Sputnik V: la historia desconocida que condujo a la fabricación en el país
Pudo haber ocurrido por lo menos cinco meses antes, es cierto. Y en medio de la escasez de vacunas. Pero la administración de la pandemia viene siendo una concatenación de errores, aciertos, rectificaciones y análisis contrafácticos.
La firma del contrato entre Marcelo Figueiras, dueño del laboratorio Richmond, y el Instituto Gamaleya para la fabricación de la Sputnik V en la Argentina casi se frustra el año pasado justamente por la intervención de quien desde el principio fue el militante N°1 de esas dosis rusas, Axel Kicillof.
La historia empezó enrevesada y acabó circular: el convenio se firmó finalmente la semana pasada y el Gobierno se entusiasma ahora con el proyecto del empresario argentino. La inversión, de 80 millones de dólares, se sustenta en un pronóstico: si los cálculos del servicio de inteligencia nacional de Rusia son certeros, el Covid durará entre siete y 10 años más.
En el proceso hubo de todo. Necesidad sanitaria, ideología, alineamiento internacional, política partidaria y algún interés privado que quedó en nada. A Kicillof, que venía ya mirando la Sputnik V desde mediados del año pasado, no le entusiasmó en su momento enterarse por los rusos de que el gobernador de Tierra del Fuego, Gustavo Melella, había iniciado conversaciones con el embajador en la Argentina, Dmitry Feoktistov, para traer la vacuna y fabricarla acá.
Los operadores de Melella habían sondeado primero como socio local a Hugo Sigman, que rechazó la oferta porque ya estaba trabajando con AstraZeneca y Oxford, entre otros proyectos. El segundo intento de los fueguinos fue con Figueiras, que sí aceptó e incluso llegó a firmar desde Milán con el Fondo Ruso de Inversión Directa un acuerdo de confidencialidad. Envió el documento a Moscú pero, por motivos nunca aclarados, nunca los recibió de regreso.
¿Alguien había objetado en algún lado al empresario? Algo así. Pero no en el Kremlin, sino en el Instituto Patria: mientras Alberto Fernández y Ginés González García se entusiasmaban anunciando con Sigman la fabricación de la vacuna de AstraZeneca en las instalaciones de MabXience, en Munro, Kicillof acababa de convencer a Cristina Kirchner de que la Argentina tenía que apostar por la Sputnik V. Y directamente, fuera de lo que estuviera negociando Tierra del Fuego: “Tiene menos habitantes que un pueblo de la provincia de Buenos Aires”, justificó entonces en la intimidad el gobernador.
Lo que pasó más tarde se conoce. El 18 de agosto, seis días después del acto de AstraZeneca, Kicillof le mandó al embajador una carta felicitándolo por el hallazgo científico de Gamaleya. “La vacuna Sputnik V es un fiel reflejo de la importancia que reviste la inversión estatal en innovación, ciencia y tecnología a la hora de preservar el bienestar de nuestros pueblos”, le escribió, y se adentró en el requerimiento del producto. “Me permito expresar nuestro interés en poder tener acceso efectivo a la vacuna”, consignó, augurando una respuesta favorable: “Estoy seguro de que el pueblo ruso nos mostrará una vez más su espíritu solidario”.
La iniciativa del Gobierno no sólo excluía a Figueiras, sino que incorporaba una novedad del mundo privado: en la primera delegación oficial que viajó a Moscú para iniciar las conversaciones había representantes del laboratorio bonaerense HLB Pharma, sociedad que pretendía hacer de intermediaria y que finalmente, ante la difusión de irregularidades administrativas que se le descubrieron, fue desechada.
La relación avanzó entonces “de Estado a Estado”, pródiga en promesas incumplidas que llevaron a Alberto Fernández a celebrar, por ejemplo, la posibilidad de contar con “25 millones de dosis para el verano”, hasta un hecho más o menos reciente que cambió todo: el 2 de febrero, la revista científica Lancet publicó que los resultados de la fase 3 de la vacuna habían sido exitosos y eso multiplicó la demanda del producto en el mundo. ¿Cómo cumplir con todos los pedidos, si además Rusia tenía decidido destinar su producción primero a su mercado interno?
La industria volvió entonces a mirar a Figueiras, que se vería con Alberto Fernández dos días después, durante una visita del Presidente a la planta de Richmond en Pilar. Pero no fue tanto esa coincidencia -un acto organizado por el Ministerio de Desarrollo Productivo, que conduce Matías Kulfas, interesado en contactar al jefe del Estado con empresas que tuvieran alguna inversión- como una gestión de la firma Hetero Labs, grupo indio que trabaja tanto con Richmond como Gamaleya e hizo de nexo, lo que volvió a unir los planetas. Y el memorándum de entendimiento, que se firmó la semana pasada, fue esta vez celebrado por el kirchnerismo.
Si las estimaciones del gobierno de Putin aciertan, será además un buen negocio porque habrá que vacunar todos los años al 70% de la población mundial e, incluso si se descubriera un tratamiento, la medicación se elaboraría sobre la misma plataforma.