La narrativa de los sueños
En la frontera de la vigilia, la dificultad para relatar el mundo onírico y las curiosas ventajas de hablar dormido
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Que ya me di las vacunas”, le digo a mi pareja. “Varias”.
“¿Cuáles?”, me pregunta él en un susurro.
“Las del Covid, obviamente, y, bueno, las que voy eligiendo. También me di muchas de Literalia”, le explico.
Me refiero a microdosis de relatos literarios, libros que se inoculan en el cuerpo como forma de consumo. Le describo detalles algo inconexos; menciono personas, algunas que conozco, y también desconocidas..
“¿Y qué otras vacunas te diste?”, indaga intrigado.
Después de un breve silencio, mi voz suena afligida: “No me di la de la memoria. Se ve que, por eso, no me acuerdo de las otras vacunas”. Sigue un murmullo inentendible y un rezongo que termina en suspiro. La respiración acompasada marca el fin de la conversación.
Lo que escucho es un audio de Whatsapp que me mandó mi marido anoche. Fue enviado a las 3.09 am.
Si no hubiera revisado mi teléfono apenas al levantarme, podría haber sucedido algo similar a lo siguiente: desayunamos juntos y él me pregunta: “¿así que soñaste con vacunas?”. Mi reacción inmediata habría sido de pudor, como ante la invasión a mi fuero más íntimo. La segunda, empezar a recordar el sueño, darle una forma posible.
Lo primero sucede hoy, pero lo segundo no, porque me escucho a mí misma. Lo que soñé me llega relatado.
Padecer esto que se llama somniloquia me ocasiona ciertos problemas e incomodidades, pero también me otorga privilegios. Sería injusto no reconocerlo.
Es inconveniente cuando molesto a los demás a mitad de la noche con conversaciones que resultan inconscientes para mí e inesperadas para los otros.
He tenido que avisar de mi condición en varias oportunidades para evitar sustos y confusiones: cuando me iba de campamento de chica, cuando venían amigos de mis hijos a dormir a casa, cuando en un viaje de trabajo compartía la habitación del hotel con una colega. No siempre me pasa, pero a menudo sucede, y es mejor alertar.
Casi como una regla de tres simple, al enterarse de que hablo (hasta) dormida y mantengo charlas, la mayoría de las personas me pregunta si revelo confidencias.
Los sueños tienen un gran poder. Para Freud fue la puerta de ingreso a nuestra psiquis, varios cineastas entendieron a sus películas como dispositivos para plasmar un registro visual de los sueños y hay quienes sostienen que son premoniciones.
Lo cierto es que contar un sueño no es nada sencillo. Ordenarlo en una historia, hacerlo caber en oraciones lineales, traspolarlo y darle una coherencia que no guarda relación con la arbitrariedad originaria -ese devenir desmaterializado, mezcla de sensaciones, razonamientos, percepciones-.
Lo cierto es que contar un sueño no es nada sencillo. Ordenarlo en una historia, hacerlo caber en oraciones lineales, traspolarlo y darle una coherencia que no guarda relación con la arbitrariedad originaria -ese devenir desmaterializado, mezcla de sensaciones, razonamientos, percepciones-
La narrativa de los sueños es como un parto forzado hacia otra lógica, la que instauramos como código común para la circulación de los relatos.
Cuando David Lynch -el creador de escenas oníricas si las hay- recordó su sueño y lo escribió en un papel, resolvió el guión de Terciopelo Azul. Paul McCartney cree haber compuesto Yesterday mientras dormía, Van Gogh pintaba sus sueños y personajes como Drácula, Frankenstein, Jakyl y Hyde fueron soñados por Bram Stoker, Mary Shelley y Robert Louis Stevenson.
Además de lo creativo, está lo cognitivo. Las neurociencias le prestaron atención a la capacidad de los sueños para consolidar experiencias y reafirmar aprendizajes, algo así como una actualización nocturna de nuestras aplicaciones. En tal caso, ¿rendir un examen sería como contar un sueño?
Anoche soñé un futuro donde dependeremos de las vacunas para salvarnos, para nutrirnos intelectualmente, para recordar y para setear nuestra identidad. Un modo de vivir en el que deberemos elegir con qué fortalecer “desde afuera” nuestro organismo. Claramente es una idea signada por la realidad pandémica que nos atraviesa.
Si callaba mientras dormía, si no me hubieran preguntado y grabado, si no me hubiese escuchado, ¿habría recordado este sueño? ¿así? ¿de otra manera? ¿o esta historia habría naufragado en mi privacidad?
Cuento confidencias cuando hablo dormida, sí. Algunas son revelaciones hasta para mí misma. Situada en la frontera con la vigilia, un territorio en el que no hay lengua madre, hago una traducción simultánea. Soy una enviada especial al “lugar donde suceden las cosas”, la corresponsal en mis propios sueños.