Sin mayorías absolutas
El pueblo argentino ha votado por trigésima vez en la historia de nuestro país a un presidente constitucional, ya que el 10 de diciembre Alberto Ángel Fernández iniciará el trigésimo período presidencial constitucional desde que, el 5 de marzo de 1854, ya con la vigencia de nuestra Ley Suprema, Justo José de Urquiza asumió como primer mandatario.
A su vez, cuando el actual presidente termine su período, en diciembre próximo, será recordado por siempre como el primer presidente argentino no peronista que, desde la aparición de Juan Domingo Perón, inicia y concluye su mandato entero. El último presidente que lo había logrado fue otro ingeniero y militar, Agustín Pedro Justo, quien condujo los destinos de la Nación entre el 20 de febrero de 1932 y el mismo día de 1938, aunque por entonces el peronismo todavía no había nacido.
La reciente elección de Fernández devolverá al "sillón de Rivadavia" a un abogado, ya que, salvo Macri, todos los primeros mandatarios lo fueron desde la recuperación de la democracia, en 1983. Fernández será el vigésimo cuarto presidente con esa profesión, y el decimosexto graduado en la emblemática Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
La elección presidencial que ha transcurrido, en la que la fórmula Fernández-Fernández alcanzó el 48% de los votos, ha puesto de relieve una consecuente característica del pueblo argentino: no suele conferir mayorías absolutas. Obsérvese que desde la elección de Raúl Alfonsín, en 1983, la del domingo 27 de octubre fue la novena presidencial, y solo el radical y Cristina Fernández en 2011 lograron superar la barrera del 50% de los votos. Tanto es así que, de existir en la Argentina el ballottage tradicional -según el cual únicamente se lo evita cuando una fórmula supera el 50% de los sufragios-, solo hubiera ganado en primera vuelta Cristina Fernández, ya que antes de 1994 no funcionaba el ballottage como sistema electoral.
Las matemáticas señalan que más de la mitad del electorado no ha apoyado a la fórmula de los Fernández, y que ya sea por devoción al actual gobierno o por aversión al populismo encarnado por la viuda de Kirchner durante los ocho años de su gestión el cuarenta por ciento de los argentinos ha preservado el capital político del actual mandatario. Y si bien el gobierno entrante tendrá un Congreso favorable, no lo será tanto desde que también ha crecido, en cantidad de bancas, el frente Juntos por el Cambio. Esto es republicanamente muy sano, porque cuando un gobierno tiene mayoría en el Congreso, la tarea del control legislativo se desdibuja, y al presidente le queda el camino allanado para sancionar leyes a su antojo, para obtener fácilmente acuerdos senatoriales a la designación de jueces, militares de alto rango, embajadores, procurador y defensor general de la Nación, y hasta para acceder con relativa sencillez al quorum indispensable para proponer reformas constitucionales.
Es por lo tanto cívica e institucionalmente sano que el pueblo, a través del sufragio, no haya conferido tanto poder a un solo sector político. También lo será que el electo presidente sepa "descristinizarse", para evitar tendencias hegemónicas y narcisismos políticos que tanto daño le han hecho al país otrora.
Profesor de Derecho Constitucional (UBA)