Storytelling político: Massa, el calculador derrotado
Una elección es una disputa narrativa por el poder, por eso, el coacheo es relevante. El problema es cuando ese coacheo no es creíble y el protagonista no logra ser natural.
Los seres humanos estamos formateados para captar cuando alguien nos quiere vender algo o cuando alguien está siendo sincero, es decir, que, aún con sus errores, no nos está queriendo mentir.
Si algo tiene Milei es que está todo ahí cuando habla: se pone colorado, se irrita, colapsa y repite: “o sea, digamos”. En algún punto, y a su pesar, le cuesta mucho dejar de ser auténtico. Interesantemente, este mismo aspecto lo limitó en el último tiempo de campaña, porque esa autenticidad era leída como agresiva, pulsional, descontrolada. Pero nadie dudaba de que no había acting ni coacheo ahí: la explosión era real y no prefabricada. Su verborragia ofensiva, no pocas veces le jugó en contra.
En esta campaña, entre otras muchas cosas, en términos comunicacionales la autenticidad frontal y torpe de Milei le ganó al cálculo milimétrico, manipulador y actuado de Sergio Massa.
La ciudadanía está destruida, cansada, pauperizada. Cuando uno está en esa situación detesta que le mientan o le sobreactúen cosas. Cuando los seres humanos estamos mal queremos y pedimos frontalidad. La verdad a secas. Sin más.
Massa ya traía el historial de caer siempre bien parado con su dudoso caleidoscopio moral. En efecto, había dejado muchos años atrás el hogar de sus padres kirchneristas y tuvo que volver porque su Microemprendimiento Renovador no había dado todos los frutos que él esperaba. Quien había prometido eliminar a los ñoquis ahora espolvoreaba la harina sobre la masa. Era uno más en la casa de pastas. Allí consiguió hacer lo que él sabe hacer como nadie: eliminar competidores internos y ser el único candidato de aquella fuerza.
Lo cierto es que las personas angustiadas quieren escuchar la verdad, aunque duela. Detestan las poses en sus líderes, porque esas poses muestran que no son como ellos, que no sufren y sienten como ellos. En suma, que no los entienden.
Cuando a una narrativa se le ven los hilos manipuladores pierde impacto. A nadie le gusta que lo manejen.
Durante las últimas semanas, Massa quiso insuflarle terror a la sociedad y la sociedad le contestó dándole el susto de su vida. Massa y sus estrategas de campaña no mensuraron que no hay nada que genere más miedo que una inflación galopante o caer en tu condición social. En la Argentina, hay médicos que son pobres, eso no existe en ningún país del mundo. Es una especialidad de la casa. Massa hizo mal las cuentas, no notó que no existe mayor dolor que ver a un hijo emigrar porque no tiene condiciones para permanecer. No hay plan platita para ese nudo en la garganta. Massa no se dio cuenta de que sufrir robos a diario en las calles o tener una tasa de pobreza histórica es lo más pavoroso que puede ocurrir.
A su campaña del estrés, le sumó su rostro falso para expresar emociones. Puede aprenderse todo un discurso de memoria, pero su rostro nunca termina de sentir lo que sus labios están diciendo. Esa disociación es letal. Sobre todo, si en el camino uno se burla de un joven de 18 años que era pasante y no consiguió renovar su pasantía. En ese mismo debate, mostró una capacidad inmensa para atacar y herir. Todos lo dieron por vencedor, pero no hubo en él ni una mueca de vulnerabilidad sincera ante su pésima gestión que hundió a millones de rostros en la pobreza.
Ayer, la ciudadanía dio el veredicto sobre su gestión económica y sobre su campaña de terror y el despilfarro. El gran simulador fue derrotado por un sujeto encendido que traspira cuando grita. Agotado, el ciudadano eligió al que lo tocó emocionalmente.
El boomerang del miedo se incrustó en la cara de su creador.
Filósofo, PhD, coach ejecutivo y experto en storytelling. Fue consultor de la Unesco