Sin encuentros humanos el aprendizaje no es posible
Cuando las escuelas se cerraron, la reacción del sistema educativo fue maravillosa. En menos de una semana las escuelas habían inventado distintos modos para llegar a sus alumnos con y sin conectividad. Los docentes se pusieron al hombro la continuidad pedagógica y desde sus casas hicieron lo inimaginable para que sus alumnos se mantuvieran interesados y conectados. En un principio era por 15 días y así se fue prologando.
Fuimos muy rápidos para cerrar y ahora parecemos lentos para pensar en abrir. Si bien desde las autoridades se habla de un posible regreso a clases para agosto, no hay garantías de que esto se haga realidad. Inspectores y supervisores se muestran dudosos acerca de la posibilidad remota de una reapertura en lo que resta del año. Los protocolos presentados para la posible reapertura de las escuelas hablan de alcohol en gel, agua y jabón y distanciamiento entre los alumnos, pero poco o nada de la necesidad de un encuentro humano. No hablan de emociones y afectos. Sin afecto no hay aprendizaje, sin emoción no hay aprendizaje.
¿Para qué van a ir los alumnos a la escuela sino logramos que, con precauciones y formas nuevas, haya encuentros humanos?. Justamente lo que agiganta la figura de la escuela es el rol que ocupa en la sociedad. Un rol clave que hace que ahí se produzcan encuentros humanos.
Si nos detenemos en los protocolos de vuelta a clases, la gran mayoría de las escuelas agrarias y rurales estarían listas para abrir sus puertas hoy mismo. Jujuy es un claro ejemplo, se convirtió en la primera de las provincias argentinas en retomar las clases presenciales, con la reapertura de 70 escuelas rurales que funcionan bajo la modalidad albergue, unos 1500 alumnos dentro de un plan denominado de apoyo escolar optativo.
La producción agropecuaria no tuvo cuarentena. Siempre siguió trabajando y eso hizo que las personas que viven y trabajan en el agro se acostumbren a tomar precauciones y a ejercer el distanciamiento desde el primer día. Todos los protocolos dicen, además, que lo mejor es estar al aire libre, en espacios abiertos y es por eso que en otras partes del mundo ya se reporta un cierto éxodo desde las grandes urbes al mundo rural.
Pero lo que más nos tiene que obligar a ponernos creativos y pensar en una rápida vuelta en las escuelas rurales y agrarias son los alumnos. Estos se sienten aislados, están tristes, no quieren conectarse con sus docentes porque no son los contenidos lo que ellos esperan. Esperan el encuentro, necesitan ese compartir con el otro, con sus compañeros, con sus amigos. La actividad agraria siguió pero a los alumnos los mantuvimos aislados.
Las pocas certezas del Covid-19 hablan de espacios abiertos, y distanciamiento como puntos claves para evitar el contagio masivo. Hablan de grupos reducidos y de alternancia entre alumnos. Nosotros ya contamos con eso. Tenemos las mejores escuelas del mundo para cumplir con estos protocolos: nuestras escuelas rurales y agrarias tienen todo lo que se necesita (espacios abiertos, talleres, potreros y canchas). Pero además tienen un maravilloso equipo humano dispuesto a todo para recuperar a sus alumnos y proporcionarles encuentros humanos significativos.
La escuela tiene que cambiar, pero para eso tiene que estar abierta. No dejemos pasar la oportunidad. Convoquemos ahora a las familias del mundo rural a las escuelas, un día, algunos días. Que la escuela vuelva a ser ese lugar de encuentro. Esperemos a los alumnos con proyectos (no con contenidos aislados). Hagamos en cada paraje y en cada escuela un consejo asesor donde los niños y adolescentes participen para que puedan hacer aportes de cómo seguir. Logremos que nos cuenten qué aprendieron en este tiempo, qué descubrieron y cuáles son sus propuestas. Dejemos de pensar que detrás de algún escritorio en alguna gran ciudad está la solución a todos nuestros problemas.
Profesora, investigadora y escritora especializada en Educación