Suerte o desgracia, la moneda está en el aire
La elección de Milei es una casualidad histórica y aún no está claro si ha sido una suerte o una desgracia. No son palabras mías. Lo dijo así, textual, Guy Sorman, economista y filósofo francés, un liberal clásico, en un indispensable artículo publicado el martes en este diario. Pido disculpas por arrancar la columna con una frase prestada. Lo hago porque denota la dirección incierta que tiene el extraño proceso político en el que estamos embarcados y porque resulta estimulante para ensayar, a partir de ella, algunas ideas. La frase alude al pasado (el triunfo de Milei en las elecciones) y se interroga por el futuro (¿suerte o desgracia?). Pero el hecho de que el porvenir no esté claro y se ofrezca abierto nos devuelve al presente, donde nos jugamos la posibilidad de remontar la caída o de perseverar en el declive en el que parecemos empeñados.
Puede que la irrupción de Javier Milei se deba a una “casualidad histórica”, como dice Sorman. De todos modos, repasar la suma de factores que llevaron al libertario a la presidencia acaso ayude a entender dónde estamos parados.
La pandemia marcó un antes y un después en dos sentidos. Por un lado, generó un rechazo a la intromisión de un Estado que restringía libertades mientras reincidía en la arbitrariedad y la corrupción. Por el otro, provocó una migración en masa a Internet y las redes sociales, territorio en el que creció la militancia libertaria y la figura de su líder al calor de un lenguaje violento. Todo mientras se derrumbaba la farsa del populismo kirchnerista, que dejó un país en estado terminal y una sociedad frustrada con un caudal grande de bronca. Esta bronca encontró un canal de expresión en el discurso desaforado de un hombre que proponía romper, motosierra en mano, con todo lo anterior.
Ese sentimiento social persiste. Ante un viejo orden corrupto que lucha por sobrevivir, en medio de una malaria durísima, late en el ánimo social el impulso de ir contra todo. Si yo caigo, que caiga todo alrededor, y en primer lugar aquello que odio. Este sentimiento nihilista, esta voluntad de quemar el futuro en nombre de una catarsis presente, se combina paradójicamente con un sentimiento de naturaleza opuesta que oscila entre la expectativa y la esperanza. Sin dejar de lado la indignación, los argentinos también quieren creer. Siempre lúcido, Guillermo Oliveto señala algo inédito: una sociedad reactiva a los ajustes como la nuestra aguanta ahora con paciencia, estoicamente, una recesión que se prolonga. Ve en ella no una condena injusta, sino un proceso doloroso pero necesario que lleva a un horizonte mejor. Así le confiere un sentido al padecimiento. Y por eso aguanta.
Nuestra sociedad está atenazada por estos dos sentimientos en pugna, que se solapan. Uno destructivo, fatalista, que clausura el futuro, y el otro constructivo, a partir del cual las privaciones son algo así como el aporte que se ofrece a la posibilidad de un mañana distinto. Se trata de pulsiones encontradas que, sin embargo, no resulta fácil discriminar. En distinta medida, quizá convivan en cada uno de nosotros y hasta en el propio Milei, que llegó a la presidencia precisamente porque pudo integrar en su persona estos dos sentimientos contradictorios. La pregunta clave, que podría definir la incógnita entre la suerte y la desgracia de la que habla Sorman, es cuál de los dos se impondrá. En Milei, en la sociedad y en cada uno de nosotros.
El Presidente oscila entre uno y otro, aunque vuelve siempre a la motosierra, quizá porque armado se siente más seguro. Si quiere construir, va a tener que dejarla durante un rato para liberar las manos y poder hacer. Con claroscuros en los que se confunden lo viejo y lo nuevo, la media sanción de la Ley Bases es un ejemplo de construcción. Aunque aquí el crédito le corresponde al comando acuerdista del Gobierno y sobre todo a la oposición de buena voluntad, que acompañó en la votación a pesar del menosprecio y los agravios que le llegan regularmente desde más arriba.
En su rechazo a la política y las instituciones, en el extremismo descalibrado de sus ideas libertarias, Milei cede a la actitud adolescente del “todo o nada”, que conduce a la catástrofe, la frustración o un nihilismo que clausura en lugar de abrir. Ese extremismo le impide aprovechar una oportunidad también inédita: promover un consenso amplio entre aquellas fuerzas o políticos que están dispuestos a dejar atrás el viejo orden. ¿O no es eso lo que quiere? Con un peronismo eclipsado por su mala praxis, ese consenso podría representar la consolidación de una alternativa verdaderamente liberal perdurable.
Hay un consenso aun más esencial. Lo propone Ira Sohn, profesor emérito de Economía y Finanzas de la Monclair State University (Nueva Jersey), en una carta de lectores publicada ayer en este diario. Allí dice que solo hay un remedio para nuestros males. La cura pasaría por crear “un consenso nacional para recuperar el país de manos de los cleptócratas”. Tiene razón. Siguen aquí, a lo largo y ancho. Pero conviene no olvidarlo: la única manera de destruir lo viejo sin perecer en el intento es mediante la laboriosa construcción de lo nuevo.