Sudamérica debe interceder
En el vértice andino, ahí donde se encuentran Colombia y Venezuela, existe una situación delicada. Desde hace años, la relación de esos países se ha venido deteriorando, y en los últimos tiempos las tensiones son recurrentes y casi explosivas. A los estrechos lazos de Washington con Bogotá y de La Habana con Caracas se añaden la nueva condición de "socio global" de Colombia en la OTAN y el reforzamiento de los vínculos de Venezuela con Rusia, China, la India, Irán y Turquía. Si América del Sur pretende afirmarse como zona de paz, es clave enfocar la atención en el futuro de la relación colombo-venezolana.
En medio de un elocuente vacío de liderazgos reconocidos y convocantes debido a la primacía de las dificultades y fragilidades internas en los países de la región, es importante tener capacidad de iniciativa. Esto es disposición a generar alternativas, movilizar voluntades y alcanzar compromisos que puedan anticiparse a eventos críticos.
Como dos datos novedosos son el ensimismamiento de Brasil y el rechazo unánime a las amenazas bélicas de Trump, la Argentina entonces podría desempeñar un rol positivo sin ambiciones ni retóricas desmedidas. El aporte argentino a otras coyunturas difíciles entre Colombia y Venezuela es un buen antecedente. Entre el 9 y el 18 de agosto de 1987 se produjo un grave incidente, que pudo haber desembocado en una confrontación, a raíz del ingreso de una corbeta de la armada colombiana en aguas del Golfo de Venezuela (Golfo de Coquivacoa para Colombia), sobre las que no hay una delimitación aceptada entre las partes. El entonces presidente Raúl Alfonsín, junto a quien era secretario general de la OEA, jugó un papel fundamental para distender el conflicto. Años después, entre julio y agosto de 2010, se produjo una nueva crisis bilateral que llevó a la ruptura de relaciones por parte de Caracas. El despliegue del entonces secretario de la Unasur Néstor Kirchner, junto al discreto y efectivo comportamiento de Raúl Castro, contribuyó a acercar posiciones entre el entonces nuevo mandatario de Colombia Juan Manuel Santos y el entonces mandatario de Venezuela Hugo Chávez. Un detalle relevante en estos antecedentes: ni Alfonsín ni Kirchner se guiaron por razones ideológicas. Se trató más bien de una mezcla de motivos prácticos y principistas.
Buenos Aires tiene claros intereses en juego en ambas naciones: el retroceso en el proceso de paz y un aumento de los cultivos ilícitos en Colombia, así como una mayor radicalidad e inestabilidad en Venezuela (que alimente migraciones masivas y tentaciones golpistas), tendrían reverberaciones notables en la política argentina en medio de un duro ajuste económico y una previsible conflictividad social
No se trata de actuar en solitario, sino en el marco de una estrategia integral: sería bienvenida la capacidad de iniciativa socializada con otros gobiernos regionales de distinta orientación política. En Bogotá y Caracas, la Argentina tiene representantes diplomáticos sesudos. Es de esperar entonces que el Ejecutivo tenga la voluntad y la aptitud para concebir una política preventiva y calmada hacia esos dos países simultáneamente. Para esto, son esenciales la coordinación (hoy parecen existir varios cancilleres) y la convicción (y no los dogmas). La Argentina -el oficialismo y la oposición- no puede olvidarse de que una América del Sur en paz es esencial para su propio bienestar, su autonomía y su seguridad.
Profesor plenario de la Universidad Di Tella