Signo de los tiempos. Feminismo simbólico o feminismo de hecho
Misoginia, filoginia y la necesidad de poner el foco en el respeto y apoyo que las mujeres merecen de sus congéneres
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En un mundo polarizado, la equidad de géneros puede ser un punto de consenso alrededor de principios universales. O puede sumar un motivo más de divisiones, extremando las diferencias y convirtiendo al feminismo en un conflicto de bandos. Como cuando eleva cualquier controversia que involucra una mujer a un asunto de misoginia, con el riesgo de banalizar el concepto en lugar de reforzarlo. El riesgo de la inflación semántica que sufren algunas palabras es que pierdan su valor como acusación y se conviertan en una muletilla.
La palabra misoginia se activó con la línea del feminismo de los años setenta que postulaba el odio generalizado y la violencia malévola y deliberada contra la mujer.
Había aparecido siglos atrás, como respuesta a un panfleto escrito por Joseph Swetnam en 1615, cuyo título elocuente proponía un Proceso a las mujeres lascivas, ociosas, desobedientes e inconstantes. Pero lo que en algún momento fue vanguardia, cincuenta años después, de seguir igual, se vuelve reaccionario. En estos tiempos, revolucionario sería lo contrario, es decir, dejar de hablar del repudio a la condición femenina, más allá de que puede persistir entre unos pocos, para poner el foco en el respeto y apoyo que las mujeres merecen de sus congéneres.
Revolucionario sería equiparar el interés que en los últimos años creció exponencialmente por la misoginia al activar las búsquedas en Google de su contrario. Aunque todavía no se usa filoginia, ya existe interés por sus ejemplos.
Revolucionario sería equiparar el interés que en los últimos años creció exponencialmente por la misoginia al activar las búsquedas en Google de su contrario. Aunque todavía no se usa filoginia, ya existe interés por sus ejemplos.
Cuando en 1954 nació Angela Dorothea Kasner, era impensable que una mujer fuera canciller. Cuando Angela, ahora Merkel, deje el cargo, será igual de raro para los jóvenes alemanes del siglo XXI pensar la versión masculina de la cuenta oficial de Instagram, que lleva la terminación femenina de @BundesKanzlerin desde su creación. El liderazgo de Merkel está hecho de gestos tan discretos como poderosos. Ella reconociendo el error de algunas medidas durante la pandemia. Ella visitando las zonas afectadas por la catástrofe climática que padeció Alemania, y ofreciendo su brazo para recorrerlas a Malu Dreyer, una dirigente de la oposición. Ella en sus toscos zapatos de fajina, contrastando con los tacones altos y carísimos que abundan en las fotografías oficiales. Su liderazgo es distintivo no solo entre otras mujeres, sino en una generación de líderes grandilocuentes, que hicieron de su carisma un instrumento autocrático para inventarse reelecciones que Merkel legitimó cuatro veces sin eludir elecciones internas y decisiones parlamentarias. Se trata feminismos menos declarativos, pero de hechos poderosamente elocuentes.
La metáfora de la filoginia que genera Merkel en las redes sociales la da la foto más popular entre los líderes europeos, según el estudio de Twiplomacy. La imagen original retrata una reunión informal entre dos sesiones del G7 de 2018, donde Merkel está de pie con las manos sobre el escritorio mirando seriamente a Donald Trump, sentado con los brazos cruzados y la mirada displicente. Alrededor de la mesa una docena de persona la miran a ella, incluidos algunos de los hombres más poderosos del mundo. La imagen fue convertida en millones de memes con la irreverencia propia de las redes, pero en casi todas el ridiculizado era Trump y la jerarquizada era Merkel.
Las defensas sectoriales que omiten que la violencia en las redes es un contexto en donde se libra el debate público y la equiparan a una confabulación contra la mujer, habilitan a llamar misoginia las decisiones que sí las perjudican en su conjunto.
Un estudio de la Universidad Di Tella detectó que el cierre de las escuelas argentinas por más de un año castigó más a las mujeres que a los hombres y a las emprendedoras más que a las asalariadas. Como observó Esther Duflo, Premio Nobel de Economía 2019 citada en el informe, mantener las escuelas cerradas es un impuesto directo a las mujeres. Pero nadie llamó esto misoginia.
A la par que se usa livianamente el concepto misoginia para equiparar una afrenta personal al odio sistemático hacia la mujer, se disimula con argumentos de necesidad y urgencia decisiones que representan un probado menoscabo a la condición femenina. Una agresión personal no necesita hacerse extensiva al género para ser repudiada. Toda violencia es repudiable como lo es cualquier menoscabo a la igualdad de cualquier persona. Cabe preguntarse en qué queda la equidad cuando un ministerio está entretenido en enseñar el lenguaje inclusivo en las escuelas mientras otro convierte la educación en un derecho exclusivo cuando las cierra.
Analista de medios