Signo de los tiempos. Fútbol y política en tiempos del Mundial
La sociedad más polarizada, en el momento político más urticante, puede aunarse alrededor de un objetivo convocante
- 4 minutos de lectura'
Un lugar común para explicar la política argentina es que se vive como un partido de fútbol. Bien mirado, el fútbol se parece bastante a la política. Más allá de las relaciones carnales entre el poder y el fútbol profesional, hay prácticas rituales que espejan una y otra afición. Como ese fervor que convierte, unos días cada cuatro años, a seres juiciosos en hinchas exaltados.
Mundiales de fútbol y elecciones habilitan que, cada cuatro años, gente habitualmente desinteresada del asunto de pronto se vuelva activa participante. Durante elecciones y mundiales gente ayuna de política o de fútbol se convierte en especialista, ferviente comentarista, si no en fanática temeraria de alguna de las facciones en disputa. Las dos ocasiones empujan a las calles a multitudes entusiastas que corean nombres y portan banderas para festejar el partido o al partido, según corresponda. La contracara de tamaña algarabía es, sea elección presidencial o campeonato mundial, el desprecio visceral a quienes expresan la contraria.
Gente de gris reemplaza el traje importado con una camiseta de poliéster ordinario que trajo la promoción del banco dos mundiales atrás. Personas que no gritan ni para llamar a un taxi, llegan a la oficina con un hilo de voz al día siguiente de un partido, jactándose de haberle gritado con desenfado al televisor. Ahora que los jóvenes suben videos de sus progenitores a TikTok sabemos a qué extravagancias puede llegar un adulto en situación de Mundial.
La tregua olímpica se resignifica en el Mundial de fútbol. No se suspenden las guerras, como tristemente sabe el pueblo ucraniano. Pero se relajan, de pronto, categorías estrictas en los tiempos que van de Mundial a Mundial. El nacionalismo deja de ser un asunto de las ultraderechas para poder ser impúdicamente exhibido con la excusa del pase de ronda, y la “eliminación” del adversario es motivo de festejo público autorizado. El fanatismo, otras veces denostado, se vuelve un rasgo de lealtad nacional.
La ciudadanía mundialista no es por opción. Se impone por nacimiento o por residencia. Cualquiera simpatía por un equipo que no coincida con el DNI, conlleva la deportación inmediata de la vida social por traición a la patria futbolera. El imperativo atmosférico del que hablaba Ortega y Gasset, se vuelve categórico en la medida en que el campeonato de fútbol pauta la emoción nacional.
En esas semanas cambian las preguntas periodísticas. “¿Cómo está el clima?” ya no refiere a los fenómenos meteorológicos sino al fervor previo al encuentro deportivo. “¿Cuánto cuesta vivir?” no anuncia un reportaje de la carestía de vida en un país empobrecido sino por el cálculo de la estadía mundialista en el país de los millonarios. Las confesiones de fe abandonan las celebraciones religiosas y se escucha a cualquier hora “Tengo fe en” seguidas de complementos como “este equipo”, “Messi” o en la cábala que vino acompañando al feligrés futbolero en los últimos mundiales. Expresiones como “Muy agradecido a Dios de poder compartir este momento con mi hijo” llevan la libertad de cultos a límites impensadas por los constituyentes.
Cualquier exceso es festejado con ternura, casi unánimemente. El hincha desgañitado es, a los efectos de la crónica mundialista desde Qatar, un héroe en condiciones de ausentarse de sus labores una semana más, según paute el pase de ronda. Y que se jacta, sin pudor, de conseguir una entrada por la ganga de mil dólares, como si no fuera equivalente a tres jubilaciones según el cambio oficial.
Desmiente también esa idea de que las noticias polarizadas sirven para ganar rating. Este ritual de unificación nacional convoca, en cada encuentro, el triple de audiencia que el programa más popular del 2022.
Desmiente también esa idea de que las noticias polarizadas sirven para ganar rating. Este ritual de unificación nacional convoca, en cada encuentro, el triple de audiencia que el programa más popular del 2022. Las búsquedas en Google confirman también que fue la curiosidad principal. Entre las búsquedas del año “mundial 2022″ es la segunda, “Argentina vs. Italia” la tercera y Argentina vs. Arabia, quedó en décimo lugar. De política no hay curiosidad equivalente, con excepción de “censo digital” (primera búsqueda) y “subsidio luz y gas” (octava), que vendrían a demostrar que de las decisiones de gobierno solo interesan las que afectan el día a día.
Si el evento mundialista pudiera leerse en clave de metáfora social, podría verse en este fútbol de bandera una pista de que la sociedad puede encontrarse más allá de sus grietas. Que incluso en la sociedad más polarizada, en el momento político más urticante, puede aunarse alrededor de un objetivo convocante. El problema no es que sea el fútbol. El asunto es que no haya aparecido para eso nada mejor que un campeonato mundial.