Sobre los valores y la neutralidad
Ante la competencia estratégica entre Estados Unidos y China y bajo las emociones que genera la ruptura del orden internacional provocada por la invasión rusa de Ucrania y por las acciones de guerra en Medio Oriente, se ha iniciado un tibio debate sobre la conveniencia o posibilidad de no alineamiento de países como el nuestro, que no son ni potencias ni insignificantes.
La política exterior de los países es una mezcla de valores e intereses nacionales. Los valores son los que permiten la convivencia y el desarrollo en paz, que en el caso argentino son y deben ser los de nuestra Constitución: derechos humanos, democracia, Estado de Derecho, respeto del derecho internacional o, en otras palabras, dignidad y libertad de las personas, limitaciones al poder arbitrario, relaciones con todos los países. El principal interés nacional es el desarrollo en paz y sostenible en el tiempo.
EE.UU. tiene valores semejantes a los nuestros en su Constitución, pero ese país, China, la India o Rusia tienen además un interés nacional negativo: el miedo a que la otra potencia sea más poderosa que la propia. Potencia y poderosa tienen que ver con el poder; con imponer la propia voluntad o que no te impongan la ajena (no son ambas cosas lo mismo). Simultáneamente, en un mundo donde la letalidad de las armas haría que en una confrontación abierta desaparezca el planeta, China, EE.UU. y los demás países saben que deben limitar ese conflicto, como sucedió en la Guerra Fría. En ese contexto hay que analizar el alineamiento con uno o varios países o la neutralidad.
La Argentina, hasta su nacimiento, formaba parte de una potencia mundial, España. Las potencias mundiales juegan el juego de la confrontación internacional. La Argentina, cuando se independizó, siguió jugándolo, no fue neutral. No lo fue cuando se le ocurrió liberar Chile y Perú y Ecuador y toda América junto a Bolívar, ni cuando frenó al imperio portugués para que no se fagocitara al Uruguay. Más tarde, en la Primera Guerra Mundial, con la conducción de don Hipólito Yrigoyen, pasó a la neutralidad. La Argentina no tenía intereses de poder en Europa, aunque sí tenía el interés comercial de venderle sus producciones y comprar cosas que necesitara, y la guerra afectaba ese interés. La neutralidad lo defendía. La Argentina se hizo rica durante la guerra vendiendo alimentos y acumulando oro. En la Segunda Guerra, en cambio, la neutralidad argentina consolidada por el golpe militar del 43 se transformó en algo diferente, porque mostraba simpatía por un posible ganador. A veces la neutralidad es alineamiento. No es lo mismo ser neutral que ser un no alineado, sabiendo que el no alineamiento beneficia a uno de los contendientes, que es como decir “querría ser tu socio, pero, como no puedo, te daré mi no sociedad con los otros”. Los posibles socios eran Hitler y Mussolini y muchos creían que podían ganar.
En la Guerra Fría, las grandes potencias ya sabían que la confrontación directa podía destruir el planeta y entonces optaron por una confrontación indirecta, en escenarios periféricos, Vietnam, África o América Latina. Esa realidad afecta la neutralidad de terceros países, cuando la guerra se traslada a ellos porque las grandes potencias buscan consolidar zonas de influencia, que son zonas en las cuales se impone la propia voluntad. La posibilidad de neutralidad desaparece y el no alineamiento pierde sinceridad.
En estas condiciones, lo mejor es ser adultos y decirse la verdad. La Argentina tiene los valores que tiene su Constitución y todos deben saberlo. Tenemos esos valores porque creemos que son los que favorecen la paz y el desarrollo sostenible en el tiempo. Cualquiera que sea quien los amenace, debe saber que en su defensa no podemos ser neutrales. Nuestro interés nacional es trabajar para consolidar con nuestros vecinos una zona de paz y para que no haya confrontación o, si la hubiere, para que no nos quite ni el territorio ni los valores constitucionales.
Expresidente provisional del Senado (2015-2019); sherpa argentino ante el G-20