Soberbia literaria
En 1960, Alexis Saint-John Perse, poeta antillano, recibió el Premio Nobel de Literatura. Sostuvo, en esa ocasión, que el hombre de ciencia y el poeta "se plantean idéntico interrogante, al borde de un abismo común, y sólo los modos de investigación difieren. ¿Cuál de los dos va o viene de más lejos? Y de esa noche original en que andan a tientas dos ciegos de nacimiento, el uno equipado con el instrumental científico, el otro asistido solamente por las fulguraciones de la intuición, ¿cuál es el que sale a flote más pronto y más cargado de breve fosforescencia? Poco importa la respuesta. El misterio es común".
Hay sin embargo quienes, desoyendo esta reflexión colmada de humildad y sabiduría, pretenden que la respuesta sí importa y que es el poeta quien está llamado a llegar "más lejos" en el arte de expresar lo que la vida del hombre tiene de conmovedor, enigmático y complejo. Es en la ficción, afirman los promotores de su presunta supremacía, donde la existencia alcanza a verse reflejada y comprendida con hondura sin igual. Las llamadas Humanidades, en cualquiera de sus vertientes -aseguran-, no pueden brindarnos lo mucho que sobre ella logra transmitirnos la literatura de ficción.
Una tenaz y prejuiciosa tradición anticientífica, empecinada en homologar lo racional al racionalismo, es incapaz de advertir que la filosofía y el psicoanálisis, al igual que la historiografía, la sociología y la antropología, se han convertido en prácticas y modalidades discursivas que revolucionaron el conocimiento y la comunicación de los conflictos humanos. Son incontables los ficcionistas persuadidos de que los hombres de ciencia terminan por sacrificar la elocuencia posible de su palabra en el altar de una coherencia espectral, despersonalizada e inhábil para subyugar a sus lectores como puede hacerlo un poeta, un cuentista o un novelista. ¡Como si La comedia humana de Balzac hubiese llegado "más lejos" y de mejor modo a la meta propuesta que, pongamos por caso, La interpretación de los sueños , de Sigmund Freud!
No creo que haya nadie sensato que pueda negar lo mucho que la conciencia, la educación y el deleite de leer deben a la ficción. Aprendemos a ver, a vernos y a comprender la realidad que nos circunda, tanto como la que podemos presentir sin ser capaces de concebirla, gracias a la incidencia que sobre nuestro espíritu ejerce la palabra de los grandes cuentistas, novelistas y poetas. Pero no es menos relevante el influjo que sobre nuestro modo de aprehender el valor y el significado de las cosas y de nuestra propia vida logra la palabra de la ciencia, ya nos refiramos con esta noción a las disciplinas antes nombradas, a las físico-matemáticas o a las ciencias de la salud. Por lo demás, la poesía suele darse a conocer de muchos modos. No todos son, en igual medida, accesibles para todos, pero ninguno de ellos es, necesariamente, superior a los demás.
Cualquiera que esté familiarizado con el pensamiento de Jacques Lacan o el de Martin Heidegger reconocerá la cercanía que con ellos guardan las siguientes líneas de Claudio Magris, a propósito de ese gran novelista que fue Hermann Broch: "La poesía es para Broch el gesto que, en las fronteras de lo inexpresable, muestra lo que está más allá de esa frontera -«más allá del lenguaje», como dice la última frase de La muerte de Virgilio . Más allá de esas fronteras está el absoluto y la poesía no puede alcanzarlo, pero puede conducir a los hombres hasta ese umbral, señalándoles que lo que cuenta de veras está más allá de él, pero recordando que la razón y la moral prohíben definir presuntuosamente lo indecible, como hacen en cambio los falsos profetas".
La belleza no es atributo exclusivo de ninguna forma de comunicación, sino, siempre, fruto de un vínculo, de una relación de afinidad sustantiva entre alguien y algo determinado que se traduce en un efecto de intensidad única y de revelación privilegiada. Que se nos escape la hermosura de un planteo matemático, sociológico, histórico o de filosofía política no significa que ella no palpite, plena de vida, en ese planteo. Por eso, seguramente, el poeta Fernando Pessoa advirtió: "El binomio de Newton es tan hermoso como la Venus de Milo;/ lo que pasa es que poca gente se da cuenta".
