Silvia Pérez Cruz, un hallazgo musical en la Feria del Libro
La película trataba sobre un terrible presidio y ella, encargada de la banda de sonido, quería incluir la canción The sound of silence. "Porque quitarte la libertad es también quitarte la música, las canciones", argumenta. Quería incluir The sound of silence, su letra y su espíritu, pero en una variante que no fuera la de sus creadores, Paul Simon y Arthur Garfunkel, sino la de su propia voz. Un día, casi sin darse cuenta, inmersa en una tristeza que venía de otras zonas de la vida, empezó a tararear el ritmo de un blues. Insistió, buscó, dejó que aflorara el nervio profundo del flamenco, y de repente aquel himno de los años 60 –Hello darkness, my old friend– no fue canción, sino lamento desgarrado, hondo, como por fuera del tiempo. Silvia Pérez Cruz musicalizaba un pasaje de la película uruguaya La noche de 12 años y también lograba la alquimia que mejor le sale, ésa en que palabra, sonido, música e interpretación, confluyen en un único y electrizante gesto.
A los 36 años, esta música, compositora e intérprete catalana –que el próximo sábado dará un recital gratuito en el marco de la Feria del Libro de Buenos Aires– lleva recorrido un camino que incluye una sólida discografía solista, participación en proyectos cinematográficos, performáticos y teatrales, versiones musicalizadas de la obra de grandes poetas, Discos de Oro, premios que van de los Goya a los Altaveu, Gaudí o Rolling Stone, y una impronta donde el cante flamenco y la canción tradicional española se encuentran sin reparos con el jazz, el folklore latinoamericano, el fado, la bossa nova.
"Música es casa", dice Pérez Cruz, y cuenta que en su hogar se comunicaban cantando; cantaba su madre, historiadora del arte, y cantaba su padre, guitarrista apasionado por la habanera y la música latinoamericana. De hecho, hay una zamba en los inicios de su camino como música. Para conectar mejor con su padre, Silvia aprendió a conciencia una canción que él amaba, Alfonsina y el mar. Y así, desgranando la creación de Ariel Ramírez y Félix Luna, una Silvia muy niña acompañaba a su papá, se encaramaba a las mesas de la taberna donde él tocaba, y descubría cómo algo profundo y antiguo resonaba en cada modulación.
"La lengua es su voz. Ese es el idioma. Pero debajo solo está el Mediterráneo", escribió sobre Silvia Pérez Cruz el periodista y escritor Manuel Vicent, quien también supo describirla: "mujer-tierra de cejas pobladas, mirada oscura, mandíbula firme, labios carnales y un regazo maternal de payesa, tan catalana, tan mediterránea, tan ibérica, cuya voz prodigiosa llega de esa región profunda, pegada a las vísceras más secretas, donde vibran todas las patrias".
Y ése es un punto: la vocación universalista, el enorme gusto por el encuentro entre culturas, estilos y lenguas que late en los discos de Pérez Cruz, desde Inmigrasons pasando por 11 de novembre, Granada o el más reciente Vestida de nit.
Los abuelos de Silvia trabajaban en las minas de Murcia, sudeste de la península española, zona de cante flamenco. La artista no se crió con ellos, pero recuerda el día en que, a los siete años, vio a un niño cantando flamenco en la tele. "Tuve que apagar –cuenta–; dolía tanto aquello… Como cuando un paisaje es muy bonito y te abruma y no sabes qué hacer".
Con el tiempo, sí lo supo. Silvia estudió solfeo, piano, saxo, armonía, composición. Se especializó en la Escuela Superior de Música de Cataluña. Cantó en coros. Improvisó con el jazz. Musicalizó piezas literarias. En su obra se percibe la trama de un saber musical que nunca se congela en lo académico. Y que siempre, en algún quiebre, vuelta o torsión, deja atisbar la raíz primitiva del cante.
Como muestra, "Pequeño vals vienés". Este poema de Federico García Lorca, parte del libro Poeta en Nueva York, ya había sido musicalizado –y traducido al inglés– por Leonard Cohen. Pérez Cruz partió de la versión del poeta y cantautor canadiense, la regresó al español y la transformó en algo de una intensidad a la vez delicada y visceral. En palabras del periodista y escritor Juan Cruz Ruiz, lo que ella alcanzó con la pieza de Lorca fue "un poema salvaje, casi una herida".
En el último festival de Aviñón, la obra A grito pelao, en la que Pérez Cruz acompaña a la bailaora Rocío Molina, despertó ovaciones. Allí la cantante actúa, interpreta canciones propias, convoca los universos de Sylvia Plath, de Anne Sexton. También interacciona con otras artes en Drama, su último proyecto, basado en presentar, a través de su sitio de Internet, canciones nacidas del intercambio con el teatro, el cine, la danza, la pintura, la fotografía. "Quiero buscar mi propio lenguaje, y alimentarme con todo el vocabulario que me toque", dice. El suyo es un arte de mezcla, registros mestizos, encuentros: justamente, lo que pide este siglo.