Sin margen para locuras
La derrota electoral del oficialismo debería alejar la posibilidad de una radicalización, aunque los primeros gestos del presidente Alberto Fernández no generan expectativas sobre grandes transformaciones
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Después de la derrota de la coalición gobernante en las elecciones legislativas de anteayer, podría decirse que quien tiene resuelto quedarse en la Argentina y habitualmente toma decisiones económicas no tiene motivos para ser mucho más pesimista que antes, pero tampoco razones para ser mucho más optimista.
Del lado positivo, encontrará que el resultado electoral confirma que el margen del oficialismo para radicalizar su gestión o para que el kirchnerismo pueda avanzar con su viejo sueño de ir por todo ha quedado más que limitado por el veredicto de las urnas.
Del lado negativo, advertirá que, al menos a partir de sus expresiones públicas, el presidente Alberto Fernández no muestra la intención de llevar a cabo las cirugías mayores que exige la solución de los problemas estructurales de la economía argentina.
En conclusión, no habría margen para que el Gobierno haga muchas más locuras, pero tampoco expectativas de que pueda llevar a cabo mayores transformaciones que doten a la Argentina de mayor previsibilidad económica y seguridad jurídica.
La clave estuvo en una frase del mensaje que Alberto Fernández grabó el domingo y que fue emitido alrededor de las 22 de ese día, tan pronto como los primeros resultados del escrutinio provisional confirmaron el traspié electoral del Frente de Todos. Luego de anunciar que convocará a la oposición a un “diálogo constructivo” y de ratificar que buscará un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el jefe del Estado aclaró que el necesario reordenamiento de las cuentas fiscales no precisa de un ajuste del gasto público.
La actitud del Presidente es la de alguien que busca hacerle un guiño a los mercados y, al mismo tiempo, busca tranquilizar con otro guiño a la vicepresidenta de la Nación y a los “pibes para la liberación”, que no se cansan de entonar estribillos contra el Fondo Monetario y contra Mauricio Macri.
Los primeros pasos de Cristina Kirchner sugirieron que, al menos en lo inmediato, no adoptará decisiones extremas que puedan poner en vilo la gestión del Presidente. No dejará su cargo de vicepresidenta, al estilo de Carlos “Chacho” Alvarez en el año 2000, durante la gestión presidencial de Fernando de la Rúa. Ni tampoco buscará desplazar a Alberto Fernández. Su ausencia en el acto del Frente de Todos en el barrio de Chacarita, realizado una vez concluida la votación, fue una señal de que dejará que el primer mandatario se haga cargo de las cosas. Aunque nadie está en condiciones de decir cómo actuará la expresidenta dentro de una semana o por cuánto tiempo se extenderá la tregua entre las dos figuras más relevantes del Gobierno.
Casi desde que se inició la actual gestión presidencial, cada vez que se advertía un intento de funcionarios o dirigentes cercanos al primer mandatario tendiente a recrear la posibilidad de generar una suerte de “albertismo” o de dotar de mayor independencia al titular del Poder Ejecutivo frente al kirchnerismo, la vicepresidenta respondió con airadas cartas públicas.
Será por todo eso importante prestar especial atención al acto que, por el Día de la Militancia, convocó el Presidente para este miércoles en la Plaza de Mayo, si bien su organización corre por cuenta de la CGT. Alberto Fernández podría ser el único orador en ese mitin.
El clima festivo que los líderes del oficialismo presentes el domingo en el barrio de Chacarita buscaron transmitir podría explicarse por el logro de al menos dos de los tres objetivos que el Frente de Todos se había fijado para estas elecciones, luego de la derrota en las PASO de septiembre. El primer objetivo era achicar la diferencia con respecto a Juntos por el Cambio en la provincia de Buenos Aires. El segundo, mantener la primera minoría en la Cámara de Diputados. El tercero, no perder la mayoría en el Senado de la Nación. Menos este último –el Frente de Todos cayó de 41 a 35 senadores–, los modestos objetivos fueron alcanzados. Nada de eso, ni tampoco haber evitado una paliza electoral peor que la de las PASO o la reversión del resultado adverso en Chaco y Tierra del Fuego, justifica un festejo como aquel al cual Alberto Fernández invitó con motivo del Día de la Militancia.
No hubo tampoco grandes motivos para que la prudencia sucumbiera frente a la euforia entre los principales dirigentes de Juntos por el Cambio. Si bien la principal coalición opositora ganó los comicios, mejorando en algo menos de dos puntos porcentuales el 40,28% de votos cosechado por Mauricio Macri en las elecciones presidenciales de 2019, hay más de un factor que no debería pasarse por alto.
El primer aspecto es que ningún dirigente ha emergido de estas elecciones como un líder indiscutido para conducir el espacio ni para consagrarse como el postulante presidencial que contenga a todos sus sectores. Claro que si los dirigentes de Pro, del radicalismo y de la Coalición Cívica repiten en 2023 el proceso de selección de candidatos que se vio en las últimas primarias abiertas, probablemente encuentren un cauce para fortalecer a la coalición. Del mismo modo, una mesa de conducción más ovalada que rectangular evitaría los conflictos derivados de los naturales vedetismos.
Otro factor que los dirigentes de Juntos por el Cambio no podrán esquivar es el elevado nivel de abstención electoral, que interpela tanto al oficialismo como a la oposición.
A partir de ahora, la tarea de la reconstrucción de la esperanza, clave para la revitalización de la economía y el clima inversor, dependerá de un esfuerzo común, donde los acuerdos políticos –y no los pactos espurios– permitan superar la diferencias en pos de objetivos comunes para todos los argentinos.