Siria, una crisis humanitaria que aún no ha tocado fondo
La tragedia de Medio Oriente crece ante la parálisis burocrática de los organismos internacionales
Después de tantos informes, películas, crónicas, ensayos y novelas sobre las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, parecía que el mundo se hubiera vuelto más sensible. Pero la crisis humanitaria que crece de forma espantosa en Medio Oriente lo refuta. La parálisis burocrática y egoísta que domina en los organismos internacionales permite que años tras año crezca una tragedia que supera los más altos decibeles de la historia.
Expliquemos un poco.
La muerte de Mahoma en el año 632 produjo tres ramas en el islam: chiitas, sunnitas y jariyíes. Esta última es minoritaria y sobrevive en pequeñas comunidades. La primera reclama su preeminencia porque deriva de Alí, primo y yerno de Mahoma, quien se casó con Fátima, hija del profeta; considera el parentesco familiar como un dato divino. Los sunnitas, en cambio, aceptaron el mando de los tres primeros califas, pero no el de Alí, que fue asesinado en el año 661, durante la histórica batalla de Karbala. Los sunnitas sostienen que el liderazgo del islam debe ser ejercido por un varón de la tribu Quarish (a la que perteneció el Profeta), pero elegido por la comunidad.
Ahora los sunnitas representan el 85 por ciento de los musulmanes. Los chiitas, sólo el 10 por ciento, y predominan sólo en Irán, Bahrein, Irak, Líbano y Azerbaiján. Es decir, la enorme mayoría de los árabes son sunnitas. Para los chiitas, el ayatollah o guía supremo es la máxima autoridad religiosa y política. Por el contrario, para los sunnitas, los ulemas interpretan el Corán y la sharia (leyes islámicas), pero están subordinados al Estado. Desde luego que esta característica es relativa, porque la mayoría de los países musulmanes no gozan de una solidez jurídica laica; siempre prevalece la interpretación del Corán, que no acepta concesiones a la evolución de la historia ni los avances de la Ilustración. Sigue fijado en el siglo VII, pese a momentos de flexibilización relativa.
En Siria ha estallado con fuerza inusitada la colisión entre las dos ramas fundamentales de esa fe. Hasta hacía unas décadas, antes de la revolución que eliminó al sha de Persia e instaló a Khomeini como líder supremo de Irán, el chiismo aparecía como una versión más pacífica y colorida. Incluso se le atribuían altos méritos en la confección de Las mil y una noches. Pero desde que se instaló el nuevo régimen con desenfrenada vocación totalitaria, el chiismo pasó a ser la porción más belicosa. En su larga guerra contra Irak, las autoridades iraníes no dejaron de cometer crímenes aberrantes para conseguir su desesperada victoria. Incluso enviaron carradas de niños al frente de batalla. Después se aplicaron a exportar su revolución mediante atentados, entre los que se inscriben los dos cometidos en Buenos Aires.
El odio que ahora exalta a los protagonistas de este inesperado apocalipsis recuerda el que imperó hace muchos siglos en el mundo cristiano. Pero el mundo cristiano, gracias a la Ilustración y la democracia, ha conseguido hacer prevalecer la fraternidad por sobre irracionales o artríticas interpretaciones teológicas. Son más los elementos que unen a los cristianos de diversa denominación que los detalles enfrentados. Lo mismo se aplicaría al islam. Pero los predicadores del islam –en una cantidad abrumadora– prefieren estimular la confrontación y el culto de la muerte. Se han infectado con microbios tanáticos. La muerte es una bendición que acerca al paraíso. No se oyen voces musulmanas sonoras ni perseverantes en contra del martirio o el asesinato que llevan a matanzas interminables como la que ahora tiene lugar en Siria.
La islamofobia que crece en el mundo debería ser motivo de una profunda reflexión por parte de los propios musulmanes, porque son cómplices de este nuevo flagelo debido a su falta de condena enfática a los asesinatos y suicidios.
Hace tiempo que se asesina a mansalva en Medio Oriente y también fuera de esa región por parte de trastornados fundamentalistas. Entre las soluciones propuestas existía partir Siria en varios Estados: la franja noroeste para los alawitas (secta escindida del chiismo, pero apoyada por Irán y a la que pertenece la familia del presidente Assad), el Sur para los islamistas moderados y el Este para los kurdos. Semejante iniciativa no pudo prosperar porque ha crecido el resentimiento contra Assad en diversos sectores y comunidades, incluso entre los propios alawitas. Además, la tendencia expansiva del jihadismo no deja de aumentar y sueña con reconstruir el amplio dominio del mundo que consiguió el islam hace mil años. ¡El delirio no tiene frenos!
Cuando empezaron los enfrentamientos en Siria, inmorales estrategas internacionales prefirieron dejar que los islamistas se mataran entre ellos. Consideraron que, de esa forma, se debilitaría el jihadismo, que pretende conquistar Occidente por las buenas o por las malas. Error. El jihadismo no ha dejado de crecer y gana terreno gracias al calentamiento del fanatismo. Ahora, aunque Estado Islámico sea derrotado, sus semillas venenosas sobrevivirán. La bella Aleppo y la próspera Mosul se convertirán en ruinas, pero de sus escombros no surgirá la vocación de paz, sino de más venganza. Aunque se logre un concilio islámico que construya puentes entre sus múltiples fijaciones teológicas, la práctica del asesinato o el anhelo de asaltar el paraíso mediante el martirio criminal sigue siendo predicados. En Alemania se tuvo el coraje de intervenir centenares de mezquitas donde se estimulaba esa conducta. ¡Eso no es islamofobia, sino proteger el islam de sus profanadores! Debería repetirse ese modelo, pero los gobiernos tienen miedo a las represalias. Peor para el mundo y peor, también, para el islam.
Para colmo, no sólo Irán y Turquía tienen sus manifiestas ambiciones sobre el territorio sirio, sino que las empezó a acentuar Rusia, decidida a controlar puertos sobre el Mediterráneo. Ahora bombardea sin clemencia sectores de la sufrida Aleppo, entre otros objetivos. ¿Será sólo un sueño que Putin y Trump se pongan de acuerdo en instalar un punto final a esta orgía de sangre? ¿Será un sueño que la Liga Árabe salga de su mutismo y ordene poner término a este fratricidio? ¿Para qué sirve la burocracia de la ONU y su enorme costo si no puede frenar una guerra localizada?
Hace poco Rusia logró vetar un borrador propuesto por Francia para imponer un cese inmediato de las hostilidades, en particular sobre Aleppo, donde ya fueron derribados siete hospitales y un cuarto de millón de civiles están expuestos a las bombas. El proyecto francés consiguió el alto número de once votos, contra el rechazo de Rusia y Venezuela y la abstención de China y Angola. Ni siquiera la prensa expresó su debida repugnancia.
En consecuencia, el conflicto no es sólo religioso, aunque ese ingrediente contamina todo. Es tiempo de que la humanidad se decida a no repetir la indiferencia que prevaleció durante la Segunda Guerra Mundial. Estamos frente a una crisis humanitaria que aún no mostró por completo el abismo de su profundidad.