Soñando con rebaños
MADRID.- Una de las majaderías más enconadamente repetidas desde hace doscientos o trescientos años es la que predica la existencia de unos supuestos caracteres nacionales que determinan de modo inamovible la forma de ser y pensar de los diferentes países. Aún seguimos oyendo que los andaluces son alegres; los alemanes, disciplinados; los gallegos, nostálgicos; los italianos, embaucadores, y los uruguayos, vaya usted a saber qué.
Desde luego, no niego que, por razones de educación común o circunstancias históricas compartidas, las comunidades humanas no puedan ofrecer un cierto aire de familia que las singularice muy grosso modo . Son rasgos, por otra parte, que varían de una época a otra. Valgan lo que valgan tales generalizaciones, lo que resulta obvio es que nada pueden decirnos sobre el concreto carácter de tal o cual inglés, francés o español individuales. En todos los lugares y en todas las culturas encontramos cualquier tipo imaginable de formas de ser personales. Nadie está programado por su etnia o su crianza para ser irremediablemente tal o cual cosa: sólo quien sueña con rebaños y no con personas piensa de otro modo.
Desde que el pensamiento político moderno trató de potenciar al individuo libre como sujeto creador de su propio destino entre los demás humanos, ha tropezado con doctrinas que ponen el elemento colectivo no elegido como determinación fundamental de cada vida personal. El siglo pasado vio surgir las doctrinas "racialistas" del conde de Gobineau, convencido de que los pueblos degeneran ineluctablemente cuando se mezclan unos con otros (lo cual, por otra parte, está pasando sin cesar desde el alba de los tiempos).
La identidad cultural
Este racialismo fue sustituido más tarde por el racismo seudocientífico que mide los cráneos y analiza el Rh con el fin de establecer genéticamente diferencias insalvables entre los grupos humanos, así como una jerarquía de aptitudes para desempeñar ciertas tareas políticas, técnicas o artísticas. Por supuesto, tales planteamientos son tan científicos como la astrología o la quiromancia, pero ello no ha impedido que en su nombre se hayan cometido las peores atrocidades a lo largo de todo nuestro siglo.
En la actualidad, el racismo biológico ha sido sustituido por otra especie de racismo cultural o étnico. Se supone que las culturas son realidades cerradas sobre sí mismas, insolubles las unas para las otras, y que cada una de las ellas es portadora de un modo completo de pensar y de existir que no debe ser contaminado por las demás.
¡Ojalá, dentro de cincuenta años, las invocaciones a la sacrosanta identidad cultural que debe ser a toda costa preservada políticamente sean vistas con el mismo hostil recelo con el que hoy acogemos las menciones al Rh o al color de la piel!