Signo de los tiempos. Se suman las selfies para la Revolución
Las selfies de protesta convirtieron el reflejo narcisista en la herramienta testimonial del activista
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El brazo en alto como signo de lucha fue visto en las marchas de Puerto Rico, Chile, Brasil, Estados Unidos, la Argentina, Colombia, con la prótesis telefónica en la mano. Incluso en Cuba, país de internet frágil. Todos los manifestantes hermanados por el gesto universal de la selfie, mano extendida, mirada en la pantalla. Una selfie de protesta que convirtió el reflejo narcisista en la herramienta testimonial del activista.
La pequeña cuota de vanidad del protagonista que se muestra en situación de causa humanitaria, se compensa con creces por la contribución de esas imágenes para la difusión de sucesos a los que no llega la prensa. La ciudadanía es hoy cronista principal en el lugar de los hechos, tomando los riesgos que antes se reservaban para la corresponsalía de guerra.
La combinación foto-yo valida el testimonio y convierte la imagen en un acto de arrojo. Selfie valiente es la del diputado venezolano Freddy Guevara que se despide mientras hombres armados golpean la luneta de su auto. Foto-yo insurrecta es el video del cubano Frank Camallerys en un supermercado mexicano mostrando una variedad y precios que resquebrajan las certezas de su audiencia socialista, que se compara en las grabaciones de Pedrito, el paketero, en largas filas que atraviesan La Habana por alimentos y papel higiénico. Selfie provocadora es la que compartió Unicef con la vocecita de la pequeña Sondus en un campamento de Jordania, relatando feliz su vuelta a la escuela.
Todas tienen en común protagonistas que nacieron en las tres últimas décadas. Cuando los millennials de “Patria y vida” cantan “Ya se acabó. Tú, cinco nueve, yo, doble dos” marcan el abismo que separa dos generaciones por algo más que una revolución fallida. Mientras los 1959 crecieron mirando ilusiones por la televisión, los jóvenes 2020 no saben de otro mundo que el de los medios sociales. Por eso esta canción, que supera los cuatro millones de vistas, no es de la trova cubana sino una en Funky-style.
Si es una sorpresa que haya YouTubers cubanos, lo es más constatar que hacen lo mismo que los YouTubers universales. Por eso tan conmocionantes como las marchas fue la detención en directo de Dina Stars, una joven que hasta esta semana era una influencer como cualquiera del mundo, grabando momentos de su vida desde un iPhone montado en un aro de luz. Hasta el martes 13 de julio, cuando comprendimos que puede ser un delito de opinión penado por el decreto 370 y la Constitución cubana.
La insolencia de las redes no está en el contenido sino en el efecto contagio de la emoción. Es el “yo también” que invita a los demás a animarse. La detención del estudiante Lesther Alemán recuperó aquel video en que increpaba a Daniel Ortega, que fue subversivo porque, como aseguró el joven, “hice mortal lo que creían divino, cuestioné al poder de manera pública”.
Las élites acostumbradas al monopolio de la palabra condenan a quienes osan ejercerla sin su permiso. Y llaman “odio” a su propio miedo a un poder que no está en la doctrina sino en la comunidad franca que construyen los YouTubers con publicaciones compartidas, que da más credibilidad a Dina, a Frank o Pedrito que al mismísimo Fidel. Preso el influencer, la comunidad se activa.
El mundo encapsulado en la propaganda del siglo pasado solo entiende la comunicación centrífuga de un centro que dispara mensajes a mansalva. El movimiento centrípeto de las redes, a la inversa, atrae a cada móvil sucesos, zozobras, sentimientos, con trayectoria impredecible.
El mundo encapsulado en la propaganda del siglo pasado solo entiende la comunicación centrífuga de un centro que dispara mensajes a mansalva. El movimiento centrípeto de las redes, a la inversa, atrae a cada móvil sucesos, zozobras, sentimientos, con trayectoria impredecible. La cobertura informativa estuvo delimitada por un prefijo telefónico que facilitaba el control sistémico, pero hoy vive en la nube que, como tal, puede ser mirada pero no apresada en una jaula. Los tiranos del siglo pasado insisten en encerrar a las personas sin comprender que sus ideas se expanden con la volatilidad de los gases nobles.
Por eso el apagón de datos es el nuevo camión hidrante. El arresto domiciliario que sufrieron a fin de 2020 tantos artistas incluía, especialmente, el corte de internet. Los dictadores del siglo XXI convierten el derecho humano a internet en un bien exclusivo de élites que temen especialmente al pueblo cubano que dedica una parte vital de su magro salario a pagar una conexión mediocre. O, al menos, a comprar “paquetes” de a dólar, que traen toda la internet, las noticias del mundo, los videos que caben en un pendrive.
Ninguna revolución depende de una sola causa. Por eso es incorrecto hablar de la revolución de las redes. Tanto como hablar de los cimbronazos de estos tiempos sin ellas.
Analista de medios