¿Somos o nos hacemos?
Los muchachos con mucha decisión y pocos escrúpulos intentaron robar a vecinos de Virrey del Pino, partido de La Matanza. No tuvieron suerte los ladrones, pues los atraparon. Los pusieron de rodillas en plena calle y los obligaron a cantar el Himno y el “Arroz con leche”. Dos veces se lo exigieron, pero ambas canciones quedaron truncas. Uno no sabía la letra del “Arroz con leche”, aunque podría justificarse esa ignorancia en virtud de la corta edad del delincuente frustrado. Lo lastimoso fue que ninguno de los dos supiera la letra del himno nacional. ¿No lo cantaban en la escuela? ¿Habrán podido ir a la escuela?
Hace un par de décadas, el periodista Mariano Grondona nos contaba una anécdota en su carácter de profesor universitario: “Hoy no puedo preguntarle a un alumno recién egresado lo que antes le preguntaba a uno que ingresaba”. Y todavía faltaban años para las pruebas educativas internacionales y su revelación de que, en la Argentina, muchísimos estudiantes de los primeros niveles de enseñanza no entienden lo que leen ni saben hacer cálculos matemáticos sencillos.
Buena parte de la dirigencia –de la izquierda, de centro, de derecha y del punto cardinal donde se quiera poner el ojo– basa sus discursos en la añoranza del país que fuimos y en acusar al otro de haber caído en el agujero en el que nos encontramos. ¿Y el mea culpa? Bien gracias. ¿Y las soluciones que nunca aplicaron o contribuyeron a buscar? Como diría uno de los personajes de Holly, de Stephen King: “Dios, ayudame a dejar las harinas, pero no hoy. Me gustan mucho”.
Nos enojamos cuando desde afuera nos critican feo. El problema no es lo que dicen, sino la generalización. “Los argentinos son una manga de ladrones, del primero hasta el último”, aseguró en 2002 el entonces presidente de Uruguay, Jorge Batlle, sin darse cuenta de que habían quedado abiertos los micrófonos de la agencia Bloomberg. Siete años después, su compatriota candidato a presidente José “Pepe” Mujica fue mucho más allá. “No hay que “creer que la Argentina es un pueblo de tarados; tienen una intelectualidad potente, pensadores importantes, ¡vamos!”, decía, pero también creía –y acaso siga creyendo– que somos “un país que se despedaza al pedo” y en el que “la institucionalidad no vale un carajo”. Mujica es un refranero en sí mismo. A esas declaraciones formuladas a Alfredo García para su libro Pepe coloquios, se suma su visión sobre los Kirchner (“son una patota”), sobre Carlos Menem (“un mafioso y un ladrón”) y sobre los radicales (“son tipos muy buenos, pero unos nabos”).
“Dios, ayudame a dejar las harinas, pero no hoy. Me gustan mucho”
No se la agarre, querido lector, con los amigos uruguayos porque no fueron los únicos en calificarnos. Basta con leer la excelente recopilación “Los argentinos ante los ojos de propios y extraños”, que Jorge Vanossi presentó durante una sesión de la Academia Nacional de Ciencias Políticas y Morales, de la que justo hoy se cumplen 30 años.
Allí recuerda que, para Jorge Luis Borges, los argentinos tenemos un afán de pasar por inmorales antes de que se nos tome por zonzos, y que a Charles Darwin le llamaba la atención que los argentinos ayudaran al delincuente a escapar y que fuera tan común el soborno a los funcionarios.
Recuerda Vanossi que Eduardo Wilde hablaba de la afanosa búsqueda del argentino “de un acomodo, donde se trabaje poco, se gane mucho y donde todo se cifra en la cartita de recomendación” y de la frase ya célebre de Jacinto Benavente, cuando al subirse al barco y ser acosado por los periodistas que le reclamaban formular algún juicio sobre nuestro país, los chicaneó con la frase “armen la única palabra posible con las letras que componen la palabra ‘argentinos’”. Los hombres de prensa aceptaron el reto. El resultado: “ignorantes”.
Y, claro está, como no recordar la exhortación de José Ortega y Gasset “argentinos a las cosas”, sobre la que Vanossi recuerda que no tuvo por objetivo ser una reprimenda, sino una invitación a dejar de “resbalar sobre toda ocupación o destino concreto”, a darse con plenitud, a dejar de estar a la defensiva.
Pero hay un dicho preferido por el autor de esa recopilación. Pertenece a Eduardo Mallea: “La Argentina es un país lleno de palabras”, publicó el escritor en 1962, aunque venía madurando esa reflexión desde 20 años antes. Una repasadita de apenas las últimas semanas sobre muchos de los discursos en el Congreso confirman que Mallea tenía algo de razón.
Sostener la pelea por la pelea misma y seguir acariciándonos el ego para finalmente hacer nada es no haber entendido la advertencia de muchos de estos personajes a los que les dolía la Argentina parsimoniosa, torpedeada y autodestructiva. Algunos deben haberse preguntado incluso si, teniendo todo lo que tuvimos, si abriendo todos los caminos que abrimos y pasado todas las que pasamos, ¿somos o nos hacemos?
La columna de Carlos M. Reymundo Roberts volverá a publicarse el 6 de julio