Signo de los tiempos. Sensatez contra el sentido común cristalizado
Las diferencias entre un término y el otro y los problemas con los que carga la sociedad con líderes populistas y políticas que perpetuán el statu quo
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El sentido común está sobrevalorado. Cuando se agotan los demás recursos, se sale a invocar el sentido común para resolver lo que es falta de razón, de ley, o de ética. El sentido común es eso que lleva a repetir las mismas soluciones esperando otros resultados. Es ese consenso tácito que pasa de generación en generación con el mantra de “así son las cosas”. Tan sobrevalorado por las sociedades que resisten los cambios que en algún momento sentido común pasó a ser equivalente de sensatez. Pero no son lo mismo.
Lo común del sentido refiere a esa creencia compartida que se puede sostener sin los cuestionamientos del entorno. Las sociedades valoran a quienes actúan como espera su tribu porque ratifican el orden establecido. En este país siempre se votó líderes fuertes. En este pueblo nunca ganó otro partido. En esta familia las cosas se hacen así. Sensatez, en cambio, es obrar con buen juicio, confiando en el criterio propio, aunque desafíe los mandatos culturales.
El populismo es la consagración del sentido común de ciertas mayorías que abusan de mitos y rituales para legitimarse como parte de una tradición nacional. Sus consignas se repiten como plegarias hasta que parecen verdades reveladas.
El populismo es la consagración del sentido común de ciertas mayorías que abusan de mitos y rituales para legitimarse como parte de una tradición nacional. Sus consignas se repiten como plegarias hasta que parecen verdades reveladas. Su sentido común dice que el Estado vela por la ciudadanía. La sensatez recomienda, como esos carteles de los estacionamientos, cuidar la vida y las pertenencias porque en caso de homicidio o robo el Estado no se hace responsable. Mientras el sentido común del burócrata califica el evento de inseguridad como algo ordinario, los vecindarios conurbanos saben que lo sensato es cuidarse haciendo lo extraordinario.
La política se sirve de ese statu quo que cristalizan los dichos populares. Escudado en el sentido común que repite que la voz del pueblo es la voz divina, los autoritarismos se especializan en fraguar mayorías para perpetuarse. En ese caso, sensato es no confiar en los que se equiparan a un pueblo que excluye crítica y competidores. Si el sentido común se resigna a que no hay mal que dure cien años, la sensatez advierte que no hay que soportar un siglo de tiranías para exigir justicia y libertad.
El rol de los medios de comunicación
No es raro que el sentido común delimite lo políticamente correcto y los lugares comunes que los medios de comunicación adoran porque son vías seguras de alto tránsito. Así como hay un populismo de voto fácil, hay una demagogia de las audiencias que militan periodistas “lugarcomunistas”, para quienes la elección bonaerense es “la madre de todas las batallas”. Son quienes esperarán que una “alta fuente” “rompa silencio” desde el “búnker”, anticipando que el resultado, sea cual fuera, deberá ser ponderado “mirando la película, no la foto” porque, en definitiva, cada elección es “la fiesta de la democracia”. Sensatez sería abandonar para siempre cualquier metáfora bélica para describir el evento electoral y dejar de concluir que “ganó la democracia”, porque ya hace tiempo que no está en disputa.
Los medios no inventan el sentido común, aunque son muy exitosos en detectarlo, abonarlo y distribuirlo en las pantallas ávidas de confirmar afinidades. Cuando la política aprovecha la impunidad del dicho que dice que el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón, el cine arma versiones Marvel de Robin Hood para romantizar la justicia por súper héroe propio. Nadie sensato acusaría a Hollywood de los índices delictivos de La Matanza, pero el sentido muy común entre cierta elite ilustrada atribuye a los medios todos los males de época.
Es que la tradición erudita entiende que los seres humanos son racionales y que, si se equivocan, es porque alguien los estaría engañando con razones equivocadas. En ese sentido común se apoyan las leyes de medios, espacios cedidos a campañas electorales y de etiquetados que regulan la publicidad como si se tratara de una aguja hipodérmica. La regulación busca moderar los contenidos, limitar los discursos, restringir los canales asegurándose que solo transiten lo políticamente correcto que suele delimitar quien está en el gobierno. Lo sensato, en cambio, es respetar la libertad de pensamiento. Siempre, pero con más celo cuando cuestiona el orden establecido.
Los cambios sociales no vienen de los campeones del sentido común sino de quienes descubren que el costo de sostenerlo es mayor que la valentía de cambiarlo. No son la manipulación por la prensa ni los avisos publicitarios los que alteraron la campaña, sino la ciudadanía cansada de ser protagonista de noticias policiales. Suya es la revolución de la sensatez contra el sentido común cristalizado.
Analista de medios