Singular novela continental
Cuando se habla de “gran novela americana”, automáticamente se piensa en libros escritos en inglés por estadounidenses; siendo más laxos se llega a incluir a los canadienses. Pero no sólo al reflejo imperialista debemos imputar esta sinécdoque fraudulenta; que un escritor de nuestras latitudes logre ir más allá de lo latinoamericano sin desterritorializarse es tan infrecuente que en pleno siglo XXI uno da por sentado que es una quimera. Hasta que se topa con una novela como Leñador, del chileno Mike Wilson (1974).
Ambientada en un campamento de leñadores en Yukón, cerca de Alaska, el libro está protagonizado y narrado por un hombre “conosureño”, según sus palabras, que recala en el extremo noroeste canadiense escapando de una vida que se venía a pique. Fue soldado en una guerra y también boxeador, recuerda, y fracasó tanto en la guerra como en el ring. Y ahora está lo más lejos que se puede estar, sin cruzar el océano, de su tierra natal, conviviendo en una lengua tosca mezcla de inglés y francés con hombres de todos los rincones del mundo que se dedican a la dura faena de talar pinos.
La guerra en la que fue soldado tuvo lugar “en un archipiélago”, consigna en las primeras líneas, y el lector bien puede suponer que se trata de un argentino, pero el gentilicio no hace diferencia alguna. Porque la lengua de Wilson, sin ser nunca neutra ni pasteurizada, logra eludir cualquier vestigio localista y es de alguna forma un modelo posible de español continental. El nombre y el apellido del autor, es cierto, alimentan la ambigüedad respecto del lugar de origen, pero es sólo un detalle intrascendente. Mucho más significativo, por el contrario, es el hecho de que el título completo del libro, publicado originalmente en Chile en 2013 y consagrado como uno de los acontecimientos literarios recientes, sea Leñador o ruinas continentales.
Con esa lengua, materia prima prodigiosa, Wilson modula los dos tipos de textos que componen el relato. Por un lado, una larga serie de entradas escrita por este recién llegado sobre la vida de los leñadores; textos que destilan información, experiencia y observación para describir todo lo que hace a la vida de los hacheros. Objetos, actividades, costumbres, normas de sociabilidad, historias de la zona; para describirlo todo, exhaustivamente, con envidiable inventiva literaria: las herramientas, la vestimenta, técnicas de tala y de supervivencia, las normas de convivencia, de alimentación, del cuidado de la salud, de los animales con los que conviven, y un largo, larguísimo etcétera.
Estas entradas, que ocupan buena parte de las casi quinientas páginas, se suceden intercaladas con anotaciones del protagonista en un registro más introspectivo, de diario; al principio son textos breves que sirven para puntuar el tono ensayístico, enciclopédico y etnográfico, para anclar esos párrafos interminables a un cuerpo, pero con el correr de las páginas van ganando espesor, al tiempo que aflora la subjetividad del personaje.
La novela de Wilson trata sobre un leñador o sobre los leñadores del mismo modo en que Moby Dick trata sobre un marinero o sobre la vida a bordo de un ballenero. El paralelo no es arbitrario, ya que ante las minuciosas descripciones de Wilson, las páginas dedicadas a las botas, al cuidado de la barba o al modo en que los leñadores elaboran cerveza casera es imposible que no resuene el planteo literario totalizante y magistral de Herman Melville.
Uno termina de leer Leñador con la ilusión de que lo ha leído todo sobre este mundo de hachas y bosques, pero, sobre todo, de hombres; con la ilusión de que el autor agotó completamente el tema. Y con la certeza de que es posible escribir, en español, en pleno siglo XXI, una gran novela americana en sentido continental. Al anónimo e inolvidable hachero protagonista, sea argentino o no, por lo pronto, bien podríamos llamarlo Ismael.
LEÑADOR
Por Mike Wilson
Fiordo. 494 páginas. $ 320