2018 deja huella. La Argentina vivió días de zozobra y da vuelta la hoja sin certezas
Para situarse en un tiempo más vertiginoso que el de este 2018 habrá que remontarse 17 años atrás, al fatídico 2001, cuando aún no habían nacido casi el 5 % de los argentinos que el año próximo por primera vez en su vida podrá votar a Presidente. La memoria no es eterna ni el pasado es presente.
Una diferencia sustancial hay, sin embargo, entre ese comienzo de milenio y este final anticipado de la segunda década del siglo XXI. Si bien la crisis económico-financiera actual lejos está de la profundidad y las consecuencias de la de 2001, el universo de los hechos que tuvieron impacto en la vida del país este año fue mucho más amplio que entonces.
Esta vez nos vimos sacudidos en cuatro planos distintos. Tanto en lo político como en lo económico, en lo judicial y en lo social, con un sinfín de consecuencias que dejaron en ridículo a todos los que a principios de año se animaron a hacer pronósticos. Esas cuatro dimensiones convivirán, se retroalimentarán y se potenciarán durante 2019. Cuál predominará es imposible de prever aún.
Pero si algo dejó en claro este año es que los proyectos de largo plazo siguen siendo una quimera en la Argentina. Aún para una administración cuyo objetivo refundacional era terminar con la sucesión de ciclos cortoplacistas que signaron los últimos 60 años y solo dejaron como resultado una sociedad que, al final, siempre se encontró un escalón más abajo del que estaba antes del comienzo de cada etapa.
El propósito enunciado por Mauricio Macri en su mensaje de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso fue que el eje para 2018 estuviera en la agenda social, partiendo de la habilitación del debate sobre la legalización del aborto, que ya el colectivo de mujeres y jóvenes había puesto en el centro de la escena. Ningún gobierno lo había intentado y, seguramente, ninguno lo habría hecho sin conducirlo en pos de un resultado determinado. Insondable audacia.
El debate parlamentario terminó con el rechazo en el Senado después de que Diputados lo aprobara en una infartante sesión. Pero la decisión de los senadores no clausuró la discusión. Volverá en el próximo período legislativo, aunque con escasas posibilidades de que prospere con la actual composición del Congreso. Sí tendrá vigencia en el proceso electoral, tanto en el armado de las listas como en la agenda de la campaña. La discusión atravesó a todos los partidos y provocó divisiones insaldables. Algo más de un mes después de aquel 1 de marzo, la realidad empezó a alejarse del camino trazado por el Gobierno, para adentrarse por senderos no explorados. Abril fue el mes del primer sacudón político-económico para la administración macrista: sus aliados radicales y la gran socia Lilita Carrió desafiaron el esquema de ajuste de tarifas. El peronismo, al fin, lo hizo colapsar. Se abrió un conflicto que puso en crisis no solo a la coalición oficialista, sino que activó las alarmas de los mercados.
La fragilidad fiscal empezaba a asomar como un enorme escollo para el Gobierno, cuya capacidad de recurrir el financiamiento externo para paliar el déficit ya estaba en zona de riesgo desde la inicial suba de tasas de interés en Estados Unidos. Fin para ese mundo amigable que había recibido a Macri y principio de un ciclo de adversidades. Se había encendido la señal de ajustarse los cinturones (y de ponerse chalecos salvavidas), que ya no se apagaría.
Comenzó, entonces, la escalada del dólar, que terminó en una devaluación interanual del peso del ciento por ciento y una espiral inflacionaria que fue récord para los últimos 27 años. Agotadas las posibilidades de acceder a fondos en los mercados, el Gobierno decidió recurrir de urgencia al Fondo Monetario Internacional, sinónimo de muchos fracasos nacionales. El temor a que la situación se descontrolara pudo más que el deseo de preservación del capital simbólico.
