Signo de los tiempos. Legisladores que pasan a marzo sin examen
Los debates, considerados como un espectáculo donde el votante es tratado como un espectador, que no se entiende el valor de la evaluación de competencias técnicas de representantes que decidirán sobre su destino
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Décadas de propaganda transformaron a la comunicación política en un recurso electoralista más que una instancia orientada a fortalecer la democracia. Conferencias de prensa que son anuncios unilaterales, vocerías por años silenciadas que se activan con la aclaración de que la portavoz se dedicará a verificar que la prensa “porte la voz” oficial, hablan de la idiosincrasia de una ley electoral que asegura segundos de publicidad antes que información. Al punto que, cuando incorporó el debate presidencial en 2016, el castigo por no presentarse fue quitar el espacio publicitario.
Estamos tan acostumbrados a celebridades políticas que solo entienden los debates como un espectáculo donde el votante es tratado como un espectador, que no se entiende el valor de la evaluación de competencias técnicas de representantes que decidirán sobre el destino de los votantes. Para el primer enfoque, los debates se ganan o pierden como riñas de gallos. Para el segundo, se trata de superar o no un examen que los aspirantes deben rendir sobre un mismo tema, sin que valga llevar machetes o memorizar las consignas de siempre. La audiencia enseguida detecta la impostura porque el discurso se puede falsear, pero la reacción espontánea no se puede producir.
El desempeño de candidatos por la Ciudad de Buenos Aires fue más atractivo porque hubo más clima de estudiantina. Estaba la que estudia tanto que se pone nerviosa (Vidal); el que no estudia, pero improvisa sobre cualquier tema (Santoro); el que solo cita de memoria los mismos autores (Milei) y la que hasta en el examen habla como en el centro de estudiantes (Bregman).
Ese role playing de mesa examinadora que disfruta la ciudadanía y del que reniega la política explica la diferencia de interés entre los dos debates que organizó la señal de noticias TN para postulantes a diputados. El desempeño de candidatos por la Ciudad de Buenos Aires fue más atractivo porque hubo más clima de estudiantina. Estaba la que estudia tanto que se pone nerviosa (Vidal); el que no estudia, pero improvisa sobre cualquier tema (Santoro); el que solo cita de memoria los mismos autores (Milei) y la que hasta en el examen habla como en el centro de estudiantes (Bregman).
Los candidatos de la provincia de Buenos Aires, en cambio, no supieron salir de los espacios cedidos a los partidos para la propaganda electoral. Demostraron que los guiones publicitarios no sirven para la vida cívica, ni siquiera cuando son declamados como poesía en fiesta patria (Randazzo). Es difícil aprobar un examen cuando se expone con titubeos (Santilli) o se insiste en responder a cualquier pregunta con la misma consigna (Del Caño). Menos se convence a la mesa examinadora comentando anécdotas de la vida (Hotton). O peor, respondiendo “yo les pregunto a ustedes” (Tolosa Paz). El gesto de repartir sus carpetas a los postulantes (Espert) mostró al único candidato que había preparado unos apuntes. La paradoja es que igual todos pasarán a marzo. Y no a recuperar el examen, sino a inaugurar la asamblea legislativa.
En un país que reniega de los exámenes en la formación inicial y donde no hay evaluación de ingreso para los estudios universitarios, es de esperar que las elites desprecien la idea de examinarse cuando aspiran a manejar los destinos del país. Es un privilegio que desconoce cualquier joven que aun para un puesto eventual deberá rendir un psicotécnico que demuestre su aptitud laboral. Y que goza la persona que se postula para un cargo con estabilidad de cuatro años, inmunidad parlamentaria, equipo rentado y generosos viáticos.
En El cuerpo de las imágenes, Eliseo Verón decía que “la puesta en escena es una puesta en sentido” porque es un indicador del papel asumido por el político.
En El cuerpo de las imágenes, Eliseo Verón decía que “la puesta en escena es una puesta en sentido” porque es un indicador del papel asumido por el político. Estos debates evidenciaron la diferencia entre el candidato entrevistado como personalidad en el sillón de una periodista amiga, y el que está parado frente a una cámara, a la par que sus contrincantes, respondiendo sobre los mismos temas y haciéndose entre sí las preguntas.
La comparación con otros parlamentos también muestra la diferencia entre leer argumentos apoltronado en una banca, de espalda a sus pares, que hacerlo de pie, con el cuerpo legislativo y la ciudadanía como destinatario. Así funciona el parlamento alemán, que después de la guerra reconstruyó la bombardeada cúpula de metal por una transparente que refracta los rayos del sol hacia un recinto que elige sesionar a la luz del día. Lo que aquí se ve en la excepcionalidad de los debates es regla para muchas culturas políticas.
Para un sistema que funciona por aviso facturado, donde las campañas políticas son un mero artefacto para juntar votos, aún no se entiende el valor de preparar durante varios días a un candidato a defender con argumentos lo que podría grabarse en diez segundos para salir en un spot. Sin embargo, se trata nada menos de ver a los postulantes haciendo exactamente lo que harán en el parlamento.