Signo de los tiempos. La confianza no se vende en el mercado de vacunas
La situación emocional de la comunidad es determinante para que se cumplan con los cuidados necesarios y las medidas de prevención
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Cuando la humanidad estaba entretenida en recuperar los encuentros navideños suspendidos el año pasado, la pandemia recuerda que todavía anda dando vueltas. Y la ciencia le advierte a la política que los virus no desaparecen por vacaciones o temporada de Fiestas. Al contrario, gustan de multiplicarse en ellas.
Mientras los pronósticos más optimistas consideran al coronavirus una gripe invernal, la realidad viene a confirmar las proyecciones que advertían mutaciones más contagiosas y resistentes. Ese escenario se recreó hace un par de semanas en una simulación con expertos de cuatro continentes convocados por el programa Alianzas para la Democracia y el desarrollo para América Latina de la Fundación Konrad Adenauer.
El simulacro, en el que tuve la fortuna de participar, busca evaluar el impacto de un brote más mortal y contagioso que se detectaría en Boston en un viajero que volvía de Kenia con una escala forzada en Frankfurt en la temporada navideña de 2024.
Para el grupo de especialistas en salud, seguridad, estrategia política y comunicación que participaron del simulacro a fines de noviembre, la situación parecía probable pero lejana. Al cierre de la actividad, cuando la variante ómicron estaba confirmada, las hipótesis del simulacro se volvieron contingencias inminentes. Y si durante el ejercicio aparecieron dudas acerca de los aprendizajes que había dejado 2020, el devenir del brote real de 2021 confirma los efectos contraproducentes que la fatiga y el escepticismo oponen a cualquier medida sanitaria.
En el simulacro, las decisiones de salud y seguridad nacional de los diferentes equipos debían considerar los aspectos económicos y de cooperación internacional, tanto como la situación emocional de la comunidad y los dilemas éticos derivados.
En el simulacro, las decisiones de salud y seguridad nacional de los diferentes equipos debían considerar los aspectos económicos y de cooperación internacional, tanto como la situación emocional de la comunidad y los dilemas éticos derivados.
Tanto aquella ola simulada como esta real enfrentan el escepticismo colectivo ante una pandemia que dejó magros resultados sociales tras grandes sacrificios personales.
Los modelos matemáticos que proyectan la cantidad de víctimas se basan en datos como la tasa de reproducción del virus, los resultados previos, la infraestructura sanitaria, los sistemas de monitoreo, las medidas restrictivas y la movilidad resultante. Cuarentenas, cierres, protocolos y demás medidas de protección personal y social necesitan de la confianza social. El factor miedo que durante las primeras semanas de la pandemia colaboró para detener la movilidad es el que generó las mutaciones más resistentes. Rebeldía, suspicacias y otros anticuerpos sociales se inocularon en la población al mismo tiempo que las vacunas, y condicionan fuertemente cualquier futuro pandémico.
Este factor es especialmente crítico en los países con más víctimas por Covid-19 a dos años del primer caso. Todos están en Latinoamérica y Europa del Este, regiones con bajos índices de confianza y alta percepción de la corrupción según el ranking de Transparencia Internacional. Mostrar confianza es comportarse en el presente como si el futuro fuera cierto, definió Niklas Luhmann. Improbable en países inciertos.
La confianza reduce la complejidad y facilita la toma de decisiones, pero tiene una base muy frágil porque está construida por impresiones personales de las experiencias pasadas. Las expectativas inseguras son más resistentes que las seguras, que se desmoronan a la primera desilusión. Por eso, la efímera confianza que tuvieron las primeras decisiones presidenciales antes que un logro de la gestión fueron una oportunidad desperdiciada. La ciencia confirma que las mascarillas y la distancia social son las más efectivas para evitar los contagios, así como la vacunación es imprescindible para evitar las hospitalizaciones. Las decisiones políticas relajaron las primeras por motivos electorales. Y profanaron la segunda con nepotismo y desorganización que hacen que a un año de iniciada la campaña de vacunación esté lejos la inmunidad que exigen las nuevas cepas.
Si algo coincide el simulacro con los escenarios actuales es en la dependencia de las decisiones de la confianza pública. Hasta la simple recomendación de usar una mascarilla se vuelve inviable cuando se dirige a una sociedad desconfiada. Ni qué decir de volver al encierro total que demandaría un virus como el del simulador que, sin medidas extremas, mataría a nueve millones de personas en la primera semana. Cualquier medida de prevención requiere una alta dosis de confianza que no se vende en el mercado global de las vacunas porque solo puede producirse en casa.