Sir Wilfred Thesiger: adiós al explorador de las marismas
Por Graciela Iglesias Para LA NACION
OXFORD.- En un mundo convencido de que ya no queda un rincón por ser descubierto sobre la faz de la Tierra, la partida la semana última de Sir Wilfred Thesiger ha marcado el ocaso de toda una era.
El explorador, soldado y aventurero inglés de 93 años, se vio obligado a iniciar su primer viaje sin retorno en un geriátrico del sureño condado de Surrey, muy lejos de las praderas de Kenya, donde soñaba con "caer muerto y ser devorado por chacales". El mal de Parkinson lo había apartado hacía varios años de "aquella libertad imposible de encontrar en el mundo civilizado".
Nieto del segundo barón Chelmsford, educado en Eton y en el Magdalen College, Oxford -donde estudió Historia Moderna y quebró su nariz liderando un campeonato de boxeo frente a Cambridge-, Thesiger llevó una vida marcada más por la sed de conocimiento que por el privilegio.
Es cierto que vio la luz en el aristocrático hogar de su padre, un ministro británico en Addis Abeba (capital de la actual Etiopía) y que su tío, con quien solía salir a cazar tigres a la edad de 7 años, era el virrey de la India. Pero a diferencia de sus predecesores victorianos, Thesiger siempre se sintió más a gusto compartiendo chozas y comida con las tribus que conoció durante sus extensos viajes por Islandia, Africa y Medio Oriente que divulgando sus logros por los salones académicos de Londres.
En sus periplos adoptaba la vestimenta de sus huéspedes, fueran éstas rústicas túnicas o exóticos turbantes. Aquí, en cambio, ofreció siempre la romántica imagen del explorador alto, ataviado con traje blanco, sombrero de paja y sombrilla en la mano.
En su autobiografía, La vida que escogí , publicada en 1987, Thesiger atribuye el inicio de su excéntrica vida de explorador a la atmósfera revolucionaria que culminó en 1916 con la destitución del emperador etíope Lij Iyasu: "Estoy convencido de que esa insurrección me inculcó el interés por el esplendor bárbaro y salvaje, por el color y el sonido de los tambores".
Como estudiante en Oxford aprovechó sus primeras vacaciones para enrolarse como fogonero en un barco a vapor que lo llevó a Estambul. De allí emprendió camino a Bucarest, Budapest, Viena, Praga y Berlín. Todas estas ciudades le parecieron "sumamente aburridas".
A su regreso se encontró con una carta del Foreign Office nombrándolo attaché honorario del duque de Gloucester, quien debía asistir a la coronación del emperador Haile Selassie. Esa sería la última ocasión en la cual brillaría en todo su esplendor la gran corte de Abisinia, así como el inicio de una amistad de toda la vida entre el rey-semi-dios -depuesto en 1974- y el intrépido aventurero británico.
Al final de sus estudios, y tras recorrer Islandia como parte de la tripulación de un barco pesquero, Thesiger regresó a Addis Abeba con la intención de revelar lo que parecía ser el último gran misterio del continente africano.
En 1934, la zona del río Awash continuaba siendo un espacio en blanco en los mapas. Se sabía que nacía en las tierras altas de Etiopía para perderse después en la inexplorada región del Danakil, sin alcanzar jamás al Mar Rojo. El principal inconveniente en el camino era la tribu de los afar -también conocidos como "danakil"-, guerreros que no dudaban en matar a quien osaba entrar en su territorio. Estos belicosos hombres del desierto castraban a sus víctimas. El prestigio de cada varón se medía por la cantidad de genitales que habían cercenado.
Tras un primer intento frustrado por las guerras fratricidas entre los afar, una úlcera en las piernas de su acompañante -el colega inglés David Haig-Thomas- y las continuas cartas del emperador preocupado por su suerte, Thesiger regresó a la capital de Etiopía para firmar un documento en el que absolvía a las autoridades de toda responsabilidad sobre su seguridad personal y así emprender el camino solo.
Un mes y medio más tarde, se hallaba acampando en Galifage, una villa próxima al sultanato de Aussa. El arrojo, la tozudez y el respeto por otras civilizaciones triunfaría allí donde expediciones multitudinarias y bien armadas habían sucumbido. A los 24 años, Thesiger fue el primer europeo en contemplar la secreta desembocadura del Awash y -más importante aun- en regresar vivo para contarlo.
La Segunda Guerra Mundial lo sorprendió en Sudán donde se sumó al ejército como bimbashi , el rango más bajo de la infantería colonial. Pero pronto participaría en heroicos actos de rescate de tropas aliadas, notablemente durante la avanzada contra las fuerzas italianas en Etiopía (herido en una rodilla, logró detener la ofensiva de 200 soldados fascistas), y hasta colaboraría en operaciones de sabotaje de las fuerzas especiales SAS contra el gobierno francés de Vichy en Siria.
En 1943, con varias medallas en el pecho, el emperador Selassie le pidió que retornara a Etiopía para asesorar a su hijo mayor, entonces gobernador de la provincia de Wollo. Tres años más tarde un experto de la FAO lo reclutaría allí en la misión de hallar la zona de origen de una de las peores pestes agrícolas: el insecto langosta. Thesiger utilizó ese desafío como pretexto para dedicar cinco años a la exploración de los desiertos de Arabia y Omán, especialmente el Rub al-Khali o "Cuarto Vacío".
Fue allí donde, tras permanecer tres días sentado sobre una duna en espera de que sus compañeros beduinos regresaran con agua y comida, sufrió una alucinación que marcaría su opinión sobre la noción de progreso. "Empecé a escuchar vívidamente el ruido de motores y de bocinas y me dije a mí mismo: No, prefiero quedarme aquí muriéndome de hambre, que sentado en una silla escuchando la radio y dependiendo de autos que me lleven de un punto a otro de Arabia ", destacó en su autobiografía.
Thesiger siempre resintió la intrusión de toda innovación post industrial. Sus medios de transporte preferidos eran las canoas y los lomos de camellos y burros. Abandonó Arabia en la década del cincuenta desilusionado por la destrucción del paisaje por parte de firmas petroleras occidentales. Recorrió entonces las montañas de Paquistán y realizó un estudio detallado de los Madan, el pueblo que habita el delta de los ríos Tigris y Eufrates. Una experiencia que narraría en sus obras maestras, Los Arabes de las Marismas (1964) y Visión de un Nómade (1987).
Si bien su espíritu de trotamundos era incompatible con la formación de una pareja ("el celibato de la vida de desierto me cae bien; el matrimonio habría sido para mí una discapacidad"), Thesiger adoptó en 1969 a un pequeño de la tribu Samburu de Kenya, Lawi, y a la totalidad de su extensa familia.
El pasaporte de este infatigable viajero contiene casi tantas visas como países figuran en las Naciones Unidas. Con una notable excepción: los Estados Unidos, un país que detestaba. "Su cultura basada sobre la ambición de cosas materiales y la arrogancia comercial está invadiendo hasta al más remoto rincón de los desiertos, los valles, las montañas. Y es probable que termine con la misma Humanidad -advirtió en una reciente entrevista-, a menos que aprendamos a detenernos por un momento para reflexionar. Sólo espero que ya no sea demasiado tarde."