Incluso cuando se ponderan los procesos creativos se advierte hasta qué punto ellos son similares, por no decir idénticos, en la ficción, en las ciencias sociales, en las ciencias "duras" o en el psicoanálisis. La producción de una obra científica o cercana a la ciencia responde a los mismos procedimientos, alternativas, balbuceos iniciales y vaivenes que un cuento, un poema o una novela. Luces y sombras, idas, vueltas y estancamientos, vacilaciones, ideas precarias, enunciados truncos, sentidos difusos e intuiciones tan intensas como efímeras se alternan con pasos firmes, momentos agraciados, conceptos fluidos y aciertos perdurables, tanto en la indagación teórica como en la plasmación de un personaje o de un verso. Crear es animarse a frecuentar un caos originario que sólo con el tiempo y un arduo trabajo de organización ulterior alcanza, de a poco, a perfilarse como un cuerpo articulado. Hay, en este sentido, y para escándalo de más de uno, correspondencias profundas que desmienten la presunción de que el científico avanza sobre andariveles bien perfilados desde el comienzo de su labor. Al igual que en el caso del poeta, los dictados de la intuición y el acaso, las propuestas repentinas e inspiradas se despliegan, en las ciencias, en un primer movimiento espasmódico, cercano a la "anarquía", según la certera caracterización de Albert Einstein retomada por Paul Feyerabend. Sólo mucho más tarde el método logra encauzar los hallazgos iniciales.
Es más que evidente que las ciencias sociales, el psicoanálisis, la filosofía y la historiografía inciden, entre otras disciplinas, sobre la autocomprensión que una época puede alcanzar de sí misma. Contribuyen, al igual que la literatura de ficción -y no en menor medida que ella-, a promover, ampliar y profundizar tanto lo que se entiende por realidad como las emociones y creencias que ese entendimiento suscita. Por eso, con respecto al conocimiento del hombre, no cabe decir que alguna de ellas llegue "más lejos" que las demás o con más elocuencia, sino de otro modo y con su propia potencia expresiva.
Es igualmente inexacto afirmar que las obras maestras de la literatura de ficción gozan de una popularidad con la que no cuenta la literatura de ideas. Samuel Beckett, James Joyce, Ezra Pound, Jorge Luis Borges, João Guimarães Rosa e, incluso, Dante Alighieri, John Milton, Goethe, Sófocles o Catulo siguen siendo escritores frecuentados por estrictas minorías. Por minorías tan selectivas como las que disfrutan la palabra de Raymond Aron, Hans Küng, José Luis Romero, Eric Hobsbawm, Gregorio Klimovsky, Thomas Kuhn, Stephen Hawkins, Gaston Bachelard, Ulrich Beck, George Steiner, Ilya Prigogine o Bertrand Russell. El pensamiento, por desgracia, cuando no es convencional, difícilmente alcanza a despertar interés masivo.
Platón expulsó a los poetas de la polis ideal por estimar que su palabra en nada contribuía al conocimiento indispensable ni al fortalecimiento de las virtudes cívicas exigidas para una justa administración del Estado. Hoy son muchos los cuentistas, poetas y novelistas que confunden aquello que valoran con lo que mayor reconocimiento merece. Parecerían buscar el desquite tratando de barrer de su polis idealizada cualquier tentativa de admitir y celebrar que la hermosura y el hombre habitan en la imaginación conceptual con tanta potencia como en la ficción.
¡Cuánto ganaría, en términos democráticos, en sensibilidad, y en lucidez, una concepción de la cultura que en lugar de seguir creyendo en la existencia de una modalidad suprema capaz de conocer y manifestar al hombre promoviera el valor del pluralismo expresivo! ¿O no tenía razón Arthur Koestler cuando decía que "todos combatimos contra una mentira entera con sólo media verdad"?