Signo de los tiempos. Inflación comunicativa y depreciación de la palabra
Emitir más mensajes no ayuda a hacerlos más creíbles; al contrario, comunicar más se vuelve un reconocimiento de que se les cree menos
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El mundo está descubriendo con alarma los efectos que genera la inflación monetaria. Los desequilibrios mundiales expandieron ese flagelo hasta economías acostumbradas a la estabilidad. Más allá de las diferencias entre la inflación global de la pospandemia y la que padecen desde hace años unos pocos países en el mundo, el fenómeno tiene una expresión compartida: un mismo billete compra cada vez menos.
Los índices de caída de credibilidad del Gobierno proponen una analogía inflacionaria para los mensajes políticos. Si la emisión de billetes sin base monetaria deprecia el valor impreso en el papel, podría pensarse que algo parecido ocurre cuando se emiten demasiados mensajes para pocas novedades.
La comunicación de gobierno está inflada. Presidente con lapsus verborrágicos en actos insignificantes. Vicepresidente con discursos nostálgicos en actos magnificentes. Ministros que anuncian por lo bajo cambios en las políticas públicas que solo existirán en los programas de televisión donde los comentan. Vocera presidencial que tiene para ofrecer más consignas que respuestas concretas. Avisos publicitarios que multiplican logros y conquistas que escasean en la vida real.
Con tanta emisión los mensajes gubernamentales están más depreciados que los billetes de cinco pesos. Esos papeles van saliendo de circulación en la medida en que la inflación los reduce a nada. Las declaraciones terminan sacando de circulación a los políticos de la nada. Incluso cuando estos personajes están en su mejor momento, se observa que sus mensajes carecen de relevancia más allá del núcleo de militantes y periodistas. Desde que suben los discursos a las redes sociales cualquiera puede ver que hay políticos a los que les es más fácil obtener votos en elecciones que vistas en YouTube.
Algo para reconocer es que los gobiernos inflacionarios aplican las mismas soluciones para la escalada de precios y mensajes. Por caso, los gobiernos de la Argentina y Venezuela emitieron piezas antológicas donde atribuyen la hiperinflación a la codicia de los comerciantes y culpan de la depreciación de la palabra gubernamental a los medios de prensa.
Los gobiernos de la Argentina y Venezuela emitieron piezas antológicas donde atribuyen la hiperinflación a la codicia de los comerciantes y culpan de la depreciación de la palabra gubernamental a los medios de prensa.
Así como se inventan organismos para aplicar programas de “precios cuidados” también financian “observatorios” que emiten recomendaciones para que los periodistas cuiden las palabras. Las dos soluciones para compensar el exceso de emisión tienen el mismo efecto nulo. Nada que compense la frustración de cargar pilas de billetes para pagos mínimos. Y de necesitar miles de argumentos para justificar lo mismo de siempre.
En la ficción La Casa de Papel una de las usurpadoras de la máquina de imprimir billetes expresa una línea que devino meme: “Quiero las máquinas funcionando las 24 horas, como si esto fuera una rave de Pocholo: chiki pun chiki pun”. Como una fiesta electrónica sin fin, la comunicación de gobierno se emite en un continuo que alimenta las noticias que luego serán corregidas por los funcionarios que aparecen en ellas. Y así, se genera una polémica interminable por cada mensaje emitido, que multiplican versiones de cuestiones que se beneficiarían con el olvido. La pérdida de valor de la palabra no se compensa con más emisión, sino con más confianza.
En su libro Confianza Niklas Luhmann dice que confiar es un mecanismo para reducir la complejidad del mundo. La confianza social es más fuerte cuando los miembros de una comunidad tienen certeza de que sus decisiones se conectan virtuosamente con las otras. Para el sociólogo alemán la verdad, el amor, el poder y el dinero son medios de comunicación de la confianza. El dinero tiene un valor de signo que simboliza la capacidad de convertir ese importe en un consumo. Cuando ese símbolo que representaba cien de pronto tiene que multiplicarse por varios ceros se rompe la confianza en la moneda. El remedio de aumentar el sueldo no restituye el valor original del símbolo en el billete si no que, al contrario, confirma que no funciona.
El poder es un medio que en su versión virtuosa logra coordinar los esfuerzos sociales y mejorar la confianza. Para eso necesita que los intercambios se apoyen en valores de verdad. Imaginemos un gobierno sin poder, con una moneda deteriorada, que intenta subsanar esos males con construcciones discursivas y declaraciones innecesarias. Imprimir más billetes para comprar lo mismo no es una buena política monetaria, igual que emitir más mensajes no ayuda a hacerlos más creíbles. Al contrario, comunicar más se vuelve un reconocimiento de que se les cree menos.
Analista de medios