Simone Weil, entre la tierra y el cielo
"La inteligencia de Simone Weil, de la que testimonian no solo sus escritos, todos póstumos, no se equiparaba sino a la nobleza de sus sentimientos. Vivió como una santa y se nutrió de todos los sufrimientos de este mundo", escribió el filósofo Emmanuel Levinas al inicio de un ensayo sobre el pensamiento de Weil, en el que señalaba algunas arbitrariedades de la autora de La gravedad y la gracia respecto del judaísmo. La heterodoxia y el método reflexivo de Weil, formada en filosofía y literatura clásica con Alain (Émile Chartier) y luego en la Escuela Normal Superior, se aplicaría también a la teología cristiana, el marxismo, la historia, la literatura y la política. Mientras vivió, cosechó elogios y antipatías profundas. Entre los primeros, se recuerda habitualmente la frase de su amigo y editor Albert Camus. Para él, Weil había sido "el único gran espíritu europeo" durante la primera mitad del siglo XX. Al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1957, lo primero que hizo el autor de El extranjero fue visitar a la madre de Weil. A su modo, Émile Cioran compartía la opinión del escritor francés nacido en Argelia. "Pocas veces he leído algo tan notable referido al grado de exigencia absoluta con uno mismo como las cartas de Simone Weil dirigidas al padre Perrin, escritas durante la guerra y publicadas en A la espera de Dios. El respeto a la verdad tiende a lo trágico", afirmó el escritor y filósofo rumano.
Hoy se cumplen ciento diez años del nacimiento de esta pensadora radical que dio el siglo XX, llamada (quizás peyorativamente) "el arcángel de la filosofía". Weil nació en París, en una familia intelectual, burguesa y laica. Su hermano, André Weil, fue un brillante matemático que la sobrevivió varias décadas. Mientras daba clases en liceos, la joven se interesó por la filosofía política, censuró el estalinismo, polemizó con León Trotsky y militó a favor de los obreros cesanteados en Le Puy, su primer destino como profesora. Pronto se acercó a grupos de trabajadores, sindicalistas y anarquistas, colaboró con revistas de distintos gremios y dio cursos en la Bolsa de Trabajo de la región. Mientras, compartía su salario con los desempleados. "Ella no creía que se pudiera alcanzar el conocimiento de las relaciones laborales de otro modo que convirtiéndose uno mismo en trabajador; así que decidió proletarizarse", resumió Albertine Thévenon, maestra, líder sindical y amiga de Weil, en 1950.
A los 25 años, Weil pidió licencia de su tarea docente para empezar a trabajar como obrera en las fábricas Alsthom y Renault por dos años. "Allí recibí para siempre la marca de la esclavitud", escribió en lo que luego se conocería como La condición obrera, un singular estudio sobre las causas de la opresión social compuesto por cartas y reflexiones escritas entre 1934 y 1936, junto a un diario sobre la vida en las fábricas. En parte, Weil quería poner a prueba la teoría marxista. "Solamente al pensar que los grrrandes [sic] jerarcas bolcheviques pretendían crear una clase obrera libre, y que ninguno de ellos (Trotsky seguro que no, Lenin creo que tampoco) había puesto los pies en una fábrica y por consiguiente no tenían la menor idea de las condiciones reales que determinan la esclavitud o la libertad para los obreros, la política me parece una siniestra payasada", reflexionaba. Ella puso el cuerpo en las fábricas francesas.
A mediados de 1936, cuando comenzaba la Guerra Civil Española, participó como brigadista en el conflicto bélico; a causa de un accidente, solo pudo hacerlo durante un corto período de dos meses. Luego, Weil viajó por Italia, donde descubrió a los autores místicos cristianos y se convirtió al catolicismo. No obstante, se bautizó poco antes de morir; para ella la Iglesia, al ser obra de los hombres, no podía sino cargar con los estigmas de la imperfección.
Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, abandonó París junto con su familia rumbo a Marsella. En ese entonces, además de trabajar como jornalera en vendimias, comenzó a publicar en Cahiers du Sud algunos artículos sobre la responsabilidad social y moral de la literatura, traducía a Platón (no sin dificultad, según algunas biografías) e investigaba sobre los pitagóricos. Acusada de integrar la Resistencia, las fuerzas franco-alemanas la capturaron, pero de inmediato Weil recuperó la libertad. Las fuerzas de ocupación la consideraron una loca.
