Signo de los tiempos: una defensa encendida de los chats de mamis
Este contacto sin relación hace ver estas comunidades como fragmentadas, indiferentes, desentonadas, hasta que la nota del interés común las pone a vibrar en sintonía
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Habíamos visto la resistencia ciudadana arrastrando los pies en las calles cortadas con consignas atadas a cañas tacuaras. El folklore local diseñó una coreografía de multitudes que descendían de micros para marchar al ritmo de cantos agonales y pies raspando en el asfalto. Pero el mundo empezó a pensar otros rituales ajenos a punteros o jerarcas. Esas onerosas marchas sincronizadas van siendo desplazadas por el ritmo asincrónico de pulgares que, en lugar de bombos, baten teclas y pantallas. Esta melodía sincopada escribe un rap de la bronca colectivo, que suma letra y música en latencia hasta que, en algún momento, el himno estalla.
Desmintiendo a quienes asignaban la insolencia de las redes a campañas de trolls forajidos, pagadas por conspiradores foráneos o la oposición encarnizada, la defensa de la niñez salió de la red menos pensada.
La lucha por los derechos cambió de plaza y, sin picas ni guillotinas, descabezó la monarquía que detentaba la defensa ciudadana, esa que consolidó sindicatos poderosos para una ciudadanía menoscabada. Desmintiendo a quienes asignaban la insolencia de las redes a campañas de trolls forajidos, pagadas por conspiradores foráneos o la oposición encarnizada, la defensa de la niñez salió de la red menos pensada. Con la entropía propia de estos tiempos, la emergencia educativa trenzó una gran red desde pequeños nodos dedicados a las tareas escolares, despectivamente designados como el “chat de mamis.”
Ese activismo no fue detectado por los estudios de opinión más preocupados por la imagen presidencial que por el futuro educativo, sino que se delataron en los memes, esos catalizadores del inconsciente colectivo contemporáneo. Es que lo que la sociedad disimula con pudor a los encuestadores, lo expresa con libertad en el anonimato de las viñetas virales. En estos días circulaban versiones de las sucesivas restricciones que impuso la cuarentena: “Se metió con los bares. Zafó. Se metió con los comercios. Zafó. Se metió con la oposición, los periodistas, la justicia, los médicos... zafó. Se metió con las mamis del cole. El gobierno ahora está en problemas”. Una oda sorpresiva a la mujer empoderada.
En tiempos donde la perspectiva de género tiene rango de ministerio, estas mujeres no reclamaron por la estigmatización implícita en el colectivo “mamis”. Tampoco tuvieron que escudarse en leyes de cupo para imponer su nombre a esos grupos, sin objeción de la minoría de tutores y encargados. Aunque la efervescencia de esos chats obligue a tenerlos la mayor parte del tiempo silenciados, raramente se abandonan. Más allá de las molestias que generan, prestan un invaluable servicio en la gestión de la escolaridad cotidiana. De hecho, mientras los medios solo pueden reflejar la confusión reinante, a esa interconexión se vuelve para saber si mañana, finalmente, abrirá la escuela.
Antes que los estudios de campo de los organismos internacionales, estas conversaciones ya anunciaban que la pandemia fue particularmente cruel con las mujeres. Estos chats (y los paralelos que prohijaban), venían hace meses hablando del exceso de trabajo, de violencia doméstica, de responsabilidad de las mamis.
Antes que los estudios de campo de los organismos internacionales, estas conversaciones ya anunciaban que la pandemia fue particularmente cruel con las mujeres. Estos chats (y los paralelos que prohijaban), venían hace meses hablando del exceso de trabajo, de violencia doméstica, de responsabilidad de las mamis. Tremendo error estratégico subestimar el poder de fuego de estas redes informales.
Es cierto que esta resistencia silente es imperceptible a los instrumentos de medición del siglo pasado. Calibrados con encuestas telefónicas que detectaban un mínimo porcentaje de preocupación social por la educación, concluyeron que la educación no le importaba a nadie. Lugar común cristalizado con aquel que rezaba que la Argentina siempre votó con el bolsillo. Sin embargo, en la peor crisis económica del siglo, la gente se movilizó por las clases. De aquel “devuélvame mi dinero” de 2001 a este “abran las escuelas” del 2020 hay un salto al que no llega la dirigencia.
Esos nodos supuestamente irrelevantes fueron los nudos que apretaron una gran red nacional durante las 46 semanas de escuelas cerradas. Que en nada se parece a las viejas organizaciones de base porque son novedosas desorganizaciones sociales, esas que teorizó Scott Lash una década antes de que se popularizara WhatsApp. Si a los viejos ojos parecen improvisadas, artesanas, desorganizadas, es que lo son. Son las mutaciones virales que dan al cuerpo social una flexibilidad y un impacto que no tienen los dinosaurios políticos y sindicales. Se trata de comunidades comunicadas por puro acto de comunicación, con independencia del intercambio de información. Estos chats confirman que una organización puede construirse a partir de mensajes anodinos como el olvido de una mochila o el aviso de que salita verde tiene que llevar botellas plásticas. Este contacto sin relación hace ver estas comunidades como fragmentadas, indiferentes, desentonadas, hasta que la nota del interés común las pone a vibrar en sintonía. Y aquí vienen las mamis para la liberación.