¿Sudarán y llorarán todos por igual?
La historia está llena de paradojas. Fernando Henrique Cardoso fue el delfín de Itamar Franco en las elecciones presidenciales de 1994. Cardoso fue el timonel que permitió la consolidación del Plan Real, instrumento que estabilizó la débil presidencia de Itamar, heredero del descalabro producido por la escandalosa destitución de Fernando Collor.
La relación entre Fernando Henrique e Itamar nunca fue buena. Y éste terminó renunciando al destino diplomático al que lo había confinado Cardoso, para reintegrarse a la vida política brasileña. El resultado fue la elección de Itamar como gobernador del importante Estado de Minas Gerais. Y allí la paradoja se completó: al decidir en forma unilateral el no pago de la deuda de Minas con la nación, le originó al gobierno de Cardoso la crisis que ha derrumbado al Plan Real y debilitado seriamente la fortaleza política del presidente. Ahora, la crisis que sacude a Brasil amenaza también a la Argentina y constituye una verdadera prueba de fuego para la viabilidad del Mercosur.
La cuestión es compleja: Brasil tiene un problema fiscal enorme; el nivel de corrupción, la evasión y el mal gasto de los dineros públicos se conjugan en la creación de una deuda mayúscula de sus Estados. Así, por caso, en el de Espíritu Santo se recaudan mensualmente 100 millones de reales, de los que casi el 95 por ciento se gastaba en el pago de sueldos. Para inducir a cambiar esto hace falta una cuota de poder político muy fuerte. Es lo que hoy, a un mes de haber comenzado su segunda gestión, Cardoso no tiene. La consecuencia es una situación explosiva y de final incierto. "Devaluar en las condiciones en las que hoy lo hace Brasil es como abrir la caja de Pandora; se sabe dónde se empieza pero no dónde se termina", decía la semana que pasó un analista político de San Pablo. Otro aspecto de clara comprobación es, una vez más, la disociación entre los hechos y las palabras. Al comienzo de este episodio, las declaraciones del ministro de Economía, Pedro Malán, fueron las obvias: "La situación está bajo control y no hay peligro de aumento de precios". La realidad es que, como siempre, las cosas siguieron, lamentablemente, otro camino. "Las mercaderías no van a aumentar", dijo Cardoso hace poco. Lo cierto es que, desde entonces, muchos negocios están no sólo remarcando los precios sino también trasladándolos a dólares.
Quienes tienen compras hechas a crédito están que tiemblan. Su presente y su futuro se han complicado de la noche a la mañana. Todos los días terminan debiendo un poco más que el anterior.
"El salario mínimo es de 130 reales. Yo gano 180", me decía la semana pasada el vendedor de una tienda de Salvador, en el Estado de Bahía. "Ayer eran 130 dólares, hoy son 110. Y no sé cuánto más se devaluará mi salario mañana". Es decir, el trabajador gana cada día un poco menos.
La crisis ha generado una verdadera guerra política entre el gobierno nacional y los Estados de Minas Gerais, Rio Grande do Sul, Mato Grosso, Acre, Amapa y Alagoas. El gobernador de Río de Janeiro, Antony Garotinho, dijo que el pago correspondiente a enero de la deuda con el Estado nacional era el último que iba a hacerse, si no varían las circunstancias: para la próxima cuota no habrá plata.
Ya aparecen represalias hacia los Estados morosos con el tesoro federal. Hay congelamiento y bloqueo de fondos que están afectando los servicios de educación y de salud. En un país con el impresionante nivel de desigualdad que tiene Brasil, ese déficit de fondos para la educación pública augura una mayor desigualdad. La proporción de jóvenes de entre 12 y 18 años que asiste a la escuela no supera el 40 por ciento.
Mientras esto ocurre en Brasil, el efecto que esos acontecimientos tienen sobre la economía argentina es claro y preocupante. Es siempre interesante observar las mutaciones en lo que expresan nuestros funcionarios. Comenzando por el presidente Menem -que frecuentemente produce irritación en la administración Cardoso-, hasta el equipo económico en general. Desde el "aquí no pasa nada" hasta el rosario de quejas posteriores, todo ha sido superado por la realidad. Las suspensiones en las fábricas de automotores, las proyecciones pesimistas acerca de la venta de alimentos, la reunión con los gobernadores y la de los legisladores con dirigentes de la industria, todo le señala a la conducción económica la envergadura de las dificultades del momento. El anuncio hecho el jueves por el ministro de Industria brasileño, Celso Lafer, de que su país continuará subsidiando las exportaciones, terminó de agravarlas.
Surge, ante esta situación, una serie de interrogantes trascendentes. El primero tiene que ver con la vigencia y la supervivencia del Mercosur. Esta iniciativa, el proyecto de política regional más ambicioso de América del Sur, está hoy fuertemente sacudida. La idea de un mercado común se basa en hipótesis de estabilidad que hoy los hechos desmienten. Es esta estabilidad la que permite la integración de las naciones; cuando ella se vuelve dudosa comienzan las idas y venidas, en pos de determinar formas de trabar el flujo libre de productos, ya que la competitividad se distorsiona totalmente. Y entonces la idea del mercado común se derrumba.
El otro gran tema es el de la globalización y sus consecuencias, hoy día imparables y, en muchos casos, injustas. Para nuestros países la globalización es un fenómeno de efectos alternos y espasmódicos. De la bonanza al caos no hay sino un paso; Brasil lo está viviendo en carne propia.
"Hay necesidad de conocer las formas de controlar las fuerzas desatadas por la globalización", afirmaban en estos días varios economistas de renombre internacional. Este mecanismo, el de la globalización, deriva de la libertad de movimiento que los capitales privados, en sus diversas formas, han adquirido en los últimos años. En un día pasan miles de millones de dólares de un país a otro, en busca de los mejores lugares para obtener mayores ganancias. En este ir y venir, las desigualdades se manifiestan constantemente y los riesgos son más altos para aquellos países que, como los que corresponden a los denominados mercados emergentes, siempre están a prueba. El efecto sobre las industrias nacionales es muy fuerte. Hay necesidad de mayor competitividad.
Desde un punto de vista académico, esto es inobjetable. El problema es que en el mundo real, tan humanamente imperfecto, esta competitividad no siempre obedece a leyes parejas ni es limpia. Y este hecho termina alterando la esencia del funcionamiento del mercado, generando, en muchos casos, consecuencias devastadoras con una gravosa secuela de desempleo y sus conocidas circunstancias de miseria y exclusión. Sobre estas cosas habló mucho el papa Juan Pablo II en su reciente viaje a México, alertando, una vez más, sobre los peligros del capitalismo salvaje, tan comprobables en nuestros países.
"En Brasil no habrá sangre pero sí lágrimas por lo que no fue hecho y sudor por lo que falta por hacer", afirmó el presidente Cardoso el pasado viernes. Ante tan dramática advertencia se plantean dos interrogantes clave: ¿a cuánto sudor y a cuántas lágrimas se refiere?, y ¿sudarán y llorarán todos por igual? Sólo el tiempo y los comportamientos humanos nos darán las respuestas.
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