Sin detenerse y con la potencia del equilibrio fiscal
Hay un universo informal de la economía, mayoritariamente compuesto por microemprendedores, con muchas ganas de que el programa de Milei funcione; confiaron y confían
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Hay una destreza del gobierno de Milei que el mercado ya no discute: tiene aptitud para mantener el equilibrio fiscal sin devaluar y en condiciones adversas. Es lo que explica la tranquilidad cambiaria, el riesgo país en niveles previos a los que tuvo Alberto Fernández y la caída en la inflación mensual, que bancos y consultoras proyectan incluso con un 2 adelante para principios del año próximo.
El cambio de atmósfera se percibe también en la microeconomía. Muchas de las empresas que venían intentando trasladar a sus clientes precios mayoristas que habían pagado hace un año a un dólar más alto, cuando acumulaban mercadería sin saber qué hacer con los pesos en la época de Massa, están ahora aplicando rebajas. No les queda alternativa: ese stock se agotó o, mejor, entendieron que el actual tipo de cambio se quedará por bastante tiempo así y, como consecuencia, deben armar sus listas de precios según los nuevos valores de reposición.
Fue un proceso largo porque hubo momentos de serias dudas. A principios de julio, por ejemplo, cuando Milei y su ministro de Economía, Luis Caputo, peleaban prácticamente solos frente a un mercado incrédulo que daba por descontada una devaluación forzada por la falta de dólares. “No entienden la potencia de lo que estamos haciendo”, contestaba entonces Caputo a quienes le planteaban todos esos reparos.
La discusión es en todo caso cómo consiguió el Gobierno revertir la desconfianza y, más difícil aún, qué es lo que puede pasar a partir de ahora. Los economistas críticos, por ejemplo, atribuyen todo el logro al éxito del blanqueo. Es cierto que ese fue un espaldarazo importante: desde que arrancó, en septiembre, entraron en los bancos unos 20.000 millones de dólares de pequeños ahorristas que no sólo no dudaron en blanquearlos sino que decidieron dejarlos en el sistema casi en su totalidad. Primera conclusión: hay un universo informal de la economía, mayoritariamente compuesto por consumidores o microemprendedores, con muchas ganas de que el programa de Milei funcione. Confiaron y confían.
Son decisiones que parten en realidad de lo que el resto del mercado también ve, que es un gobierno dispuesto a todo menos a subir el gasto. Algo infrecuente. El poder del equilibrio fiscal, una meta tanto o más convincente que la acumulación de reservas en el Banco Central porque no se sustenta sobre aspectos circunstanciales o golpes de suerte, sino sobre buenos hábitos.
El consultor Antonio Aracre suele ejemplificarlo en sus podcasts citando casos de clientes: hay productores agropecuarios que todavía se sorprenden cuando un banco les niega un crédito a pesar de que tienen patrimonios de hasta 40 o 50 millones de dólares. Ante la sorpresa o la consulta, dicen, el gerente les contesta que no le interesa ejecutar a un deudor, sino evaluar si tiene en realidad cash flow suficiente para pagar el préstamo. Y eso, agrega Aracre, pasa con las empresas y los países: “Flujo mata stock: Brasil acaba de llegar al record de reservas, 378.000 millones de dólares y tuvo que devaluar porque tiene déficit fiscal”.
He ahí la fortaleza de Milei. Que se funda sobre razones económicas, políticas y acaso psíquicas: el establishment interpreta que el equilibrio fiscal está en manos de un líder que hace gala de su condición de ajustador y que hasta pareciera sentir adrenalina ante lo políticamente incorrecto. “Mirá la entrevista que le hizo Yuyito González y vas a entender todo: el tipo estaba feliz, no le importa absolutamente nada”, lo definieron en una empresa de servicios.
A Milei le gusta a veces exagerar esa espontaneidad. Alguien que trabajó con él en la Corporación América recordaba esta semana los tiempos en los que el ahora presidente aceptaba sugerencias de uno de sus compañeros, Guillermo Nielsen, sobre el outfit para ir a los programas de televisión. Enterado, por ejemplo, de que el celeste era el color que mejor daba en cámara, Milei incorporó entonces una sentencia irrevocable: “Tiré todas mis camisas blancas”.
Ese estilo directo y brutal deja a destiempo y descolocada a la oposición. A los gremios aeronáuticos, por ejemplo, que no terminan de asimilar que el Gobierno ya pasó los conflictos del sector a pérdida, muy a pesar del mal humor que las medidas de fuerza provocarán en la sociedad. “Obviamente que se termina Intercargo”, contestó ayer Milei sin detener la marcha, consultado sobre la empresa cuando llegaba a la Casa Rosada. Tampoco es fácil para el PJ dialoguista. Y menos para el aliado del balotaje, Pro, obligado por su base electoral a respaldarlo y, al mismo tiempo, a aceptar que el Presidente ponga a veces distancia.
El martes, por ejemplo, ni él ni ningún funcionario fueron al hotel Faena a un seminario que incluía a Macri y a dos expresidentes: el mexicano Felipe Calderón y el español Mariano Rajoy. Según el programa del encuentro, titulado “La batalla del año: statu quo vs. cambio cultural”, se esperaba a Milei para la clausura y antes, como oradores, a Pablo Lavigne, secretario de Comercio, y a Federico Sturzenegger. No fueron. ¿No quisieron coincidir con Macri? Difícil sacar conclusiones: las excusas de los invitados fueron desde “problemas de agenda” hasta incomodidad por la presencia de diplomáticos de Taiwán.
El problema de convivir con el conflicto es que puede fortalecer al líder y, al mismo tiempo, entorpecer algún consenso necesario para la inversión. Por ahora alcanza para una primera etapa. Una vez estabilizada la economía y erradicada la inflación, vendrán los escollos de segunda generación. Por lo que ya se anticipa en foros empresariales, es probable que se parezcan bastante a los del segundo mandato de Menem: apertura económica y tipo de cambio bajo que dificulta la competitividad y que, ya sin la inflación para disimular inconsistencias, obliga a ser productivo del modo en que la Argentina no está acostumbrada: innovar, bajar costos. ¿Están las empresas argentinas preparadas para un régimen no inflacionario, es decir, para competir más por volumen que por precio? Es el gran desafío no sólo para el sector privado, sino también para el Gobierno.
En la Unión Industrial Argentina casi no se habla de otra cosa. De la baja de aranceles, de la alta litigiosidad, de la necesidad de incentivos como la ley pyme. Paolo Rocca acaba de anunciarles a representantes de la UOM que evalúa bajar 15% sus costos y desprenderse de unos 600 empleados de la planta que Ternium tiene en General Savio. Si, como promete Trump, Estados Unidos sube aranceles, todo será peor. ¿Qué hará el Gobierno? ¿Devaluar, proteger, bajar impuestos, invertir en infraestructura para mejorar la logística? ¿Todo junto? ¿Nada? Dilemas estructurales e históricos para los que el equilibrio fiscal y la caída en la inflación no representan ni la mitad del trabajo. El problema es que la Argentina suele empantanarse antes de empezar.