Signo de los tiempos. En pandemia, no todo lo que reluce es ciencia
Mientras la ciencia se fortalece con las refutaciones, la verdad dogmática de la política no admite impugnaciones y pide fe absoluta, esa que confunde científicos con exégetas y ciencias con religiones
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La ciencia solía estar tranquila en sus laboratorios hasta que vino la peste y la hizo entrar a empujones al palacio para debatir las decisiones políticas a la vista de todos.
Líderes mundiales, burócratas y científicos se convirtieron en voces principales de las noticias pandémicas desde escenarios que parecían similares en todo el mundo: ciudades cerradas, aeropuertos controlados, hospitales saturados, escuelas protocolizadas. Pero bastó un año para entender que ciencia y política no cumplieron el mismo papel en todos lados.
Tratándose de una crisis sin antecedentes, desde el principio el mundo reconoció a los científicos y especialistas como los voceros más creíbles para hablar de Covid-19, con más del ochenta por ciento de confianza según el Barómetro Edelman
Tratándose de una crisis sin antecedentes, desde el principio el mundo reconoció a los científicos y especialistas como los voceros más creíbles para hablar de Covid-19, con más del ochenta por ciento de confianza según el Barómetro Edelman. El doble que tenían en aquel marzo fatídico líderes y políticos, que arrastraban desprestigio de muchos años.
Por eso pareció buena idea que esa política desacreditada se aferrara a la ciencia para dar legitimidad a los cambios drásticos que se le pediría a la sociedad.
Pero mientras la ciencia aportaba soluciones en vacunas y procedimientos sanitarios para la humanidad, no todos los países aprovecharon esos avances por igual.
Cuando comenzó la crisis y no se sabía nada del coronavirus, Reino Unido tenía 16 muertes diarias por millón de habitantes, pero este año empezó el mes de junio con cero.
La Argentina empezó sin víctimas pero alcanza los peores guarismos ingleses un año después, cuando el mundo tiene ocho vacunas aprobadas, siete autorizadas y más de cien en desarrollo.
Los expertos pueden disminuir el riesgo de las decisiones políticas, según explica el filósofo Daniel Innerarity en Política para perplejos, en la medida en que aportan “una actitud desinteresada, objetiva, pragmática e independiente hacia la realidad”.
Claro que si los gobiernos convocan a especialistas guiados por el criterio contrario y los fichan por sus afinidades, ideología o militancia, puede ocurrir que los aportes de esos científicos no amortigüen los daños generados por ciertas políticas públicas.
O peor: incluso puede pasar que la política termine haciéndolos responsables de las consecuencias negativas de esas políticas. Esto suele ocurrir cuando la política usa los organismos científicos como una franquicia que aplica a anuncios y documentos oficiales para legitimar disposiciones arbitrarias que llevan a abrir escuelas o cerrarlas, restringir actividades comerciales o limitar los parques. Para eso solo necesita que se confundan científicos con escribas que a su vez confunden causalidad con lo que apenas es una correlación de eventos.
Esta ciencia instrumentalizada pierde independencia para someter los hallazgos a la verificación de la comunidad científica. Para eso sirven las publicaciones especializadas, que no implican la consagración del descubrimiento sino el primer paso para abrir una discusión franca.
Mientras todavía no hay datos definitivos de qué vacuna tiene más efectividad en las grandes poblaciones, sí estamos en condiciones de afirmar que la Argentina dio prioridad a las que tienen menos estudios publicados.
Si se busca en Google Scholar, que compila exclusivamente esas fuentes científicas, la frase “vacuna SARS COV-2” arroja más 221 mil referencias a fin de mayo. La búsqueda por el nombre técnico de cada vacuna puede, a su vez, dar una pista de la profundidad de la discusión científica que las respalda. Puede que esas siglas entorpezcan la lectura pero la cantidad entre paréntesis que cuantifica las investigaciones publicadas confirma que no hay la misma ciencia en todas las vacunas: mRNA-1273 (13.800 referencias); BNT162b2 (7570); ChAdOx1 (3310); BBIBP-CorV (574); Gam-COVID-Vac (418). Las que tienen más publicaciones son, respectivamente, Moderna, BioNTech-Pfizer, AstraZeneca. Las dos últimas juntas, Sinopharm y Sputnik, apenas superan el millar. Mientras todavía no hay datos definitivos de qué vacuna tiene más efectividad en las grandes poblaciones (que no es lo mismo que la eficacia de los estudios de laboratorio), sí estamos en condiciones de afirmar que la Argentina dio prioridad a las que tienen menos estudios publicados.
No parece azar que en la Argentina todas las fuentes perdieran capital fiduciario durante la pandemia, aunque el Gobierno más que cualquiera, según un estudio reciente del Reuters Institute que midió la credibilidad de las fuentes especializadas entre abril de 2020 y 2021. La legitimidad científica se construye a partir de la transparencia de los datos y la verificabilidad de sus conclusiones. Cuando eso no es posible, la política hace ejercicio de autoridad para imponer sus decisiones.
Mientras la ciencia se fortalece con las refutaciones, la verdad dogmática de la política no admite impugnaciones y pide fe absoluta, esa que confunde científicos con exégetas y ciencias con religiones.
Analista de medios