Sinceramente narcisista
Argentina parece vivir en campaña electoral, ese proceso de convencimientos en el que determinados líderes políticos diagnostican la realidad y proponen alternativas y acciones a futuro. La ex presidenta Cristina Kirchner acaba de publicar un libro que -de acuerdo a sus editores- vendió 300.000 ejemplares, circuló en pdf en los grupos de Whatsapp y se presentó en la Feria del Libro. En sus páginas, entre otras cuestiones, describe cómo, antes de la campaña del 2015, hizo crecer el gasto generando un punto más de déficit. Con frescura y naturalidad, la expresidenta declara que, antes de irse, dejó una mina antipersonal más para el que viniera después.
En el libro, desbordante de sinceridad, describe también cómo a lo largo de su vida se dedicó a mojarle la oreja y humillar a individuos que tenían menos poder que ella. Más que de un trampolín electoral, se trata de una avant première de autoritarismo.
Argentina parece vivir en campaña electoral, ese proceso de convencimientos en el que determinados líderes políticos diagnostican la realidad y proponen alternativas y acciones a futuro
Al escribir, CFK logra virtuosamente que uno sienta que está escuchando una conversación descontracturada e informal en un bar. Esa pluma casi oral y de lectura fácil sobreactúa cierta complicidad familiar con el lector afín. El kirchnerismo siempre buscó ese estilo informal. En el libro, se presupone al lector como una alteridad cómplice de las anécdotas que se suceden. En cada página, se infiere el asentimiento inmediato de quien lee.
Quizás por suponer ese conchabo, CFK narra cosas que, según se lo mire, pueden parecer desopilantes o aberrantes.
Así, cuenta como increpó a un profesor de educación física por desaprobar a su hijo Máximo, que no sabía hacer la vertical. Finalmente, su hijo fue aprobado. Se ve que el método del apriete estaba pulido: funcionaba desde los tiempos remotos de Río Gallegos.
No es novedoso que el liderazgo de CFK es verticalista y autoritario, no importa si lo tiene que aplicar en la micro escena familiar o en la macro nacional.
"Sinceramente", es un libro que cualquier líder tiene que leer para aprender cosas que no se deben hacer. Por momentos, parece una oda al narcisismo, un decálogo de lo que el mal líder suele hacer. Por un lado, sesga y personaliza ad nauseam toda descripción; por el otro, abunda en la hipocresía: ilumina todos los defectos ajenos pero no los propios.
Escrito para sus acólitos, aquellos que aman escuchar sus diatribas espectaculares, el libro refleja su espíritu hegemónico
Escrito para sus acólitos, aquellos que aman escuchar sus diatribas espectaculares, el libro refleja su espíritu hegemónico. Sin embargo, parece haberse olvidado de los que, hoy preocupados por la crisis económica, podrían estar pensando en votarla si hubieran leído el aprendizaje de sus errores. Pero Cristina se sincera desde el título: es ella misma. Aquella que, de ganar la elección, vendría recargada y hasta vengativa.
Al kirchnerista medio, el libro lo apasiona, consigue sentirse compinche, como si estuviera tomando un café, charlando descontracturadamente con "la Jefa" sobre sus historias. CFK escribe anulando las distancias, como si fuera una amiga. El problema es que, para aquel que no la siente cercana, esa confianza familiar en la escritura se torna burda e invasiva.
Veamos algunos ejemplos. Sobre la elección de 2009, donde De Narváez tuvo un buen desempeño, puede leerse: "Recuerdo que le dije a Néstor que me costaba vivir en un país en el que la gente votase a alguien que dice Alica alicate en un programa de televisión y que eso les pareciera además gracioso. (...) ¿A quiénes estoy gobernando?, me preguntaba"
Dos cuestiones. La primera, quizá sea menos grave un candidato que dice "Alica alicate" a una presidenta en ejercicio que dice que somos Alemania. La segunda, la pregunta retórica ("¿a quiénes estoy gobernando?") se centra en ella y su acción (gobernarnos), no en nosotros.
En esas páginas, la exmandataria no parece hacer el más mínimo esfuerzo por comprender y favorecer un debate productivo más amplio, a la vez que toma actitudes despectivas, que rozan el egocentrismo
En esas páginas, la exmandataria no parece hacer el más mínimo esfuerzo por comprender y favorecer un debate productivo más amplio, a la vez que toma actitudes despectivas, que rozan el egocentrismo. Como cuando gobernaba y solía incomodar personas en público, ahora al escribir muestra ese desinterés por el feedback profundo de quien piensa distinto.
Veamos, dice: "¿Qué es lo que está pasando en estos años de Macri? Hay una guerra comercial, una pelea para ver quién coloca en los mercados sus excedentes de producción: es la gran pelea que hay en el mundo. No hay crisis... hay disputa, que es otra cosa. ¿Cuál es la parte que todavía no entienden?".
El tonto es el otro. Estas actitudes pedantes, por momentos, aparecen maquilladas de pluralismo: "Siempre me gustó interpelar, desafiar a pensar, a debatir. No creo en las sociedades de la unanimidad, me daría mucho miedo vivir en una sociedad en la que todos piensen igual".
Quizás, por eso, durante su presidencia se estimuló un pluralismo envidiable como el de 678, en el que hasta la invitación a Scioli, su gobernador, estuvo vetada durante años. Podríamos repetirle a ella sus propias palabras: "¡Cuánto cinismo e hipocresía!", expresión que aparece reiteradas veces en el libro, siempre aplicada a otros, por supuesto, y nunca aplicada, por ejemplo, a su ocultamiento de las cifras de pobreza. La irreflexividad al palo.
Si en una campaña electoral, un posible candidato quiere promover su programa de gobierno, entonces debería intentar pensar en seducir a un fragmento de indecisos.
En este sentido, el oficialismo debería agradecerle a CFK que no haya escrito un libro en el cual reconociera equivocaciones o pidiera perdón a los familiares de la tragedia de Once y la inundación de La Plata o se disculpara por sus cadenas nacionales invasivas con aprietes a jubilados por comprar dólares.
La crisis económica actual, junto con la desmemoria natural de los seres humanos y la relativización del pasado eran un capital que podría haber ayudado a CFK a sumar electores. Con su libro, logró algo muy difícil de conseguir: trajo al presente, de una manera tan rotunda como lo es el género autobiográfico, todas esas actitudes persecutorias que hacía cuatro años no veíamos en vivo.
Otro ejemplo. CFK cuenta cómo, siendo presidenta, mandó investigar si un cirujano que la atendía era hijo de algún militar acusado de delitos de lesa humanidad. ¿Por qué? "Yo era la presidenta de la Nación y no me sonreía en absoluto". Luis XIV hubiera envidiado semejante ego y desconfianza.
Con sus sincericidios, CFK parece demostrar que el tiempo amplificó su liderazgo tóxico y narcisista.
Hay una fuerte vanidad y propensión a la grandiosidad. Ella se presenta como superior al resto.
Tal vez, el gran talón de Aquiles de la expresidenta sea no conseguir ver la realidad sino a través del espejo tuneado que le muestra lo que ella quiere. Narciso se ahogó por no poder evitar admirar su hermoso reflejo. Cristina parece recaer en una de sus más intrínsecas habilidades: escucharse a sí misma, en vez de escuchar al pueblo.