Signo de los tiempos. Piquetes, tomas y algunas provocaciones
Cortes y tomas se han convertido en el espectáculo de la política, donde la molestia, y no la solución, es el resultado
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Las noticias sensacionalistas tienen impacto porque apelan a las emociones, muy eficaces cuando se acaban las razones. El sensacionalismo es un recurso que sirvió a la prensa para llegar a las masas. Y a los populismos a izquierda y a derecha para inflamar las antinomias con eficacia. En la Argentina las medidas de fuerza son las noticias sensacionalistas.
Los intereses contrapuestos de Gobierno, sindicatos, organizaciones sociales, corporaciones profesionales o empresariales, confluyen en la vocación común de comunicar provocando a los demás. Cuando los reclamos sectoriales se degradan en prepotencia, la indignación por las formas termina deslegitimando el fondo de lo que se reclama. Por eso la protesta se convirtió en el problema a resolver en lugar de la pobreza o la educación que la motivaban.
Los piquetes y cortes de calle llegaban a cinco mil hacia mediados de 2022, un 76% más que en 2021, con proyección de superar el récord de 2014, según un informe de Diagnóstico Político. Que desde entonces la mitad de jóvenes persistan en la pobreza recuerda que la solución de esa tragedia no surge de la interrupción del tránsito.
La comunicación con fines de indignación también es elegida por el Gobierno, que no pierde ocasión de hostigar a algún grupo en sus oraciones o decisiones. Actos y feriados funcionan como piquetes presidenciales que interrumpen las actividades habituales. Las quejas de la gente perjudicada se convierten en un nuevo problema que se contestará con amenazas de controlar las redes sociales, que generarán nuevas indignaciones que el Gobierno calificará de odio. Y los problemas y la indignación se potencian en una espiral incandescente.
Sindicatos que hostigan a patrones y trabajadores. Estudiantes que no dejan estudiar a otros estudiantes. Gobernantes que invitan en sus discursos a que una parte de la sociedad odie a la otra. Colectivos que no saben reclamar por sus derechos sin menoscabar los conseguidos antes. Una sociedad carente de empatía, que empuja sus antipatías por prensa y redes, para llevar la provocación más allá de los que participan en directo de ella.
Una sociedad carente de empatía, que empuja sus antipatías por prensa y redes, para llevar la provocación más allá de los que participan en directo de ella.
Esta provocación en diferido se parece a lo que Umberto Eco llamó “la cháchara deportiva”. El espectáculo del deporte es el deporte al cuadrado, que se eleva al cubo cuando se sigue por los medios, y así, hasta la enésima potencia. Decía que “quien parlotea sobre el deporte se cree deportista sin advertir que no practica deporte alguno”. Cortes y tomas se han convertido en el espectáculo de la política, donde la molestia, y no la solución, es el resultado.
La prepotencia del poder o de la fuerza puede convocar la atención de la sociedad pero no se gana su respeto. Partidos políticos, sindicatos y gobiernos, principales agentes de la provocación, en el piso de confianza según el Latinobarómetro. El gobierno argentino está hoy por debajo de los 1,5 puntos de 5 con que se evalúa el Índice de Confianza en el gobierno de la Universidad Di Tella. La medición del desempeño gubernamental desde cinco variables (gobierno; interés general; gasto público; honestidad; capacidad) permite confirmar que ese piso de 1,5 se perforó también en 2008 hasta 2010 y a fines de 2014, año récord de protestas. La provocación no va de la mano de la confianza.
Ninguno de estos fracasos parece disuadir a ese puñado de jóvenes que tomaron unos colegios favorecidos de Buenos Aires. Suena a fraude que digan defender la educación impidiendo a miles de estudiantes acceder a clases. Remedar las provocaciones del pasado convierte a esos adolescentes en conservadores, sin que logren rejuvenecer a los adultos que les cargan sus viejas banderas.
Esas criaturas necesitan dejar manuales de fantasiosas tomas de colegios escritos para recuperar la sabiduría pop de las películas de Disney. De haber visto Monsters Inc. (Pixar, 2001) sabrían cómo termina la fábula de los monstruos que asustan niños para producir energía para su corporación. Solo cuando una beba desafía a los monstruos y les muestra que no les tiene miedo, descubren todos que la risa producía diez veces más energía que los gritos.
El eslogan de la corporación de fantasía podría perfectamente aplicarse a nuestra cultura política: We scare because we care podría traducirse en “te asustamos por tu bien”. La cultura popular sabe más que la política cuando recomienda el poder de la empatía en lugar de repetir viejas recetas antipáticas con las que fracasaron sus progenitores. En especial cuando tiene ante sí el enorme potencial de la comunicación empática de las nuevas generaciones.