Silencio en plena tormenta
Hubo un pacto explícito de silencio, pero algunos términos trascendieron. Durante la reunión que María Eugenia Vidal y sus dos colaboradores, Federico Salvai y Carolina Stanley , tuvieron en Roma con el Papa surgió un contrapunto sobre la situación social. Después de escuchar el panorama que le trazaban los funcionarios, Jorge Bergoglio expuso sus propios números. Están basados en informes que le llegan con frecuencia de dos fuentes distintas: el Observatorio Social de la UCA, cuya serie sobre pobreza será dada a conocer en noviembre, y las parroquias bonaerenses. Esas cifras no anticipan un año fácil, y entre otras descripciones dan cuenta de un crecimiento en el número de asentamientos en la provincia. En el municipio de Tigre, por ejemplo, pasaron de 20 a 50 en los últimos dos años. La preocupación de la Iglesia, que fue consignada al pasar en un comunicado reciente de los curas villeros, se funda en una sospecha: que, ante posibles protestas, por propia convicción o para contentar a su base de votantes, el Gobierno intente ir al choque utilizando las fuerzas de seguridad.
La inquietud por una eventual ebullición no es solo papal. Suelen expresarla también funcionarios de Cambiemos y hasta quienes desde la oposición podrían formar parte del fogoneo. Pablo Moyano, por ejemplo, que aspira a encabezar una lista para competir en agosto por la conducción de la CGT, les pidió en estos días a sus colaboradores que extremaran los recaudos para detectar posibles infiltrados en las movilizaciones. Teme que le atribuyan incidentes ajenos. Es probable que el paro que la central fabril prepara para el 25 tenga un acatamiento importante y que la izquierda le agregue marchas.
Macri no le ha encontrado la vuelta a la trampa económica. Ayer, algunas cerealeras volvieron a recibir llamados de funcionarios del Gobierno que les pedían que anticiparan liquidaciones de exportaciones. Al mediodía, durante un almuerzo en la Bolsa, un grupo de ejecutivos de bancos y miembros del Grupo de los Seis, que nuclea a los sectores empresariales más representativos, centraron su conversación en los dos temas económicos de la semana, que fueron el dólar y el reemplazo de Federico Sturzenegger por Luis Caputo en el Banco Central, y coincidieron en que los efectos de la tormenta financiera empezarían en pocas semanas a sentirse en el nivel de actividad. Hay ramas que hasta abril venían creciendo a tasas anuales de dos dígitos, como la construcción, el acero y la fabricación de autos, y que desde mayo exhiben una significativa desaceleración. Ni hablar de alimentos, que había crecido en no más de 1% en el primer cuatrimestre, o los ya rezagados textiles y calzado.
La sensación de los industriales, que siguen respaldando a Macri porque suponen que cualquier alternativa sería el regreso del populismo, es que sus respectivos niveles de actividad manufacturera le resultan ínfimos al Gobierno en relación con el monstruoso déficit de cuenta corriente que debe resolver. En algunos casos particulares, el desencuentro entre funcionarios y hombres de negocios parece hasta semántico. "Subsidiado, subsidiado: no me hables con eufemismos", lo corrigió Hernán Lacunza, ministro de Economía bonaerense, a un líder de una cámara que le estaba pidiendo líneas de crédito "productivo".
La contracara de estos lamentos es el empleo. Y, como consecuencia, la calle. El gobierno de Vidal intenta adelantarse al problema mediante el vínculo con las organizaciones sociales. Parte de la apuesta dependerá de dirigentes como Emilio Pérsico, Juan Grabois y Fernando Navarro, y de ahí la importancia de que Carolina Stanley, ministra de Desarrollo Social de la Nación e interlocutora de todos ellos, haya estado en la reunión con el Papa, principal referente de estos movimientos. Una mesa de acuerdos en la que, es cierto, no será fácil perseverar después de dos sucesos recientes: el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y la media sanción al proyecto de ley de despenalización del aborto.
Consumado el regreso al organismo multilateral como acreedor, la asimilación o el rechazo general de su programa estarán sujetos a los intereses que Macri toque con el ajuste. Y a sus consecuencias. La Iglesia sigue la cuestión de cerca. En organizaciones sociales dispuestas a colaborar acuñaron un eslogan: "Del 'Hay que ayudar a Cristina' pasamos al 'Hay que ayudar a Macri'", bromean.
El primer gesto de Vidal hacia el Papa fue sutil, pero evidente: no hubo, a diferencia de lo que ocurrió con los nacionales, ministros bonaerenses que celebraran públicamente la media sanción de anteayer en la Cámara de Diputados. En el encuentro en Roma, los tres funcionarios le habían hecho saber sus posturas personales, todas en rechazo a la ley. Bergoglio no pontificó: dejó que se explayaran. ¿Será suficiente? Tal vez no, porque el malestar eclesiástico con Macri y algunos de sus colaboradores es creciente y no solo argentino. Obispos españoles, por ejemplo, enviaron anteayer a oficinas del Vaticano, indignados, textos de diarios extranjeros que consignaban la histórica jornada en la Cámara de Diputados.
En la Conferencia Episcopal Argentina sorprendió la cantidad de gente joven en las calles respaldando el aborto. Si es que existió, la estrategia de no involucrarse directamente en la discusión no dio resultados. La mejor prueba apareció en la mañana de la votación: Melina Delú y Ariel Rauschenberger, dos diputados peronistas de La Pampa, la diócesis desde donde viene Mario Poli, actual cardenal primado de la Argentina, dieron vuelta lo que parecía un triunfo del no. Errores propios que, asumidos o no, no eximen a los obispos de la decepción con la Casa Rosada. ¿Qué motivos hubo para que tantos funcionarios se apuraran a publicar sus posturas favorables en las redes sociales, si supuestamente el Presidente no lo había ordenado?, se preguntan ahora.
Anteayer partió hacia Roma un informe que incluye el modo en que votó cada diputado y, en un apartado, cada representante bonaerense. Que la lista haya salido el día después y no antes puede obedecer a cierta torpeza en el avatar político. O, visto desde otra óptica, a una concepción más profunda que hace honor a la historia: el cristianismo viene perdiendo votaciones desde Barrabás hasta hoy y nunca se ha sentido derrotado. La Iglesia Católica fue siempre más gramsciana que Gramsci. Eso explicaría que, frente a tres funcionarios a quienes aprecia, Bergoglio haya preferido escuchar posiciones antes que adoctrinar sobre el aborto. Como pasó aquella madrugada en la que, hace más de 2000 años, consultado sobre qué era la verdad, su máximo líder optó por el silencio.