¿Sirve que el Papa sea argentino?
Le habrá servido a la Argentina tener un papa de su propia nacionalidad? ¿O al final le complicó la vida? El país celebró con alegría que uno de los suyos llegara a un sitial tan alto. Después vinieron las preguntas y las dudas. Cada gesto y cada palabra del papa Francisco permiten una lectura distinta según a quien afecte.
La reciente visita del presidente Mauricio Macri al Vaticano reavivó ese debate, ya que el rostro adusto del Papa, en contraste con una mayor cordialidad exhibida ante la anterior presidenta, dio mucho que hablar.
La pregunta podría extenderse a todo el continente y evaluar si es bueno tener un papa latinoamericano. Las respuestas cambiarán según las tradiciones religiosas de cada país y la importancia que el catolicismo juega en su política. Sin duda, ayudan el estilo descontracturado de Francisco y una sensibilidad que se asimila a las distintas culturas americanas. El Papa hablará con típico acento porteño, pero al final es el mismo castellano de los mexicanos, los cubanos, los peruanos, los bolivianos.
La religiosidad de cada país también pesa. La eventual visita de un papa que conoce bien a muchos de sus obispos y curas generará gran algarabía en Uruguay. Pero tendrá poco efecto en su vida política, más allá de cuantas sonrisas reparta o retenga. Nadie repara en esos detalles en un país de fuerte tradición laica. Al igual que en Uruguay, en Chile hay separación entre Iglesia y Estado, aunque por ser un país tan católico mucha gente ni siquiera lo sabe. De todos modos, por vecino que sea el Papa, el solo hecho de no haber nacido allí ni vivido el ajetreo cotidiano de la política chilena hace que su influencia se relativice.
El problema, además, es que se habla mucho de una supuesta simpatía papal con el peronismo. Tema que sus compatriotas sabrán cómo manejar, como parte de su discusión nacional, pero no así los países vecinos, a los que nunca les fue fácil convivir con esa visión peculiarmente argentina de la política.
Cuando los papas eran italianos, vaya si pesaban en el quehacer de su país. No sólo por el rol que juega la Iglesia en Italia, sino también porque primero fueron curas, párrocos, obispos y luego cardenales que conocían al dedillo su terreno, quizás tan bien como Bergoglio conoce el argentino.
Juan Pablo II influyó sobre su Polonia natal a tal punto que fue considerado crucial en la caída del comunismo. Había peregrinación de polacos al Vaticano en aquella época, aunque eran menos bulliciosos que los argentinos. También incidió en la política centroamericana, con intervenciones donde lo pastoral se mezcló con lo político.
El perfil de Benedicto XVI fue más intelectual y doctrinario, y su incidencia en la realidad interna de Alemania, donde había nacido, pareció escasa. Se trata de un país con presencia cristiana repartida entre católicos y luteranos, pero con un funcionamiento institucional secular. Benedicto debió lidiar con otros dramas, todos graves y exclusivos de la iglesia que lideraba.
Siendo cardenal en su país, Bergoglio provocó la ira de los gobernantes kirchneristas y muchos analistas se preguntaban si no era insensato de parte del gobierno vivir en conflicto con la jerarquía católica. Nadie se hubiera hecho igual pregunta en Uruguay, ni siquiera hoy, con un nuevo y joven cardenal (inteligente, perspicaz y con sentido de la ubicación) que juega un rol inusual para una iglesia de tradicional perfil bajo.
Las visitas de presidentes de diferentes países al Vaticano suelen ser parte de una gira más amplia donde, ya que se está en Italia, se añade un encuentro con el Papa. La Argentina, en cambio, prefirió tomar su propio rumbo con los obsesivos viajes de Cristina Kirchner a Roma o a donde fuera que estuviera Francisco. Era recibida con calidez, pese al destrato al que fue sometido Bergoglio siendo arzobispo de Buenos Aires. La ex presidenta incluso abusó de esa actitud, forzando fotos papales con dirigentes locales que pretendía promover o logrando ubicar a sus protegidos de La Cámpora. Lo que valía era la foto.
Ahora a Macri le dio por hacer la misma peregrinación. Y da la casualidad de que en ese mismo momento, y no antes, el Papa resolvió que tales visitas fueran más protocolares. Como consecuencia, se produjo un intenso debate sobre si hubo o no sonrisas en un encuentro donde se mostró muy serio.
El viaje ya se hizo. Ya pasó. Ya está. Ahora Francisco deberá atender los urgentes y graves problemas que afectan a la Iglesia, y Macri, los también graves asuntos que son prioridad en la Argentina. Para enfrentarlos, no necesita del Papa, así como éste no necesita del Presidente, de ningún presidente. Así debería ser.
Periodista y docente uruguayo