Sueños rotos
Tras las altisonantes decisiones tomadas respecto de las fórmulas presidenciales por los dos grandes actores que organizan la escena y la competencia política en la Argentina, Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri, los resultados de estas primarias a favor del Frente de Todos dan cuenta de que solo una se reveló eficaz para ampliar apoyos electorados, mientras que la otra logró robustecer su imagen ante los actores económicos, pero poco sumó en términos de votos.
Un gobierno que había perdido el control de las principales variables de la economía y que tuvo que hacer denodados esfuerzos para imponer a su candidato en estas elecciones frente a las presiones del mundo de los negocios fue hábil para atender ese flanco, pero perdió sintonía con buena parte de la sociedad, que en 2015 le había dado un voto de confianza. Resta ver si el Frente de Todos, que ahora tiene los votos, logra volver a ponerse en sintonía con esos actores económicos que parecían convencidos, hasta hace muy poco, de que el kirchnerismo había sido una desviación imperdonable del peronismo. Y resta ver la manera en que las élites económicas, desencantadas con lo que parecía ser, por fin, una fuerza política que los representaba, consiguen lidiar con una Argentina difícilmente gobernable al mirarla al espejo de países sin tradición industrial o con Estados de bienestar débiles.
Juntos por el Cambio llegó a estas primarias llamativamente competitivo para la situación económica y social del país. La posibilidad de una ventaja ajustada de la oposición lo colocaba en una posición expectante de cara a las generales de octubre. Sin embargo, los resultados dan cuenta de un retroceso significativo en todo sentido. En líneas generales, la propuesta discursiva del Gobierno parece haberse debilitado y, tras cuatro años de gobierno, es como si hubiese vuelto al punto de partida. En 2015, en las PASO, las tres opciones de Cambiemos habían sumado el 30,1%. Contra lo que podía esperarse luego de las elecciones de medio término de 2017, ahora ni la obra pública ni el rechazo a la figura de Cristina Kirchner sirvieron para que ese porcentaje aumentara significativamente. Al contrario, la polarización favoreció a su adversario, que obtuvo, en su versión reformulada y ampliada, casi diez puntos más que en 2015.
Dos evidentes fracasos del gobierno de Cambiemos radican, por un lado, en esa dificultad para ampliar sus apoyos electorales desde el gobierno, probablemente en virtud de la incomprensión de lo hondo que caló la crisis socio-económica en parte de sus votantes o al menos de los votantes desencantados del kirchnerismo. Por el otro, en no haber cumplido esa ambiciosa idea de rehacer la oposición a su imagen y semejanza, con un peronismo de centroderecha que marginara al kirchnerismo a una expresión anacrónica. En cambio, la polarización dio sus resultados en términos sistémicos y produjo un alineamiento partidario bastante más programático que el viejo bipartidismo argentino. En ese sentido, Juntos por el Cambio debería celebrar que, tras cuatro años de gobierno, es aún una opción electoral robusta para la centroderecha y mantiene al no peronismo en el centro de la pelea, aun cuando no se hayan cumplido los sueños más ambiciosos de quienes, al imaginar que rehacían las coordenadas de la política argentina, se ubicaban siempre del lado de los vencedores.
Profesor de la Unsam y autor de La larga marcha de Cambiemos