Signo de los tiempos. La hora de escuchar a las mayorías silenciadas
Los que se expresan no yendo a votar desde hace años, un colectivo al que no se le presta atención
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La democracia también está en mutación. Igual que una cepa va desplazando a la anterior para que el agente sobreviva, el sistema electoral está sufriendo alteraciones en su código genético que exigen otros protocolos. Aparecen partidos, se extinguen los que parecían intocables y el sistema no parece contar con los anticuerpos necesarios.
En condiciones de laboratorio, se suponía que una influyente prensa de calidad era el mejor antídoto para el votante desorientado. En las democracias reales con deficiencias inmunitarias, la calidad de la prensa no alcanza para conseguir esa influencia en un menú informativo muy diversificado. La mutación del último virus enseñó que hasta las mejores vacunas requieren un refuerzo, por lo que es probable que esta democracia mutante requiera de algo que la información actual no estaría proporcionando.
La mutación del organismo político se empezó a notar en 2016 y fue diagnosticada preventivamente posverdad. Por mera correlación se acusó a las fake news de la aparición de liderazgos a lo Trump, considerando que aquello no podía pasar en el sistema que consideraba a la prensa poder en cuarto lugar. Pero luego pasó con el Brexit del Reino Unido, el plebiscito por la paz en Colombia y otras tantas instancias en que los resultados electorales contrariaban a las mejores intenciones. Quizás porque la desinformación no sea agente sino síntoma de la enfermedad.
Ocurre que estas teorías tienen perspectiva del grupo demasiado atento a la información que gusta de hablar de medios hegemónicos, instalación de agendas, encuadres mediáticos y otras frases rimbombantes. Pero falta demostrar que la gente que vota lo hace informada. Y explicar qué pasa con ese grupo que ni siquiera vota.
En las recientes elecciones, el oficialismo festejó el apoyo de uno de cada tres votantes. El dato es que casi la misma proporción no ejercieron de votantes. En las elecciones de este siglo, por lo menos una de cada cuatro personas no participó, a pesar de que el voto se supone obligatorio. Si se suma el voto en blanco y los impugnados, el voto no positivo superó muchos años a la primera minoría.
En las elecciones de este siglo, por lo menos una de cada cuatro personas no participó, a pesar de que el voto se supone obligatorio. Si se suma el voto en blanco y los impugnados, el voto no positivo superó muchos años a la primera minoría.
La última participación fue similar al 65% que votó en las dudosas elecciones de Nicaragua, lo que convierte al 75% vencedor en menos de la mitad del padrón. Lo mismo aplica a lo que la prensa calificó como “victoria aplastante” del oficialismo venezolano sin calcular que el 90% del 42% que fue a votar da 38%. Lo aplastante es el silencio que una mayoría de personas elige para expresarse.
Que los populismos de cualquier signo político necesiten ser legitimados por mayorías explica que sean reacios a los cálculos aritméticos. La propaganda necesita el número más conveniente para considerar soberano al pueblo que lo eligió y despreciar implacablemente al resto. En la Argentina, la elección presidencial de 2011 sigue siendo recordada por un proverbial 54% de votos emitidos. Pero si los cálculos se hacen sobre el total del padrón, el triunfo representó un 41% mientras no eligieron uno de cada cuatro. Lo que pasó después se explica menos con el triunfalismo que desoye a los que gritan su desinterés tan silenciosamente.
La película Brexit (2019) tiene una escena que explica que no se trató de una campaña publicitaria milagrosa sino de una eficiente detección de estos grupos desoídos por igual por la política y la prensa. Cuando el estratega visita junto con el líder de la campaña a favor de abandonar la Unión Europea una modesta casa suburbana, sus habitantes le declaran su sorpresa diciendo que no están acostumbrados a que alguien toque a su puerta. La campaña racional que argumentaba la permanencia en Europa con el argumento “We are in” (algo así como somos parte) no tenía chances de apelar a ese grupo excluido de la opinión publicada que se pretende opinión pública. Cosa que si consiguió la idea de “Let’s take the control back” (recuperemos el control) en desocupados, migrantes, jubilados, subempleados, que las elecciones hacen sentir que no son parte de nada.
En su afán de mostrar mayorías, la política desconoce esa parte de la población que prescinde del derecho a voto desafiando su obligatoriedad. Pero poco se entiende que lo hagan los medios. El eslogan de The Washington Post de que la democracia muere en la oscuridad, intentó definirlo como la luz en las tinieblas de la información. Pero el sistema democrático no solo necesita ver sino curarse de su crónica sordera.
Ante el desconcierto que generan los resultados electorales, medios y política coinciden en excusarse en la desinformación y las redes sociales. Pero omiten que cuando dicen escuchar a la sociedad se ocupan, en el mejor de los casos, de lo que expresan dos de tres partes.