o se frustran esos acotados pasos adelante con llamados a una nueva guerra santa, con la excusa de que "hay que apretar el acelerador en serio y dejarse de dar vueltas" o de que el cambio "fue copado por el bando contrario"?
Tanto desde el Gobierno como desde los grupos de interés, la oposición y la prensa puede abonarse el reformismo permanente, pero a condición de que se haya aprendido de los errores cometidos con anteriores entusiasmos pasajeros. Algo que no está garantizado en todos los casos. Aunque el Gobierno parece estar vacunado contra ese virus. Las palabras de Macri fueron medidas, sin euforia, advirtieron que "el cambio cuesta", que hay miedo, y sobre la inconveniencia de subirse al caballo y lanzarse al galope. "Estamos dando pasos nuevos, firmes, seguros", dijo al inicio. La ansiedad, ese mal argentino tan extendido como la viveza, no parece que vaya a ser alimentada desde el poder.
También Marcos Peña días atrás se atajó de esa amenaza con una explicación del gradualismo que avanzó varios pasos más allá de lo que hasta ahora el Gobierno planteaba al respecto: muchos creen dentro y fuera del macrismo que él abrazó ese método gradual y negociado para instrumentar los cambios porque no le quedó otra, no había estallado una crisis terminal a la salida del kirchnerismo, Cambiemos había ganado por poca diferencia en 2015 y no tenía ni tendría por largo tiempo mayorías legislativas propias; la sociedad, además, como mucho aceptaba módicos sacrificios porque nada parecía estar tan mal como para una cirugía sin anestesia.
Todo eso es más o menos cierto y significativo, pero Peña agregó una dimensión importante y hasta aquí poco atendida: explicó que el gradualismo garantiza la sustentabilidad de los cambios, cosa que en nuestra experiencia reformista ha sido el talón de Aquiles de los proyectos más audaces, en general marcados por la urgencia y el atropello. Menem es el mejor ejemplo para no seguir. Otro es Kirchner, un maestro en eso de andar a golpes de voluntarismo y heredarles a sus seguidores un mundo plagado de trampas. Los "cambios seguros" de los que habló Macri probablemente dejarán a los ansiosos insatisfechos, pero puede que duren más y eviten frustraciones de mediano y largo plazo.
Otra clave de la exposición del Presidente fue enlazar las inversiones productivas y el combate de la pobreza. La lógica del capitalismo abierto y competitivo con la de la justicia distributiva. No es algo nuevo, Macri viene desde hace tiempo machacando con el asunto, pero ahora adquirió plena centralidad, y sus palabras fueron mucho más precisas. Sonaron más o menos así: dejemos atrás el trajinado asunto del "gobierno de los ricos", de lo que se trata es de enlazar dos mundos escindidos y que se han venido alimentado, pero también debilitando, fruto de una fraudulenta confrontación; poner a los pobres contra los ricos le ha servido al populismo radicalizado no para avanzar con la justicia social, sino para volver a ambos dependientes de sus mediocres ofertas; a los empresarios, para que ganen todo el dinero que quieran, pero sometiéndose a la corrupción y las exacciones de corto plazo, con lo que sus inversiones se resienten y el empleo productivo languidece, bajo la amenaza de que las masas vayan a golpear a sus puertas a reclamarles por su insensibilidad; a los pobres, para que acepten que el mundo no les ofrecerá nada mejor que un plan social, un conchabo en el Estado, con suerte un empleo en negro, y todo por culpa de los malditos capitalistas.
Ésa ha ido una de las claves de la política confrontativa que Macri pretende dejar atrás. Que empresarios y sindicalistas lo entiendan y lo acepten será imprescindible si quiere tener éxito. Y para que lo entiendan y acepten la oferta tiene que ser realista y quienes la hagan tienen que ser confiables. Si no hay confianza, nadie va a sacrificar intereses de corto plazo que podría satisfacer siguiendo la lógica ya conocida, porque no va a tener seguridad de que será compensado en el mediano y largo plazo. Así que seguirán la inflación, la puja distributiva, la rigidez de las convenciones colectivas, la baja inversión productiva.
El Presidente cree que "los argentinos maduramos", así que podemos cambiar en serio. Que "esta generación" va a mirar al futuro y no va a estar atada a los fracasos del pasado. Pero debe saber que eso es sólo a medias cierto. Si llegamos a este punto es porque nos cansamos de esas confrontaciones y de ensayar iniciativas delirantes. Como sucedió ya en 1983, en 2002. Es porque las energías para seguir insistiendo en la irracionalidad de momento flaquean que optamos por algo más módico y sensato.
Además, Macri seguramente sabe que de los temas que hay que empezar a resolver, impuestos y gastos, empleo y calidad institucional, con sus ramificaciones, reforma electoral, gasto político, acceso igual a la Justicia, federalismo, blanqueo laboral, obras sociales, jubilaciones de privilegio y casi infinitos etcéteras, hay algunos que será difícil hacer caminar, otros en los que los consensos serán bastante costosos y sólo unos pocos que podrán avanzar sin muchos problemas. Por lo que lo de juntar a todo el mundo en un gran acuerdo de consensos básicos ha sido muy bonito, pero puede que haya sido la primera y también la última vez; ahora conviene organizar con detenimiento mesas de negociación bien diferenciadas, que avanzarán a muy distintas velocidades, y tratar por todos los medios de que los problemas que surjan en las más complicadas no contaminen las demás, lo que requerirá de una fina administración de reserva y publicidad, un arte político muy bien coordinado que puede sobrecargar bien pronto el ya comprometido cablerío de los tableros de control que él administra desde el vértice. El reformismo permanente es mucho más complicado de lo que parece y va a ser evaluado tal vez cuando la paciencia y el entusiasmo no abunden. Ojalá en el ínterin la confianza y algunos buenos resultados materiales hayan fructificado.
Sociólogo, historiador y doctor en Filosofía