Así pensaba el escritor y filósofo francés Georges Bataille, del que se insinúa que fue amante de Weil, al describirla en El azul del cielo mediante el personaje de Lazare: "Llevaba vestidos negros, mal cortados y sucios. Daba la impresión de que no veía delante de sí y con frecuencia se tropezaba con las mesas al pasar. Sin sombrero, sus cabellos cortos, tiesos y mal peinados, semejaban alas de cuervo a ambos lados de la cara. Tenía una nariz grande de judía delgada en medio de su piel macilenta, que sobresalía de las alas por debajo de unas gafas de acero. Te desazonaba: hablaba lentamente con la serenidad de un espíritu ajeno a todo […]. Ejercía fascinación, tanto por su lucidez como por su pensamiento alucinado". Sin duda, la palabra clave de ese retrato literario es fascinación.
Perseguida por los nazis, la familia Weil escapó primero al norte de África y luego viajó a Nueva York, donde la joven permaneció apenas unos meses. Ya en Londres, quiso participar de arriesgadas misiones militares contra los nazis. Le encargaron, sin embargo, tareas intelectuales. En esa ciudad, con el cuerpo debilitado, contrajo tuberculosis y murió en pocas semanas, a los 34 años, en agosto de 1943. Su muerte se interpretó como la secuela de un último acto político: durante la estancia en Inglaterra, en solidaridad con los prisioneros de guerra franceses, solo aceptaba comer las mismas raciones que ellos. Varias biografías, algunas escritas en un estilo hagiográfico, recuperan pormenores de su intensa trayectoria. En Simone Weil: una mujer absoluta (publicado en la Argentina por Adriana Hidalgo), la italiana Gabriella Fiori señala que Weil está aún demasiado viva para convertirse en un objeto de estudio.
"Más allá de las circunstancias excepcionales de su biografía o, más bien, en total unión y coherencia con esas circunstancias, Weil desarrolló una filosofía original e inclasificable –dice Esteban García, doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires e investigador del Conicet–. Al recorrer las miles de páginas de sus cuadernos filosóficos, ahora publicados en dieciséis volúmenes por Gallimard, resulta muy llamativo para los lectores de nuestra época el modo en que Weil entrelaza en una misma línea de pensamiento reflexiones sobre filósofos clásicos, modernos y contemporáneos, comentarios a obras literarias, investigaciones históricas sobre la ciencia griega, estudios orientales, teoremas geométricos y referencias a la mística cristiana". En español, la obra de Weil integra el catálogo del sello Trotta.
Según García, autor de Percepción y lectura en la filosofía de Simone Weil(un ensayo de 2015 que se puede leer online en forma gratuita en la página web de la editorial Teseo), ella estaba convencida de que la especialización contemporánea de los saberes era un obstáculo para el conocimiento. "Revivió en el siglo XX y a su propio modo el ideal de su amada Grecia clásica, cuando los filósofos eran a la vez científicos, políticos, artistas y místicos. Para Weil, la condición humana está atravesada por dos vectores opuestos, a la vez condenada a la relatividad de las estrechas perspectivas personales y grupales, y sin poder renunciar, sin embargo, a la aspiración a un absoluto que permanece vedado a la experiencia directa". Ante este dilema, desarrolló una singular filosofía de la "mediación" en sus múltiples formas: la práctica de la atención y la plegaria, el trabajo manual, la investigación científica, el análisis de los rituales y símbolos religiosos, la contemplación de la belleza y, sobre todo, la acción ética.
"Esas experiencias mediadoras tienden puentes entre la finitud de nuestra vida y aquello que trasciende lo humano", señala García. En el mismo sentido parece ir François Cheng en Acerca del alma (El Hilo de Ariadna), donde dedica una de las siete cartas que componen el libro a indagar en la figura y el pensamiento de Weil. "Para justificar la necesidad de vincular el orden natural al orden sobrenatural, en La persona y lo sagrado, Simone Weil se inspira en el Timeo de Platón y usa la imagen del árbol de doble raíz". A continuación, transcribe la frase de Weil: "Solo la luz que cae continuamente del cielo le brinda al árbol la energía para hundir profundamente sus poderosas raíces en la tierra. El árbol en realidad arraiga en el cielo".
A su modo, Weil fue una buscadora de la trascendencia. A 75 años de su muerte, su lección trasciende las épocas y se proyecta hasta nosotros en el presente.