Sin proyectos coincidentes, no hay acuerdos sólidos
Hay un enfoque difundido entre analistas de la política nacional y la dirigencia opositora que postula un amplio acuerdo de la oposición para reconstruir el Estado y la decencia, y dar sanas normas al mercado. Se desconfía, con acierto, de que haya diferencias sustantivas en los distintos proyectos políticos de la oposición, y se propone una etapa previa de gobierno de reconstrucción para después abordar los problemas más delicados en que existan diferencias. Se supone que, superando el afán protagónico de la dirigencia, podrían gobernar juntos distintos partidos y grupos políticos.
Disiento de este enfoque. Por lo pronto, todos sabemos que nuestra política hoy no es de partidos, sino de figuras electorales; pero el problema agregado (y constituye una debilidad del impulso opositor) es que los mensajes de la oposición están construidos fundamentalmente por el rechazo a los vicios del Gobierno y el reclamo de las virtudes ausentes, y no positivamente por proyectos de cambio mucho más allá. El problema central de la política argentina, en el gobierno o la oposición, más allá del cacareo del "relato" y el "contrarrelato", es la falta de un proyecto integral para encarar los déficits estructurales de nuestra sociedad. Y esto tiene la mayor importancia y condiciona la estrategia de la oposición.
En lo esencial, son ciertas las críticas a la política oficial improvisada e irresponsable vigente, pero creo que las condiciones del acuerdo de oposición propuesto condenan al fracaso (no necesariamente electoral, sino de gobierno). En el mundo del pensamiento político occidental siguen existiendo la derecha y la izquierda, aunque no representadas con la claridad de antaño por los partidos políticos. Norberto Bobbio escribió que frente al desdibujamiento actual de sus proyectos, el único parámetro central para clasificarlos eran sus ideas y comportamiento frente al tema y valor de la igualdad. Detengámonos un momento en su significado.
Por lo pronto, se supone que en una democracia republicana la derecha y la izquierda coinciden en preservar determinados valores y conductas societarias, como el respeto a las minorías, la división de poderes, la probidad en la función publica y su eficiencia, la libertad de expresión, el respeto a las leyes; todos ellos no son atributos de izquierda o de derecha: son atributos de la democracia. Pero el tratamiento de la igualdad como tendencia del proyecto -no de la equidad, concepto equívoco- difiere en los dos polos del pensamiento político. Y eso se evidencia no tanto en el discurso electoral, sino en los proyectos concretos y en las decisiones de gobierno. No es lo mismo priorizar el transporte individual, con fomento industrial o inversión pública, que invertir en ferrocarriles y transporte público; no es tampoco igual una política de vivienda popular de amplio alcance que subsidiar los barrios privados; o promover la educación como sistema lucrativo vs. la gratuita. Cosas de esta índole cuestionaban los estudiantes chilenos y también muchos brasileños frente a los gastos suntuarios del Mundial de fútbol.
En la reconstrucción de los atributos y raíces de la democracia hay que buscar necesariamente acuerdos amplios (y uno de los pecados mayores del oficialismo actual es no haberlos propiciado), así como en temas específicos en que se puedan lograr políticas de Estado vigentes en sucesivos gobiernos de distinto signo. Pero ellos deben estar por fuera de los acuerdos y alianzas electorales, cuyos integrantes es necesario que tengan coincidencias fundamentales en buena parte de "la letra chica" del proyecto político, letra que la política muchas veces trata de esquivar porque ahí reside buena parte de la confrontación de intereses en el seno de la sociedad, que amenaza con perder votos.
La gente no se pelea habitualmente por los grandes principios, y la ideología real no se expresa en la reivindicación del 17 de octubre o en la evocación de la elección de 1916, sino en la letra chica de lo que proponemos, medida, entre otros parámetros, por el camino hacia una igualdad mayor en la ciudadanía. En una sociedad en la que la desigualdad llegó aparentemente para quedarse, dividida la ciudadanía en dos polos de excluidos e incluidos en los beneficios de la calidad de vida, esta definición compromete el futuro de la democracia en que queremos vivir.
Se puede ganar una elección contando con la disconformidad del pueblo con el oficialismo, pero no se puede gobernar sin tener rumbos coincidentes en el perfil de sociedad a que se aspira. El resto es parafernalia electoral de equilibristas políticos.
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