Signo de los tiempos. Todo pasa, pero siempre nos quedarán los memes
Tan genuinos como la emoción que provocan, se convirtieron en la cara más amena de la pandemia, una descarga eléctrica de la bronca acumulada que sale en forma de risa, de mueca, de sorna
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En la incertidumbre de estos tiempos, una de las pocas certezas es que, ocurra lo que ocurra, se anuncie lo que se anuncie, más pronto que tarde llegará algún mensaje sarcástico, un video irónico, un chispazo de gracia para iluminar los días más oscuros. Al mismo tiempo que los medios se toman demasiado en serio las declaraciones, por las redes circula la deconstrucción devastadora que hacen los memes. Esta justicia por meme impropio trae tranquilidad a la población, que suspira aliviada al comprobar que hay otra gente pensando lo mismo.
Cuando la pandemia solo hablaba de tragedia, la insolencia en red eligió como emblema unos funebreros que marchaban en alegre coreografía. El aburrimiento de la cuarentena rescató unas imágenes de un reportaje de la BBC de 2017, le puso el ritmo de la canción “Astronomía” de Tony Igy y consagró el coffin dance como ícono global. De haber captado el mensaje de que la muerte no amenaza el baile, muchos gobernantes hubieran anticipado el problema de las fiestas clandestinas. Si el meme de 2020 fueron los ghaneses del ataúd, el de 2021 sería aquella pequeña grúa intentando remover el carguero de 400 metros atascado en el canal de Suez. De nuevo, la sintonía global condensaba en un meme la irrelevancia de las soluciones personales a problemas estructurales.
— Economía y libertad (@eco_liberal) March 26, 2021
Reírse durante una tragedia es tan difícil como necesario. No en vano, los videos divertidos y memes fueron los consumos favoritos durante la pandemia. Y son los mensajes que más circulan en la clandestinidad del WhatsApp, refugio del humor negro o insolente en tiempos de conversación pública hipócritamente correcta. Quien no haya alguna vez mandado un chiste inconveniente que tire el primer sticker, de esos que se guardan por irreverentes.
El meme es un antidepresivo de venta libre, una cápsula con significado concentrado casi sin contraindicaciones. Solo cae mal a quienes prefieren la ideología a la libertad. “No he visto nunca un fanático con sentido del humor” dice Amos Oz en el libro Queridos fanáticos. El poder absurdo necesita ser tomado en serio para tener efecto.
Reírse durante una tragedia es tan difícil como necesario. No en vano, los videos divertidos y memes fueron los consumos favoritos durante la pandemia. Y son los mensajes que más circulan en la clandestinidad del WhatsApp
Si en lugar de perseguir las incorrecciones, los gobiernos y sus obsecuentes se dedicaran a entender los memes en lugar de condenarlos, hubieran comprendido mucho mejor el humor social de estos tiempos. La anonimidad les da precisión quirúrgica para expresar eso que no detectan los encuestadores acostumbrados a no ofender al que le paga el abono. En tiempos de líderes irascibles, que persiguen opiniones en nombre de las fake news, el meme es el desafío a la censura, un ejercicio de libertad que elude las represalias con el candor de quien dice “yo no fui, me lo mandaron”.
Cuando las élites se enroscan en eufemismos para decir que el rey está desnudo, el meme es la rebelión popular contra esa pose intelectual que confunde profundidad con solemnidad. Cuando Michel Maffesoli señaló que “La moralidad propia de las sociedades contractuales pierde eficacia en las comunidades afectuales” anticipaba la crisis que la expresión de las emociones iba a traer a la supuesta racionalidad de la política. La estética del meme es la ética de la irreverencia que se anima a la insolencia cuando el analista prefiere la prudencia. La irrisión es la auténtica revolución.
La palabra meme viene de la biología. Esa contracción de gen y memoria designa la transmisión cultural espontánea de persona a persona, que decide qué expresiones se imponen y cuáles se extinguen, en un proceso de selección natural que no sigue ningún canon. Hay memes que solo florecen en ciertos contextos. Otros se repiten en las más distintas situaciones. El Homo ludens, evolución emocional de su antecesor racional, el sapiens, domina al lenguaje universal de la cultura pop, con sus imágenes icónicas y personajes inmortales. Su propagación es lo contrario a lo viral, que alude a un contagio compulsivo, indeseado. El meme prolifera porque se desea, porque con gozo se comparte.
La estética del meme es la ética de la irreverencia que se anima a la insolencia cuando el analista prefiere la prudencia. La irrisión es la auténtica revolución.
El meme es un espasmo, una descarga eléctrica de la bronca acumulada que sale en forma de risa, de mueca, de sorna. Es una opinión pura y dura que puede no gustar, o generar desacuerdo. Pero es tan genuina como la emoción que provoca. Decía el bonapartista Tayllerand “Hay algo más horrible que la mentira: la verdad”. Dos siglos después, solo los memes la hacen digerible.
Si antes los políticos esperaban ser memorables ahora pueden darse por hechos si resultan memeables. Al fin y al cabo, su meme puede ser la única noticia que alguien reciba al final del día. Bien mirado, el verdadero ostracismo político en estos tiempos es no tener uno. Un meme no se le niega a nadie. Menos a nosotros, que los esperamos antes de que el desaliento nos embargue.