Sociedad abierta o sociedad tribal: la historia cambia, el dilema no
Sujeción o ciudadanía, obediencia o responsabilidad; de esto se trata en Ucrania ahora como en Polonia antes, con Putin como con Hitler, en la Argentina ayer y hoy; no es una cuestión de “derecha” o “izquierda”
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Si fueran consecuentes, los peronistas gritarían :”¡Rusos, go home!” frente a la embajada de Moscú; los kirchneristas desfilarían con pañuelos blancos bajo sus balcones. ¿No son guardianes de la “soberanía nacional”, campeones de los “derechos humanos”? ¿Hay soberanía más negada que la ucraniana, derechos humanos más violados que los ucranianos? Detalles espantosos emergen de los territorios liberados de la ocupación rusa: matanzas, torturas, violaciones. En tiempos en que se invoca el “diálogo”, sería un buen mensaje: sobre los “fundamentos”, sobre la dignidad humana y la democracia, todos estamos de acuerdo. Pero no, eso no pasará, el embajador ruso puede dormir tranquilo. Siempre tan locuaces, indigenistas y curas villeros, sindicalistas y colectivos estudiantiles, militantes ecologistas y grupos feministas callan: cada uno, a su jardín; ¡ay de mirar en el del vecino! Siempre listos para marchas y tomas, misas de desagravio y feriados por decreto, ante estos temas no hay nadie que se indigne, exija, proteste. ¿Por qué?
Porque no creen en ello ni han creído nunca, dirán algunos. Comprensible. Invocar valores universales en defensa de intereses particulares es el deporte más antiguo del mundo: mi soberanía nacional es sagrada, la de los demás depende; los derechos humanos son inviolables, si no los viola un amigo; la paz primero, según el caso; viva la democracia, si me conviene. ¿Cuántos “héroes” humanitarios hemos visto abrazar a odiosos tiranos? ¿Cuántos “pacifistas” aclamar a íconos violentos? ¡Cuántos sofismas para defender lo indefendible, justificar lo injustificable, tratar como verdugo a la víctima! Déjà-vu. Abanderado de los “oprimidos”, Fidel Castro celebró la invasión soviética de Checoslovaquia. ¿Qué importa? La fe es más fuerte que la vergüenza, digiere mejor que los avestruces, se levanta siempre pura de sus miserias.
La verdad, sin embargo, nos guste o no, es que muchos creen en ello, creen en serio defender la soberanía y los derechos humanos ensañándose contra Ucrania, que resiste, y justificando a Rusia, que agrede. Lo que es peor, mucho peor, porque si el cínico puede en algún momento tomar nota de la realidad, el creyente siempre la doblegará a la fe, a costa de prostituir las palabras, de llamar libertad al fascismo, democracia al comunismo, derecho al abuso y progreso a la peor nostalgia reaccionaria. Así fue entre las dos guerras, así es hoy. Al fin y al cabo, ¿qué es un siglo de diferencia ?
Arreciaban entonces como arrecian hoy frenesíes identitarios y tormentas patrióticas, catastrofismos anticapitalistas y cruzadas antiliberales, reacciones antiglobalistas y anuncios apocalípticos. El “populismo de derecha” era nacionalista; el “populismo de izquierda”, comunista. El arquetipo del primero era el fascismo; el del segundo, el estalinismo. Como los populismos de hoy, los populismos antiguos se odiaban, pero sabemos que ninguna pasión es más cercana al amor que el odio: palabra de Molotov, palabra de Ribbentrop. Lázaro Cárdenas se inspiró en ambos para consolidar la “dictadura perfecta” mexicana: corporativismo político y estatismo económico. Desde Bolivia hasta Cuba, desde Chile hasta Brasil, ¡cuántos corazones latían por el Eje, cuántos por el Ejército Rojo! Veinte años después palpitaron por Castro, luego por Chávez, incluso por Ahmadinejad. ¿Por qué no por Putin? ¿Derecha? ¿Izquierda? Nadie lo explicó mejor que el padre Benítez, mentor de Eva Perón: el peronismo es “un comunismo de derecha”; lo que es como decir un “fascismo de izquierda”.
Como hoy, entonces los unía el enemigo común, el “enemigo eterno”: “plutocracia demoliberal”, la llamaban, “oligarquía neoliberal”, la llaman. El lenguaje refleja las genealogías históricas de quien lo usa. En suma, el “enemigo” fue y es el Occidente laico y racionalista, la civilización burguesa e individualista, son sus admiradores en el mundo, sus predicadores que atacan la “pureza” de los “pueblos” y sus “culturas”. Hija de Juan Calvino y de John Locke, tronaba un célebre jesuita porteño, esa civilización es culpable de haber destruido el orden cristiano medieval, jerárquico y corporativo; un pueblo, una fe, un líder: ¡ese sí que era bueno! De ahí el anticuerpo populista: la cruz habitual del habitual Estado ético, la espada habitual del habitual colectivismo. Así, a la “derecha” se unen, como antaño, nación y religión, y a la “izquierda” se unen nación y “pueblo”. “Pueblo” que, huérfano de la “clase”, se volvió “etnia”; la etnia, “cultura”; la cultura, “religión”. ¿Serán tan diferentes entre sí? ¿Serán tan diferentes a los de entonces? ¡Se entiende que a todos los cautive tanto Putin! ¿Lo admira más Evo Morales o Nayib Bukele? ¿Jair Bolsonaro o Lula da Silva? De Orban a Podemos, de Vox a Grillo, de Meloni al Papa, no hay quien no lo haya cultivado y cortejado, halagado y alentado; algunos por pusilánimes, otros por cómplices.
La Argentina no es ninguna excepción. Partiendo de polos opuestos, unos invocando el bolivarianismo y otros el trumpismo; algunos arremetiendo contra la “tiranía de las finanzas” y otros contra la del “género”, kirchneristas y “libertarios” convergen insultándose hacia un mismo punto. Lean sus blogs. Todo el mundo encuentra en Putin lo que busca: unos, el antioccidentalismo barato; otros, el moralismo mojigato. ¿Quién más que él odia como ellos al Occidente “ateo y libertino”? Así lo llamaba un ferviente filósofo católico. Consternado por la grisura democrática de su ribera rioplatense, celoso de los notorios triunfos de los vecinos de enfrente, se definía como un “peronista uruguayo”.
Ante una crisis similar a la de la Segunda Guerra Mundial, ¿la Argentina seguirá los pasos de entonces? ¿Está apostando, otra vez, a un futuro antioccidental? ¿No es todavía suficientemente evidente el efecto trágico de esa elección obtusa, trágico para el desarrollo, la democracia, la reputación? ¿Qué cuento enseñan en las escuelas? ¿Explican acaso que la “tercera posición” era una vieja idea fascista contra los valores democráticos y liberales? El mundo democrático liberal es a veces mediocre e irritante, injusto y petulante, farisaico y presuntuoso. Pero ¿los otros? ¿Lo odian por sus vicios o por sus virtudes? Después de todo, es el único que permite expulsar en paz a los malos gobiernos, juzgar a los gobernantes corruptos, defenderse de los abusos del poder, tratar de construirse un proyecto de vida sin coacciones aplastantes. Sujeción o ciudadanía, obediencia o responsabilidad: de esto se trata, ni más ni menos, en Ucrania ahora como en Polonia entonces, con Putin como con Hitler, en la Argentina ayer y hoy. No es una cuestión de “derecha” e “izquierda”, sino de Atenas o Esparta, de sociedad abierta o sociedad tribal. La historia cambia, el dilema no.