Sin instituciones, estamos perdidos
La institucionalidad es la palanca central para incrementar las ventajas competitivas, a partir de las comparativas de nuestro país. Tales ventajas se fundamentan en la producción de alimentos y en sus industrias conexas, en la provisión de recursos naturales no renovables y de servicios intensivos como el software, la publicidad, el diseño y el turismo. Y, para que se multipliquen y crezcan, es necesaria la existencia de instituciones realmente democráticas y sólidamente republicanas.
Pero si las instituciones caminan por un sendero de degradación, se abren las puertas para el populismo. Una rana en una olla sobre una hornalla encendida, disfruta del agua cálida. A medida que levanta temperatura, permanece en el lugar. Se acerca al punto de hervor y, por ende, luego muere. Esta figura representa lo que viene pasando en la Argentina. La sucesión de hechos violentos muestra que existe una gravísima actitud de avasallamiento sobre el derechos de propiedad, institución básica, en una economía de mercado. El desarrollo reside en el efectivo uso del derecho de propiedad, tanto de bienes personales como de capital.
El ambiente de negocios, en nuestro país, traba la recuperación de la economía y espanta los inversores. Así, cualquier emprendimiento resulta prácticamente imposible. Las reglas son cambiantes y la previsibilidad es limitada.
En uno de los pasajes del Testamento, el cardenal Richelieu advierte al rey que "nada es más necesario al gobierno que la anticipación porque, gracias a ella, se pueden prevenir aquellos males que no se podrían curar sino con grandes dificultades en el caso de que se presentaran de improviso". Richelieu no distingue entre los problemas según su magnitud intrínseca. Los previstos son siempre pequeños. Los restantes son siempre grandes.
A partir de la instauración de la democracia, una deslegitimación institucional fue encaramándose en ella y generando las condiciones para que ésta degenere en corporativismo, por la ineficaz gestión para satisfacer las expectativas de la gente. El populismo, que viene creciendo desde hace años, es un hijo perverso de la democracia corporativa. El populismo construye la base para que crezca la pobreza estructural y así los gobiernos de turno puedan ir en "ayuda" de los pobres. Se genera así un círculo vicioso donde el populismo cortoplacista se fortalece.
El cuadro es dramático. El índice de pobreza lo revela. Pasamos del 19% en 1983 a superar el actual 45%, con reducciones en el camino, pero nunca a niveles inferiores al 20%. El Cippec advierte que la mitad del núcleo más duro, de los llamados "pobres crónicos", son menores de 15 años.
Se escucha decir que hay que priorizar la salud sobre la economía. ¡Qué contradicción! ¿Cuando nos daremos cuenta que una buena economía brinda salud y una mala nos la quita? Hoy, el problema central no está en la pandemia. Está en la pobreza, que mata sin piedad.
La democracia tiene bases de cartón. La tremenda crisis de 2001, con manifestaciones callejeras, coronadas por la expresión popular "que se vayan todos" no abrió el camino para el desarrollo democrático, sólo fue una suerte de espejismo.
Se necesitan empresarios y emprendedores que inviertan en el país. Las oportunidades están a la vista. Sin embargo, ellos no lo hacen o lo hacen con timidez. Temen al corporativismo populista, temen la falta de institucionalidad. Lo lamentable es que no surge la cantidad de empresarios y emprendedores que exige el desarrollo porque las personas están más inclinadas a buscar la seguridad de algún empleo asalariado que a ingresar en el complejo mundo empresarial. La incertidumbre, la imprevisibilidad y el oportunismo paralizan.
Resulta casi imposible que haya personas dispuestas a hacer inversiones de riesgo cuando domina la incertidumbre y donde el relativismo moral es la base de los acuerdos y las emergencias son invocadas para desplazar los derechos de propiedad Como bien lo afirma el notable economista argentino Julio H. G. Olivera, "la incertidumbre atribuible a la inseguridad jurídica engendra previsiones de pérdidas de capital que deprimen todo esfuerzo productivo".
¿Cuál es entonces el verdadero desafío? Institucionalizarnos. Que renazcan aquellas buenas instituciones que perdimos a lo largo de la historia y que incorporemos nuevas. Ello exige modificar la dirección trazada a raíz de la dependencia de la trayectoria realizada.
Las instituciones reducen los costos de transacción y de esta forma promueven el surgimiento de nuevas empresas. Desde muy pequeñas a muy grandes.
Las personas no son suelen ser racionales. Los seres humanos son estructuras enormemente complejas. El principio de racionalidad de cada individuo es falso si los mercados no están desarrollados, pues prima la incertidumbre y el engaño. En consecuencia, las decisiones no conducen al bienestar. De esta forma, una parte de la sociedad puede tomar una decisión diferente a otra frente al mismo problema. Porque cada un tiene un percepción diferente de lo que sucede. Al momento de votar, muchos de ellos lo hacen por el "relato", algunos ponen su voto como si estuvieran en un casino y otros tratan de informarse para hacerlo, pero los sesgos son múltiples.
El gobierno populista busca asociarse con los más importantes medios de comunicación. Si no logra este propósito, lo enfrentan como enemigos. Apunta a limitarlos, a controlarlos para que el "relato" oficial no sea desmentido.
El problema es cómo construir instituciones y cómo erradicar las malas prácticas de la dirigencia. Francis Fukuyama, de la Universidad John Hopkins, es un propulsor de las instituciones en los países pobres como principal reto estratégico de las democracias en el siglo XXI. Afirma: "Una clara lección que se desprende de la historia del desarrollo exitoso a finales del siglo XX –desde Corea a Taiwán, pasando por Botswana y Uganda- es que las instituciones no surgirán a menos que exista una fuerte demanda de ellas. El mal gobierno, las instituciones débiles, la corrupción política y el clientelismo existen porque ciertos actores políticos tienen un fuerte interés egoísta en el statu quo."
Economista