Soñar otra Argentina juntos, desde el interior
Las Ficciones de Borges son cuentos de naturaleza fantástica y policial. “Tlön”, “La lotería en Babilonia” y “El jardín de senderos que se bifurcan” parecen un preludio de la Argentina de hoy, donde se combinan hechos inverosímiles y criminales. Vivimos en una ficción, que afecta esencialmente una fibra: las reglas de juego del país, nuestras leyes e instituciones; dicen algo a lo que nadie hace caso. Para algunos es la inexistencia de seguridad jurídica; para otros, simplemente la ruptura del contrato social, que ha devenido un acuerdo espurio: voto contra prebenda, financiada por un grupo cada vez más reducido que cree en un acuerdo distinto, de otros tiempos y valores.
En un escenario de mediocridad y extremos, hay un tema al que no se le está prestando debida atención: el federalismo. Este concepto tuvo dos aspectos salientes en los últimos cuarenta años: la gran mayoría de las provincias de un mismo signo político, y la práctica de un vasallaje vergonzante al gobierno federal, donde la habilidad no fue gobernar bien sino la genuflexión o, en el extremo, la acción judicial. Lo primero es lo diferente: desde el 10 de diciembre nueve (son diez, pero en un caso no está claro si practica el oficialismo o la oposición) pertenecen a un signo político distinto al gobierno nacional.
Aquí hay una clave que puede marcar la diferencia para reconstituir el tejido del sistema institucional. Son dos artículos de la Constitución Nacional: el 124 (que permite la creación de regiones entre provincias) y el 125 (que refiere a la posibilidad de que firmen tratados parciales para fines tan variados como intereses económicos comunes, industria y administración de justicia).
El punto es sencillo y material a la vez: estas dos cláusulas pueden ser la llave para que los gobernadores rompan el maleficio que tanto daño ha hecho al país, con un federalismo auténtico y no de pacotilla. Una transformación desde dispositivos jurídicos dormidos, con consecuencias políticas y económicas que pueden permitir pensar un país distinto, de la mano de una doctrina (el federalismo) cuya falta de desarrollo ha sido una de las principales causas de nuestro retraso.
Porque van a existir dos dimensiones, que han sido llamativamente delineadas por el voto de la sociedad: una, el Estado federal, con una trayectoria desde extremos de continuidad o ruptura; la otra provincial (conformada por nueve gobernaciones por lo menos, sus senadores y diputados y decenas de intendencias) que, si se sabe aglomerar política y jurídicamente, puede empezar a sentar las bases para un cambio, a partir de una acción asociativa en materias fundamentales para el desarrollo, que puede tener un doble efecto positivo: integración y, a la vez, diferenciación.
Luego de sangrientas luchas intestinas, paradójicamente se impuso en la Argentina un federalismo de ficción, enmascarando en un centralismo que en tiempos contemporáneos dejó a las provincias dos alternativas: el sometimiento o el litigio. Por lo demás, puras quejas y poca eficacia. Es por eso que deben abrir una nueva dimensión desde la Constitución Nacional, reconfigurando esta doctrina, ejercitando sus facultades asociativas de profundas raíces históricas, con poderosas proyecciones que permitan soñar otra Argentina. Juntos, desde el interior.