Sin embargo, el remedio no surtió efecto de inmediato. En la urgencia se aceptaron condiciones sin prever consecuencias no deseadas. La receta tenía contraindicaciones que en junio llevaron a Macri a poner fin a la gestión al frente del Banco Central de Federico Sturzenegger, responsable de ese acuerdo que debió ser revisado. Sturzenegger se había convertido en un superministro de economía de hecho.
Un segundo acuerdo con el FMI, reparador de cláusulas de casi imposible cumplimiento del primero, permitió estabilizar a partir de octubre la situación cambiaria con la liberación anticipada de más fondos. No fue gratis: demandó un inusual restricción del gasto.
Un presupuesto con déficit primario cero para 2019 fue aprobado por el Congreso luego de difíciles negociaciones con la oposición. El costo del ajuste finalmente recayó sobre los exportadores, los consumidores, los usuarios de servicios públicos sin tarifa social y la obra pública. Las provincias peronistas impusieron su peso legislativo y lograron eludir la dieta.
En medio de la inestabilidad monetaria se produjo otro hecho que signaría la segunda mitad de 2018 y que marcará los próximos años (no solo el electoral). Fue la aparición de los "cuadernos de la corrupción", el 1 de agosto, cuando se dispuso una docena de arrestos de exfuncionarios kirchneristas y empresarios o ejecutivos de grandes compañías.
La excepcional investigación periodística que Diego Cabot llevó a la Justicia antes de explotarla como primicia reveló como nunca el entramado de negocios espurios, coimas y extorsiones que tuvo lugar durante la gestión del matrimonio Kirchner entre agentes del Estado y los empresarios más importantes del país. Cristina Kirchner quedó expuesta sin maquillaje.
El avance de la causa no solo iluminó ese oscuro ducto por el que desaparecieron fondos públicos durante doce años. Con ellos, se extraviaron respuestas a las necesidades más básicas de millones de argentinos: casi un tercio de la población siguió sumergida en la pobreza después de uno de los períodos más largos de crecimiento de la historia nacional debido a las irrepetibles condiciones internacionales de ese lapso.
El caso de los cuadernos echó más sombras sobre la economía, al congelar la actividad, afectar el empleo y poner en riesgo o posponer obras públicas, que habían sido el gran dinamizador de la actividad en el bienio inicial del macrismo y un elocuente argumento electoral. Sus consecuencias se sentirán en 2019. Casi nadie pronostica una reactivación antes del tercer trimestre, salvo el núcleo de los optimistas congénitos del oficialismo.
El plano judicial volverá a tener singular relevancia el año que viene. Al menos, seis causas en las que fue procesada la expresidenta están para llegar a juicio oral. Que haya condenas durante la campaña presidencial es menos previsible, dada la alta sensibilidad de los jueces federales a las condiciones político-ambientales. En cambio, es probable que Cristina tenga casi tantas apariciones en Tribunales como en actos de campaña, otro elemento distorsivo para el proceso electoral. Claro efecto de la interacción que tienen los elementos que componen cada dimensión. El universo es uno solo.
El último mes fue el menos imaginado de todos, no solo desde la perspectiva inicial, sino aún más desde que se desataron los vientos que destruyeron todas las previsiones.
La cumbre del G20 abrió un paréntesis de calma, que se prolongó hasta la última semana del año en las calles. La impecable realización, coronada con un documento por consenso, los convenios bilaterales firmados por la Argentina y el acuerdo, precario pero concreto, entre Estados Unidos y China alimentó la esperanza de un cambio de clima. Tanto que logró volver a imponerse la agenda social empujada por las protagonistas decisivas de 2018, las mujeres.
Pero todo es demasiado frágil: el mundo sigue altamente inestable, la economía nacional se mantiene convaleciente y la política no logra aportar seguridades. Mucho menos, frente a la polarización extrema entre Macri y Cristina (a pesar de todas sus flaquezas), que puede tornar aún más frágil la economía.
Fue el año que vivimos en zozobra. Empieza un año casi sin ninguna certeza.